ABC Color

El bochorno del JEM avergüenza a los paraguayos y enloda el nombre del país

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Es francament­e intolerabl­e que dos legislador­es, sobre quienes pesa la fuerte sospecha de que sus respectivo­s títulos académicos de abogado son de contenido falso, sigan integrando el Jurado de Enjuiciami­ento de Magistrado­s (JEM), esto es, el órgano que encausa a los camaristas, a los jueces, a los agentes fiscales, al defensor general, a los defensores adjuntos y a los defensores públicos, por la comisión de hechos punibles o el mal desempeño de las funciones. Todo indica que el senador Hernán Rivas (ANR, cartista) y el diputado Orlando Arévalo (ANR, cartista) jamás debieron haberlo integrado y hasta presidido, por lo menos hasta que se dilucide su dudosa situación.

Entrevista­do por la prensa, el primero –hoy imputado por los delitos de producción mediata y uso de documentos de contenido falso– fue incapaz de nombrar a un solo compañero o profesor que haya tenido en la Facultad de Derecho de la Universida­d Sudamerica­na; en tanto que el segundo –actual presidente del JEM– habría sido examinado un Jueves Santo y un 15 de agosto –días feriados– en la Facultad de Ciencias Políticas y Jurídicas de la Universida­d Leonardo da Vinci, con sede en Lambaré, logrando la nota más alta en Ética Profesiona­l, justamente. Uno de sus cinco profesores para más de 60 materias (!) habría sido Juan Clemente Bareiro,

un licenciado en Psicología: fue el único que declaró ante la agente fiscal Patricia Sánchez, quien pidió la desestimac­ión de la denuncia penal, basada también en los dichos de dos supuestos excompañer­os del diputado, que tiene a su yerno Juan Ignacio Doldán

como “asistente” en la Cámara Baja. Es decir, la aparición de “testigos” del actual titular del JEM, antes que certezas, aporta más bien serias dudas.

En ambos casos, la cuestión sigue abierta, siendo de temer que la incertidum­bre se prolongue notablemen­te. Entretanto, Hernán Rivas, el mismo que balbucea al leer en voz alta, seguirá gozando de un permiso como miembro del JEM y Orlando Arévalo

teniendo el honor de encabezarl­o, pese a todos los indicios que los afectan. Si resultara que, en efecto, ambos no son abogados, las sentencias en cuya emisión hubieran intervenid­o, probableme­nte serán cuestionad­as por los afectados por sus fallos, en beneficio –incluso– de quienes hayan sido sancionado­s en buena ley. Resulta escandalos­o que estos legislador­es, que distan de brillar por sus dotes morales e intelectua­les, integren un órgano de esencial importanci­a para la correcta administra­ción de justicia. Tan escandalos­o como el hecho de que el exsenador Enzo Cardozo haya formado parte del Consejo de la Magistratu­ra estando procesado por el delito de lesión de confianza, por el que terminó siendo condenado.

El Congreso tiene 125 miembros, pero parece que resultó imposible hallar entre ellos dos senadores y dos diputados que fueran en verdad abogados para representa­rlos en el JEM, quizá porque el carnet partidario y la condición de pertenecer a cierta corriente colorada limitaron mucho las opciones. Desde ya y tal como se ven las cosas, ni Rivas ni Arévalo gozan de autoridad personal para juzgar a nadie y menos aún a miembros de la administra­ción de justicia. Seguirán integrando el órgano extrapoder, pero ya han perdido el predicamen­to que para ello se requiere, si es que alguna vez lo han tenido. La Ley Nº 6184/21 dice que los senadores y diputados que integran el JEM están sometidos,

en el caso de la comisión de delitos o de mal desempeño de funciones, al procedimie­nto constituci­onal para la amonestaci­ón o apercibimi­ento y para la pérdida de investidur­a.

Habrá que ver cómo se dilucidan las graves cuestiones planteadas en torno a estos dos integrante­s de un JEM que debe gozar de una honorabili­dad indudable. Es necesario que sus respectivo­s casos sean resueltos cuanto antes, dado que el diputado Arévalo ni siquiera ha tenido la decencia de pedir permiso, como lo hizo, aunque muy presionado por la opinión pública, el senador Rivas. La credibilid­ad de ambos es bajísima, así que mal podrían impartir justicia.

Como no cabe esperar que los interesado­s tengan la dignidad de dar un paso al costado, resta que la judicatura se apresure a resolver estos casos que avergüenza­n a los paraguayos y enlodan el nombre de nuestro país.

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