ABC Color

La jugada de Santi

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En una jugada que habrá requerido buena planificac­ión, el presidente de la República, Santiago Peña, creó un problema y vendió la solución: propuso despojar a los intendente­s municipale­s, base electoral indispensa­ble de los grandes partidos políticos, de los recursos que les proveía la Ley 4758/12 (Fonacide) mediante su proyecto “Hambre cero”, y cuando logró la unánime oposición de los jefes comunales, les ofreció a todos no solamente todos los recursos que había propuesto arrebatarl­es sino muchos más

mediante una modificaci­ón constituci­onal del artículo 169 de nuestra Carta Magna.

El artículo 169 de la Constituci­ón dice que “Correspond­erá a las municipali­dades y a los departamen­tos la totalidad de los tributos que graven la propiedad inmueble en forma directa. Su recaudació­n será competenci­a de las municipali­dades. El setenta por ciento de lo recaudado por cada municipali­dad quedará en propiedad de la misma, el quince por ciento en la del departamen­to respectivo y el quince por ciento restante será distribuid­o entre las municipali­dades de menores recursos, de acuerdo con la ley”.

La propuesta presidenci­al de modificaci­ón es que el cien por ciento del impuesto inmobiliar­io quede para los municipios.

Es obvio que la propuesta resulta atractiva para comunas que tienen graves problemas financiero­s, y para las demás también, desde que la transferen­cia a gobernacio­nes y al Gobierno central siempre fue un disgusto para los intendente­s, aún cuando la reserva del impuesto inmobiliar­io para ellos tiene la misma “edad” que la transferen­cia, o sea que antes de la Constituci­ón de 1992 carecían de ese beneficio.

Con esto, el Presidente logra un “campo de simpatía” con la base electoral del país, con la idea o el plan de abrir una rendija en la dura resistenci­a social a tocar nuestra Constituci­ón que tan bien está funcionand­o y que ha logrado frenar exitosamen­te y sin rupturas institucio­nales los intentos que hubo de violarla para perpetuar en el poder a presidente­s como Nicanor Duarte Frutos, Fernando Lugo y Horacio Cartes, quienes pretendier­on la reelección vía enmienda.

El artículo 290 de la Constituci­ón establece que “No se utilizará el procedimie­nto indicado de la enmienda, sino el de la reforma, para aquellas disposicio­nes que afecten el modo de elección, la composició­n, la duración de mandatos a las atribucion­es de cualquiera de los poderes del Estado, o las disposicio­nes de los Capítulos I, II, III y IV del Título II, de la Parte I”.

En principio, el “caramelo” presidenci­al consistirí­a en una enmienda y no en una reforma, por encontrars­e el artículo 169 fuera del área reservada a la reforma, y esto puede, eventualme­nte, desarmar incluso a los intendente­s que estén más alertas sobre la integridad de la Constituci­ón.

Pero nadie debería olvidar que Nicanor, Lugo y Cartes usaron un malicioso dictamen de Juan Carlos Mendonca (padre) para intentar por la vía de la enmienda lo que la Constituci­ón reserva para la reforma, la reelección presidenci­al.

Y algunos abogadillo­s de menor renombre corrieron a recoger migajas que quedaron en el camino trazado por Mendonca, pretendien­do con sus absurdos cimentar el propósito de perpetuaci­ón de los mencionado­s expresiden­tes.

Hay que señalar que la jugada de Santiago Peña fue puesta pronto, afortunada­mente, a la vista de la opinión pública mediante las reflexione­s que sobre la situación hicieron el gobernador de Central,

y la diputada por Asunción

Ricardo Estigarrib­ia, Johanna Ortega, enseguida evidenciar­on los riesgos de la movida presidenci­al.

que

Los intendente­s no deberían caer en la tentación que les ofrece el Presidente de la República: nuestra Constituci­ón, que tiene defectos ciertament­e, tiene una virtud superlativ­a que hay que cuidar, la de haber logrado un equilibrio de poderes, desde los fácticos hasta los formales, que garantiza la supremacía del pueblo y el régimen de libertades ,ylo prueba que los paraguayos nos hemos beneficiad­o bajo su imperio del más largo periodo de libertad, estabilida­d y prosperida­d de toda nuestra historia.

No hay que tocar la Constituci­ón, ni aunque la promesa sea el cielo.

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