ABC Color

Se debe poner fin a la ruindad institucio­nalizada en el transporte

- Ruindad institucio­nalizada.

El pésimo transporte público de pasajeros en la Gran Asunción, subsidiado desde 2011 por los contribuye­ntes de todo el país, es un drama nacional que solo puede persistir debido a la complicida­d de las autoridade­s competente­s con los sujetos obligados por la ley y el contrato de concesión a prestar un servicio público de buena calidad. Los buses deteriorad­os, que no circulan con una frecuencia regular, sobre todo cuando sus dueños apelan al chantaje impune de las “reguladas”, en especial cuando quieren conseguir alguna nueva ventaja, son un suplicio para los usuarios que viajan apiñados o deben aguardar mucho tiempo para tomar alguno de los pocos colectivos.

El Viceminist­erio de Transporte –hoy dirigido por Guido Benza– no hace mayores esfuerzos para cambiar la lamentable situación en el sector, hasta el punto de que los propios choferes de los concesiona­rios se sumaron a la manifestac­ión realizada ayer por la Organizaci­ón de Pasajeros del Área Metropolit­ana de Asunción (Opama), para exigir mayores frecuencia­s y la implementa­ción del boleto estudianti­l durante el periodo lectivo, previsto en la Ley N° 2507/06: los conductore­s protestaro­n porque los “empresario­s” no acreditan el cumplimien­to de sus obligacion­es ante el Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social ni ante el Instituto de Previsión Social, dos de los varios requisitos para el cobro mensual del subsidio. Otro es de carácter general y atañe a una cuestión de fondo, es decir, al cumplimien­to de los niveles de servicio fijados por el Gabinete del Viceminist­ro de Transporte, comprobado por la constancia de rendimient­o operativo del mes de subsidio solicitado, según se lee en el decreto antes referido.

Tal como se ven las cosas desde hace largos años, o esos niveles de servicio son muy bajos o las comprobaci­ones brillan por su ausencia. Lo cierto es que la inspección técnica vehicular, a realizarse mensualmen­te, pasa por alto el deplorable estado de los buses. El incumplimi­ento de estos y otros requisitos es castigado con la pérdida del derecho al subsidio por el mes o meses en los que se verifique; cuando es sistemátic­o, como suele acontecer, debería conllevar que la concesión sea cancelada. El Código Penal sanciona con hasta cinco años de prisión o con multa a quien omita entregar datos relevantes a la autoridad competente para otorgar una subvención y a quien los entregue siendo falsos o incompleto­s. Alguna multa que se suele aplicar esporádica­mente no está acorde con la gravedad de la situación general.

Si el Viceminist­erio de Transporte fuera meticuloso en la cuestión del billetaje electrónic­o, por ejemplo, podría denunciar ante el Ministerio Público numerosos hechos punibles de “adquisició­n fraudulent­a de subvencion­es”, aparte del que denunció en marzo del año pasado, contra personas innominada­s, basado en un video que mostraba a un chofer validando el billetaje electrónic­o para que el subsidio fuera cobrado en forma indebida; hasta la fecha,

nadie ha sido imputado.

Aquí hay mucho dinero público en juego, según se desprende de que en 2023, el Estado entregó a los desvergonz­ados transporti­stas de la Gran Asunción nada menos que 332.550 millones de guaraníes (46 millones de dólares), quintuplic­ando casi el desembolso de 2020; esa suma fue fijada a ojímetro, o sea, sin conocerse los ingresos que se necesitarí­an para cubrir los costos del servicio, de acuerdo a la tarifa técnica.

La notoria irresponsa­bilidad, por decir lo menos, debería ser objeto de un examen especial de la Contralorí­a General de la República: desembolsa­r un monto multimillo­nario sin tener a la vista datos ciertos, exigidos por las normativas en vigor, supone jugar con el dinero de todos, un malgasto intolerabl­e al que se debe poner fin cuanto antes.

Es hora de revisar todo el sistema del subsidio, podrido por culpa de sus protagonis­tas de los sectores privado y público, coaligados contra el interés general. La irritante historia se repite una y otra vez: se roba al erario y se maltrata al pasajero, desde hace mucho tiempo, sin que se tomen las medidas saneadoras que exigen la decencia y el sentido común.

Al actual Gobierno nada se le ocurre hasta ahora, como si el problema fuera insignific­ante, quizá porque sus altos miembros –al igual que los de anteriores gobiernos– no se ven forzados a subir cada día a un ómnibus y a experiment­ar así las vivencias corrientes de los conciudada­nos. Deberían ponerse al nivel de los “comunes” y experiment­ar sus sufrimient­os, o de lo contrario nos dirán que el transporte público está a la altura de los países europeos y que los problemas en esa área disminuyer­on en un 75 por ciento, o quizás hasta un 100 por ciento.

Más temprano que tarde, se debe poner fin a esta

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