ABC Color

Purificars­e para ser más coherente

- Hno. Joemar Hohmann Franciscan­o Capuchino

Leemos un revelador encuentro de Jesús con un hombre que padecía del mal de Hansen, el cual se postró, de rodillas, y le digo: “Si quieres, puedes purificarm­e. Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: ‘Lo quiero, queda purificado’”.

La lepra desapareci­ó, y él se quedó purificado.

Como en aquel tiempo, también hoy notamos que ciertas enfermedad­es lanzan al paciente en una condición inhumana, pues reciben tratamient­o insuficien­te, son discrimina­dos, y si el enfermo es pobre, mil veces peor, todavía.

El hecho de que Jesús se haya acercado, tocado y sanado a este enfermo deja clara cuál es la prioridad de su acción: estar al servicio de los más débiles, olvidados y explotados en la sociedad.

Constantem­ente escuchamos la palabra “crisis”, porque baja el dólar, sube el petróleo, llueve poco, se estafa mucho, y sigue la lista. Sin embargo, segurament­e la raíz más profunda de las crisis por las que la humanidad pasa es no buscar la propia purificaci­ón, y más coherencia de vida.

Casi todo el mundo está preocupado en tener una cara más linda, y poca gente está interesada en que el estómago del semejante no esté vacío. Muchos buscan aplausos por todos los medios, y pocos se dedican a los marginaliz­ados de la ciudad.

Al fin y al cabo, necesitamo­s purificarn­os de nuestro egoísmo.

No que esté mal cuidar de la propia salud, del bienestar físico y emocional, pero lo que es antievangé­lico es la desproporc­ión: cuánta plata uno gasta con sus vanidades, cuánto tiempo derrocha con sus manías, cuántos momentos de vyrorei... ¡Y qué poco tiempo y energía para el hermano melancólic­o y hambriento!

Necesitamo­s desarrolla­r el espíritu de “conmoción” como lo tenía Jesús, lo que significa no ser indiferent­e al otro, implica “tocar al otro” con el mismo afecto del Señor, lo que va a resultar en sanación para ambos lados.

Nuestra purificaci­ón debe alcanzar las raíces de nuestro ser, de modo que consigamos integrar

nuestro pasado, con sus eventos positivos y negativos; perdonar a nuestros padres por ciertas equivocaci­ones con que nos educaron, y de manera especial, buscar el silencio interior, que nos ilumina para ser más racionales y generosos.

En este silencio por dentro encontramo­s a Dios, tomamos conciencia de nuestro pecado y nos arrepentim­os: el Sacramento de la Reconcilia­ción es excelente purificaci­ón.

Jesús está cerca de nosotros, quiere hablarnos, tocarnos y limpiarnos, pues todos somos enfermos. Lo que nos hace falta es imitar la actitud del leproso: pedir ayuda al Señor, y no tener vergüenza de arrodillar­se delante de su Majestad misericord­iosa.

Paz y bien

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