ABC Color

Quién teme las “barbaridad­es” del cartismo

- Bernardo Neri Farina ■ nerifarina@gmail.com

“Yo no tengo miedo del poder de la lapicera de Cartes. (…) Tengo miedo de que lleguen a cometer barbaridad­es. (…) Y ruego a Dios que eso no suceda. Esta gente es capaz de cualquier cosa. (De qué, por ejemplo, pregunta el periodista). Del crimen político”. Es parte del diálogo entre Germán Martínez Vierci y Juan Carlos Galaverna en un programa de TV. La grabación ya es eterna en la nube, como testimonio de alguien que sabe de lo que habla.

El remate de la eternáutic­a entrevista es demoledor. Germán acota: “Es muy grave lo que decís”. Galaverna arremete: “Tengo plena conciencia y lo reflexioné durante varios meses. En el equipo de Horacio Cartes hay gente que ya ha participad­o en asesinatos políticos”.

Cuando afirmó esto, Galaverna estaba con Abdo, contrario a Cartes, pese a que este fue su nepobebé político. Galaverna lo llevó a la ANR y lo condujo hasta la presidenci­a de la República. Un día Cartes decidió prescindir de sus servicios, y así le fue. Se creó él mismo un enemigo fulminante. Su delfín Peña perdió la interna con Abdo. Lo tuvo que recuperar a Galaverna. Cachito Salomón afirma que a cambio de 100.000 dólares mensuales.

Hoy Galaverna es gurú insoslayab­le en el Quincho, oráculo para esa Corte de los Milagros que es el cartismo, conformado, en mayoría, por el más vulgar lumpenaje, al cual se ha sumado una caterva de saldos y retazos de otros partidos, algunos de ellos verdaderos esperpento­s políticos, ignorantes e inmorales.

Mezcla de Richelieu y Rasputín, Galaverna es un hombre que conoce acabadamen­te las debilidade­s y las obsesiones de Cartes con relación al poder, que a menudo se contrapone­n a su fortaleza económica.

En el caso Kattya, con pleno conocimien­to del deseo (y el odio) de Cartes, tomó la lanza y encabezó el atropello para quemar el Rubicón y cruzar las naves, como diría mi amigo Tito en su atrabiliar­ia forma de citar las frases hechas.

Tal como había obrado en el juicio político a Lugo, ordenó que la expulsión fuera en el mismo día, costare lo que costase, para no dar tiempo a reacción alguna. El hecho consumado y listo. El incómodo Beto Ovelar admitió que Galaverna impuso la idea de la expulsión sumaria. Y hubo que acatar.

Una última cobarde indignidad: no le dieron el papel de fiscal de sangre a alguien de “la casa”, sino a uno de los personajes más grotescos que adhirió Cartes a su corte: el curvilíneo ario Dionisio.

En este caso, Cartes usó a Galaverna para poner orden ante una posible rebelión en la granja: hubo quienes temían alguna consecuenc­ia nefasta si expulsaban a Kattya.

No se sabe si Galaverna sigue rogando a Dios, temiendo las potenciale­s “barbaridad­es” cartistas. Hoy contribuyó para una barbaridad (incruenta, por suerte). Y parece cómodo en ese equipo en el que, según él, “hay gente que ya ha participad­o en asesinatos políticos”. Por las dudas, que siga rogando a Dios.

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