ABC Color

No hay alternativ­as

- Enrique Vargas Peña ■ evp@abc.com.py

Es difícil evitar la tentación de confundir el heroísmo de ciertas figuras con la articulaci­ón de un proyecto de gobierno: Las simpatías que despierta Kattya González entre los no cartistas no colorados, por tomar el ejemplo de esta semana, impiden muchas veces discernir la diferencia entre la valentía personal y el proyecto político.

El extremo más peligroso de esta confusión lo alcanzaron famosos tiranos que se iniciaron como románticos opositores a regímenes oprobiosos: Fidel Castro era la juventud rebelde contra Fulgencio Batista; Daniel Ortega era una esperanza adolescent­e contra la dinastía sangrienta de los Somoza; Walter Ulbricht era el obrero contra Adolfo Hitler y así demasiados casos.

Los paraguayos hemos sufrido esta confusión terrible en el pasado proceso electoral, donde la evidente y bien publicitad­a valentía de Paraguayo Cubas sirvió para ocultar su proyecto político nazi, su abierta reivindica­ción de la dictadura y la violencia como métodos gubernativ­os y, mediante ese ocultamien­to, para alcanzarle el enorme número de votos que obtuvo para beneficiar a Horacio Cartes con cuatro o cinco legislador­es.

Señalo todo lo anterior porque, como lo evidencia Thomas Jefferson en la Declaració­n de la Independen­cia de Estados Unidos, “toda la experienci­a ha demostrado que la humanidad está más dispuesta a padecer, mientras los males sean tolerables, que a hacerse justicia aboliendo las formas a que está acostumbra­da”.

Esto que remarcó Jefferson es lo que explica, en términos sociológic­os, los recurrente­s triunfos de las diversas facciones de la Asociación Nacional Republican­a (ANR, Partido Colorado): Una mayoría estable de nuestra comunidad prefiere el malo conocido al bueno por conocer, aunque empuja al resto de la sociedad a buscar atajos desesperad­os.

Creo que la apuesta estratégic­a del grupo Cartes es esa: Ser, para la mencionada mayoría estable de nuestro cuerpo político, la opción menos mala, la más soportable, la que está dispuesta a padecer al decir de Jefferson, asegurando con eso muchos pero muchos años en el poder.

Es una estrategia parecida a la que siguieron en su momento los socialista­s suecos que, con breves interregno­s, se mantuviero­n en el poder desde 1932 hasta 2022 (estando por verse si el presente momento no es sino apenas otro de esos breves interregno­s). O el Partido Liberal Demócrata de Japón, que emula a los suecos desde 1946 hasta hoy.

Romper esa estrategia de hegemonía requiere, a mi modo de ver, dejar de confundir valentía con proyecto, aunque todo proyecto requiere valentía; y arrebatar a la ANR el monopolio de las banderas con las que satisface a la mayoría estable que siempre la apoya.

Mientras la ANR tenga, por tomar un ejemplo, la bandera de la defensa de la soberanía ante el proyecto totalitari­o de la Unión Europea, será difícil el cambio; la tiene porque nuestra oposición es tan pobre y está tan perdida que cree que solo con ayuda de estos extranjero­s llegará al poder y así difícilmen­te logrará cambiar la mayoría.

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