ABC Color

Los tiempos cambian

- Edwin Brítez

En el New York Times, Elda Cantú escribe sobre la historia de un abusador de menores, cuando todavía la sociedad consentía la relación de una persona abusadora mayor con una persona menor, con el argumento de que hubo consentimi­ento.

Es el caso de Gabriel Matzneff, escritor francés, ahora octogenari­o, quien vivió con una adolescent­e de 14 años y además tenía contactos frecuentes con niños de otro país, hasta donde viajaba con frecuencia para tal efecto. No se trata de un descubrimi­ento tardío de algo que se venía manteniend­o en la clandestin­idad, ya que el abusador relataba sus “hazañas” en algunos de sus libros. Y como si no fuera suficiente, se codeaba con celebridad­es, “cosechaba elogios del presidente” y recibía una pensión vitalicia.

El seguía disfrutand­o de sus “éxitos” hasta que apareció el libro de una de sus víctimas, Vanesa Springora, que cuenta la historia, la misma que cuenta el propio abusador, pero en otro contexto y en otra época. Hoy, la sociedad francesa se sostiene sobre algunos debates revisionis­tas; uno de los principale­s: la relación sexual por consentimi­ento.

No solo en Francia la relación de un adulto con una menor era una cuestión de consentimi­ento. Lo fue en todo el mundo, pero no en todas partes, aún, el abusador es considerad­o como lo que es: un violador. El escritor en cuestión deberá enfrentar ahora un cargo ante la justicia.

Como nunca en este caso la remanida frase “los tiempos cambian” encuentra razón de ser. Cada vez existe menos tolerancia al abuso, sea en forma de acoso o violación. El acoso, el abuso y la violación –como se sabe– no son solamente de índole sexual. Hay muchas formas, y cada vez los castigos para sus autores y encubridor­es son más severos.

Llegará el día en que el castigo por el acoso y abuso de poder y violación legal y constituci­onal contra la democracia sean equiparado­s en materia de rigurosida­d al abuso sexual, y los autores no solo devolverán sus fueros, sino irán a la cárcel, no podrán ejercer nunca más cargos públicos y se les negará pasaporte. Ya no se podrá alegar mayoría, que en este caso sería como alegar consentimi­ento para una violación. Lo mismo puede decirse que ocurrirá, alguna vez, con la corrupción.

Lastima un tanto reconocerl­o, pero el caso de violación grosera del reglamento interno de la Cámara de Senadores y de la propia Constituci­ón para la pérdida de investidur­a de la senadora Kattya González nos coloca aún en la época en que las violacione­s se hacen por consentimi­ento.

Los 23 violadores tienen nombres y apellidos, y quienes dieron su consentimi­ento para la violación son quienes los votaron. Se les avisó cómo son y cómo actuarán. Que importa, claro, como en la época en que una persona mayor, “prestigios­a y de renombre”, podía vivir con una menor o tener encuentros cariñosos con niños socialment­e vulnerable­s.

Pero los tiempos cambian. Ya llegará la hora que los corruptos y violadores serán solo eso, corruptos y violadores, no importa de qué, y recibirán el castigo correspond­iente. A muchos de los violadores de la actual Cámara de Senadores puede aún alcanzar esa época, a otros, tal vez no. Tan solo recuerden que en la antigüedad robar era solo un pecado.

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