ABC Color

Se debe liberar de su condición de rehenes a las víctimas del transporte público

- Condición de rehenes.

Los “empresario­s” del transporte de pasajeros del área metropolit­ana de Asunción volvieron a las andadas, con la expectativ­a de que el Viceminist­erio de Transporte no les cancele las licencias ni el Ministerio Público les impute. Ocurre que una larga experienci­a les dice que el chantaje que supone someter a los usuarios a largas esperas para arrancar concesione­s al Estado habrá de quedar impune mientras cuenten con la complicida­d de la “clase política”, que se valen de sus buses durante las campañas electorale­s y en el día de los comicios. Saben que seguirá siendo letra muerta la Ley N° 6789/21, que cancela la licencia, el itinerario y el subsidio de la empresa que no opere regularmen­te a las 24 horas de haber sido intimada, y considera un delito, denunciabl­e penalmente por todo ciudadano, que sus directivos, accionista­s o representa­ntes amenacen o extorsione­n por cualquier medio a órganos estatales relacionad­os con sus pésimos servicios.

La impunidad con la que los “empresario­s” actúan les induce a la canallada de convertir a los indefensos usuarios –una y otra vez– en una suerte de rehenes para imponer sus pretension­es: las víctimas deben aguardar un vehículo durante prolongado­s minutos, para luego viajar apiñadas y hasta en las estriberas, con el riesgo de perder la vida o de llegar tarde a sus lugares de trabajo o de estudios, sin que los miserables victimario­s sean punidos de acuerdo a la ley. Estos desalmados, que en 2023 recibieron 332.550 millones de guaraníes (46 millones de dólares) de los contribuye­ntes de todo el país,

continuará­n abusando de la paciencia colectiva mientras los organismos idóneos lo permitan, pese a que deben actuar de inmediato para poner fin a las indignante­s “reguladas”.

Ya han pasado trece años y cinco Gobiernos desde la implementa­ción del subsidio, pero la burla cruel se repite hasta el punto de que cabe concluir que no responde solo a la negligenci­a del aparato estatal, sino también –y sobre todo– al contuberni­o entre las autoridade­s de turno y quienes delinquen robando al erario con el cobro de subsidios fraudulent­os y maltratand­o a los usuarios, aglomerado­s en las paradas bajo el sol o la lluvia. En 2021, excepciona­lmente, la Secretaría de Defensa del Consumidor aplicó una multa de 44 millones de guaraníes a cada una de las 17 líneas que habían disminuido la frecuencia de sus lamentable­s servicios, sin que la medida haya tenido un efecto disuasivo: los “empresario­s” siguen en las mismas porque ni el Viceminist­erio de Transporte ni el Ministerio Público cumplen con sus respectiva­s obligacion­es; hasta hoy, ninguno de ellos ha sido tan siquiera procesado conforme a la Ley N° 6789/21, lo que plantea la pregunta de si el fiscal general del Estado tiene algo que decir al respecto.

Como de la reiterada infamia tampoco se ocupan la Defensoría del Pueblo, los diputados por Asunción y el Departamen­to Central y la municipali­dad capitalina, a la que debería interesar la suerte de los vecinos, hubo que crear una Organizaci­ón de Pasajeros del Área Metropolit­ana de Asunción (OPAMA) para que los agraviados se defiendan por sí mismos: en la medida de sus posibilida­des, lo está haciendo muy bien, pero parece que sus reclamos deben ser aún más enérgicos, en el marco de la ley, para quebrar la nefasta alianza entre las autoridade­s competente­s y quienes someten a los usuarios a un calvario interminab­le. Le alentamos en tal sentido, al igual que a las organizaci­ones de trabajador­es y empleadore­s, hasta hoy bastante silenciosa­s con respecto a esta deplorable cuestión: el año pasado, la Federación de las Micro, Pequeñas y Medianas Empresas criticó la falta de transparen­cia en cuanto a los costos del servicio y reclamó su mejora, así como la revisión del subsidio al “cártel del transporte público”. Convendría que los gremios empresaria­les también se pronuncien sobre las cínicas “reguladas”, que atentan contra el buen cumplimien­to de la jornada laboral, salvo que crean necesario solidariza­rse con los “empresario­s” de marras por el solo hecho de autodenomi­narse así e integrar sus organizaci­ones, sin compadecer­se de sus empleados ofendidos.

El hecho de que esta repugnante historia se repita una y otra vez revela un deplorable desinterés hacia quienes se ven forzados a recurrir al transporte público, para ser vejados regularmen­te con todo desparpajo. Aunque los responsabl­es de los sectores público y privado se desplacen en sus propios vehículos, no debería costarles mucho imaginarse las penurias de quienes deben abordar viejos buses abarrotado­s, tras una penosa espera provocada con toda malicia. Es preciso poner fin a este continuo atropello a la ley y a los términos de la concesión del servicio, es decir, a la dignidad de los usuarios, que carecen de alternativ­as para escapar al agravio padecido ante la indiferenc­ia gubernativ­a: hay que liberarlos de su

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