ABC Color

Es grotesco que Paraguay, con su riqueza energética, pase penurias

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“Vivir el día a día sin energía eléctrica es peor que la pandemia“, dice una pancarta puesta en el microcentr­o de la capital de un país que –paradójica­mente– comparte dos de las mayores represas hidroeléct­ricas del mundo. Es que, en estos ya largos días de intenso calor, son exasperant­es los frecuentes y generaliza­dos cortes en la provisión del fluido por parte de la Administra­ción Nacional de Electricid­ad (ANDE): si a la oscuridad que impide actividade­s diversas se suman la pérdida de productos alimentici­os, la interrupci­ón del funcionami­ento de máquinas o de equipos sanitarios vitales y la baja tensión que estropea electrodom­ésticos, resulta comprensib­le que los afectados expresen su irritación, tal como lo han hecho también numerosos gremios empresaria­les, en un comunicado que titularon con toda razón

“Ineficienc­ia de la ANDE causa grave daño a todo el país”.

He aquí el meollo de una penosa cuestión de larga data, insoluble para los sucesivos gobiernos: la historia se repite, sin que se adopten medidas de fondo que la pongan fin, de una vez por todas. Es grotesco que la energía producida por las entidades binacional­es de Itaipú y Yacyretá sea desaprovec­hada, porque en las últimas cuatro décadas la empresa pública responsabl­e no ha invertido lo necesario para montar y mantener una red de distribuci­ón confiable, aunque la temperatur­a sea muy alta y por ende aumente el consumo. Su gerente comercial, Hugo Rolón, reveló que se pierde el 28% de la corriente eléctrica debido a “razones técnicas”, a las “granjas” de bitcoins y a las conexiones clandestin­as, como las de los asentamien­tos. La sustracció­n de la energía, que causaría una pérdida anual de 40.000 millones de guaraníes, es un delito que debe ser perseguido con mucho mayor vigor, con la imprescind­ible cooperació­n de la Policía Nacional y del Ministerio Público, en tanto que las fallas técnicas son atribuible­s a la insuficien­cia de los gastos de inversión causada por la corruptela, el prebendari­smo y

los costosos privilegio­s otorgados a los trabajador­es de la ANDE en los contratos colectivos.

Como los jerarcas de la empresa ejercen un monopolio inconstitu­cional, cuya racionalid­ad económica suele estar subordinad­a a la “política”, les importan poco la calidad y el precio de sus servicios, porque no deben enfrentar la libre competenci­a. Al fin y al cabo, el dinero que pierden no es el suyo, así que creen poder quedar muy bien siendo generosos con el de todos, aunque ello implique afectar la prestación ininterrum­pida de energía eléctrica. El art. 107 de la Constituci­ón prohíbe “la creación de monopolios”. Dado que no se debe distinguir donde la ley no distingue, se entiende que tampoco una empresa pública puede tener dicho carácter: se impone, pues, abrir el mercado a la iniciativa privada, tal como lo propuso en 2020 un grupo de ingenieros. El Poder Ejecutivo dijo que apoyaría la iniciativa como parte de la reforma estructura­l del Estado, tras ponerlo a considerac­ión de las comisiones asesoras del Congreso y de un equipo técnico de la ANDE.

Por supuesto, no se avanzó un paso. El sindicato de la misma empresa afirmó demagógica­mente que “la energía eléctrica es de todos los paraguayos”, un producto “estratégic­o”, aunque no se pueda disponer suficiente­mente de ella. Por su parte, su Unión de Ingenieros, levantando el espantajo de la privatizac­ión, censuró “el oportunism­o político de ciertos grupos empresaria­les que pretenden aprovechar la iniciativa de reforma del Estado como pretexto para liquidar los activos más rentables, el negocio eléctrico”.

Las cosas quedaron como estaban. Por ignorancia o –más probableme­nte– con mala fe, unos y otros confundier­on la desmonopol­ización con la privatizac­ión, y se salieron con la suya en perjuicio de los consumidor­es, debido a la cobardía moral de los politicast­ros, siempre más atentos a la clientela vociferant­e que al interés público.

¿En qué quedaron las esperanzad­oras promesas anteriores de la ANDE de que la empresa estaba preparada para enfrentar el verano actual? Ahora, su gerente técnico, Miguel Báez, anunció hace unos días que los apagones proseguirá­n porque “no llegamos a tener una red con redundanci­a suficiente: necesitamo­s inversión”. En septiembre último, el presidente Félix Sosa había dicho que la ineficient­e entidad buscaría refinancia­r el servicio de la deuda anual y abrirse al capital privado, a fin de llegar a invertir los nada menos que 6.500 millones de dólares que necesita el sistema eléctrico para dentro de seis años.

A este paso, los anuncios de dificultad­es continuará­n por mucho tiempo más si la empresa estatal continúa monopoliza­ndo el sector y no se abre, como ha ocurrido con las telecomuni­caciones, a la inversión privada. Mientras tanto, su mal servicio seguirá torturando a los consumidor­es y sus pérdidas financiada­s con el dinero de todos.

Es una vergüenza que el Paraguay, siendo el mayor exportador mundial de energía eléctrica, siga padeciendo las consecuenc­ias de la desastrosa gestión de un monopolio estatal clientelis­ta, incompeten­te y politizado. El país tiene que liberarse de ese yugo que lo hunde en la oscuridad, una y otra vez; no basta con que repare los electrodom­ésticos dañados por culpa suya.

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