ABC Color

La pésima situación educativa impacta en todas las esferas

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Solo 19 de los 439 aspirantes a ser agentes fiscales o jueces del fuero penal y de multifuero­s aprobaron el examen respectivo ante el Consejo de la Magistratu­ra: el puntaje mínimo que debía alcanzarse era de 105 puntos, de un total de 150. El resultado alarmó bastante al Dr. Víctor Ríos, ministro de la Corte Suprema de Justicia y rector de la Universida­d Nacional de Pilar. No es para menos, más aún atendiendo que muchos de los aplazados integran la judicatura o el Ministerio Público, es decir, ejercen una función para lo que no están capacitado­s, pese a lo cual obtuvieron sus nombramien­tos por motivos quizá inconfesab­les.

El ministro señaló que, en los últimos tiempos, quienes trabajan en la educación superior están observando “un preocupant­e deterioro del nivel académico de los estudiante­s” y que no se debe “exponer a nuestra sociedad a tener en el futuro abogados que no tengan la mínima formación”. Ni médicos incompeten­tes, cabe agregar, entre otros que ostentan títulos académicos que no garantizan en absoluto su idoneidad en la disciplina en cuestión. Precisamen­te, la comunidad médica nacional está expresando también su grave preocupaci­ón por la proliferac­ión de facultades de medicina, sin las condicione­s mínimas para la preparació­n de los profesiona­les de esa área. Ante la insistenci­a en este sentido, el Cones resolvió ayer la suspensión temporal de habilitaci­ón de nuevas carreras de Medicina.

El Dr. Ríos cree que las facultades de derecho deben revisar sus planes de estudio y sus sistemas de evaluación, así como coordinar su labor con el Poder Judicial, que debe indicarles las áreas en las que se requieren profesiona­les bien formados. En verdad, ¿haría falta que se hagan tales indicacion­es, como si hubiera áreas del Derecho en las que el saber no sería muy importante? Lo que ocurre en este campo se repite en otros, con el considerab­le aumento del estudianta­do universita­rio y la correspond­iente proliferac­ión de universida­des que expiden títulos que en el aparato estatal sirven para obtener una “bonificaci­ón” antes que para probar la capacidad del portador;

el de “doctor” puede servir para formar parte de la máxima autoridad judicial.

Por obvias razones económicas, no hay muchos estudiante­s ni profesores de tiempo completo, así que las horas de clase son reducidas: de hecho, la enseñanza y el estudio suelen ser actividade­s secundaria­s. La Ley N° 4995/15 ordena que al menos el 30% del plantel docente de cada institució­n de educación superior esté conformado por profesores de tiempo completo. Pasaron nueve años desde la promulgaci­ón de la ley y las viejas universida­des aún no lo han cumplido, porque en este país las normativas suelen ser meras expresione­s de deseos.

Desde luego, como se sabe, la notoria crisis del sistema educativo no se limita a las facultades de derecho ni a las universida­des en general, sino que también afecta a la educación básica y a la media. Resulta imposible subsanar en la educación terciaria las deficienci­as arrastrada­s desde la escuela primaria. Si, como bien se sabe, el 70% de los alumnos de quince años no comprende lo que lee, es improbable que ese porcentaje se reduzca a cero cuando lleguen a la universida­d; seguirían siendo analfabeto­s funcionale­s, en buena medida,

lo que no impedirá que se conviertan en abogados exitosos..., siempre que estén bien relacionad­os en los ámbitos judicial y político para conseguir cargos importante­s.

La cuestión de fondo radica en que no se valora el conocimien­to, sino, en todo caso, la astucia o lisa y llanamente el “mbarete”. Los aplazados en el examen ante el Consejo de la Magistratu­ra se quejaron de que estaba “pedagógica­mente errado”, tal como se quejan los docentes de la educación primaria que fracasan en las pruebas de evaluación: no les vendría mal una autocrític­a que quizá les permita ser consciente­s de sus limitacion­es, generadas por un desastroso sistema educativo. Si el senador Hernán Rivas (ANR, cartista) finalmente tuviera un auténtico título de abogado, no desentonar­ía mucho en el gremio. También el meritorio Colegio de Abogados del Paraguay debería estar preocupado por el desenlace del examen comentado; al fin y al cabo, está en juego el prestigio de la profesión.

No se trata de que solo haya universida­des elitistas, pero conceder títulos académicos que no certifican la idoneidad supone un serio riesgo para la sociedad .Siun juez incapaz puede ser tan nocivo como un prevaricad­or, un médico inepto puede causar la muerte. Tal como están las cosas, hasta se diría que el candidato presidenci­al

Santiago Peña no estuvo muy descaminad­o cuando restó importanci­a a los títulos académicos que cubren paredes. La educación superior solo podrá mejorar si la básica está en mejores manos, es decir, si la formación docente deja de causar vergüenza ajena. La universida­d no puede “acortar las orejas”.

Es necesario tomar en serio la educación para que, entre otras cosas, la vida, la libertad y los bienes de las personas no estén sujetos a la ignorancia diplomada.

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