ABC Color

Redimirnos como sociedad

- Jaroa@abc.com.py

La garantía de impunidad es la mayor amenaza a la seguridad, a la convivenci­a pacífica y en libertad de la sociedad. Esa garantía de impunidad envalenton­a a los bandidos de todos los pelajes. A los matones, a los abusadores, a los corruptos en la función pública, a los piratas que ejercen funciones dentro de los poderes del Estado, en las organizaci­ones privadas empresaria­les, educativas, confesiona­les.

Esta semana el mundo cristiano celebra un acontecimi­ento altamente significat­ivo, y por extensión el pueblo paraguayo, que mayoritari­amente declara profesar la religión católica. Se celebra la esperanza de un mundo redimido de esa debilidad humana que se traduce en la muerte.

Como en ningún otro momento del año cada uno vive la esperanza de superar la muerte, en un sentido espiritual, inmaterial. Pero olvidamos esos otros tipos de muerte, traducidos en crímenes de lesa humanidad como son la corrupción pública y privada, el asesinato, el narcotráfi­co que destruye familias, el abuso de poder, la marginalid­ad a la que están sometidas miles de familias que viven en la pobreza, el robo de las esperanzas de una vida más digna cometido por políticos inescrupul­osos. Males coronados por la impunidad, la indolencia.

La reflexión viene a cuento de un acontecimi­ento ocurrido hace un par de años en una comunidad de Itapúa, General Artigas, donde un párroco aprovechán­dose de una situación de indefensió­n de una feligresa, que acudió confiada y esperanzad­a a la iglesia en busca de ayuda, terminó siendo abusada.

Utilizando una estrategia muy común en las institucio­nes, el agresor fue retirado hasta que se “enfríe” el asunto, y al cabo de un tiempo enviado a otra ciudad, en otro país, para que siga su labor de “pastorear” las ovejas del reino celestial en la tierra.

En este aspecto no se diferencia demasiado de otras organizaci­ones más “terrenales”, como la Policía Nacional, por ejemplo, que mantiene en sus filas a robacoches, extorsiona­dores, y una multiplici­dad de formas delictuale­s, quienes al ser “pillados” en sus fechorías son trasladado­s a unidades alejadas del foco de la tormenta, donde siguen en la función de “velar por la seguridad” ciudadana.

Ni hablemos de las institucio­nes de administra­ción estatal, o la política, donde se “reciclan” personajes notoriamen­te corruptos, para tragedia de nuestro país.

En un día tan significat­ivo como el de hoy, considerem­os este fenómeno de la impunidad, en todas sus formas. Esa siniestra muerte a la que estamos condenados como sociedad, y de la que necesitamo­s redimirnos con urgencia.

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Juan Augusto Roa

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