Papa celebra el rito de la luz, a la espera de la bendición urbi et orbi
El papa Francisco presidió anoche la vigilia pascual en la basílica de San Pedro del Vaticano, aplacando las preocupaciones sobre su frágil estado de salud, después de que anulara por sorpresa su participación en el vía crucis, en el Coliseo romano. Esta
CIUDAD DEL
(AFP, EFE). El Sumo Pontífice, de 87 años, llegó a la basílica en silla de ruedas para una liturgia que dura al menos dos horas, en presencia de miles de peregrinos de todo el mundo, antes de la misa de hoy y la bendición urbi et orbi (a la ciudad –Roma– y al mundo).
Tras el rito de la luz en una basílica a oscuras, que simboliza el paso de Cristo de la muerte a la vida para los católicos, Francisco pronunció la homilía y bautizó a ocho adultos.
En la homilía, el líder de los 1.300 millones de católicos del mundo, pidió “que se aleje la desesperación” para “los pueblos destruidos por el mal y golpeados por la injusticia”.
En su prédica hizo referencia “a que a veces sentimos que una lápida ha sido colocada pesadamente en la entrada de nuestro corazón, sofocando la vida, apagando la confianza, encerrándonos en el sepulcro de los miedos y de las amarguras”.
El Papa los llamó “escollos de muerte” y dijo que “son todas las experiencias y situaciones que nos roban el entusiasmo y la fuerza para seguir adelante”.
Y entre ellas citó “las muerte de nuestros seres queridos, que dejan en nosotros vacíos imposibles de colmar; en los fracasos”, “los muros del egoísmo y de la indiferencia, que repelen el compromiso por construir ciudades y sociedades más justas y dignas para el hombre” y “todos los anhelos de paz quebrantados por la crueldad del odio y la ferocidad de la guerra”.
El Papa entonces aseguró que “Jesús es nuestra Pascua, aquel que nos hace pasar de la oscuridad a la luz, que se ha unido a nosotros para siempre y nos salva de los abismos del pecado y de la muerte, atrayéndonos hacia el ímpetu luminoso del perdón y de la vida eterna”.
Se dirigió entonces a los “pueblos destruidos por el mal y golpeados por la injusticia, pueblos sin tierra, pueblos mártires” para que alejen “en esta noche los cantores de la desesperación”.
La ceremonia, una de las más largas de la tradición y cargada de simbolismos, comenzó con la bendición del fuego en el atrio de la basílica y el encendido del cirio pascual.
El Santo Padre marcó la vela con la inscripción de la primera y la última letra del alfabeto griego –alfa y omega– que simbolizan que Dios es el principio y el fin en una basílica totalmente a oscuras.
Después se produjo la tradicional procesión con la entrada de los concelebrantes en total silencio y a oscuras y solamente con las velas encendidas para representar la ausencia de luz tras la muerte de Jesucristo.
Solo después de que el diácono pronunció tres veces la frase “Lumen Christi” (La luz de Cristo) se encendieron las luces de la basílica y comenzó la misa ante 6.000 fieles.
Esta ceremonia sigue la tradición de los primeros años de la Iglesia, la de los catecúmenos, adultos que aspiraban a convertirse al cristianismo y, por ello, también se celebró la bendición del agua, y Francisco bautizó a ocho adultos de diferentes nacionalidades: cuatro italianos, dos coreanos, un japonés y un albanés.