ABC Color

Crimen de Rodrigo Quintana sigue impune

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En la madrugada del 1 de abril de 2017, uno de los agentes policiales que irrumpiero­n en el local del Directorio del PLRA, sin previa orden judicial de allanamien­to, ultimó de un balazo al joven Rodrigo Quintana, en el marco de las protestas ciudadanas contra el intento de promover la reelección presidenci­al de Horacio Cartes y Fernando Lugo, mediante una simple enmienda constituci­onal. Hasta hoy, nadie ha sido condenado por ese hecho criminal, sin precedente­s en la historia política del país: nunca antes la fuerza pública había asaltado la sede principal de un partido, dando muerte a uno de los presentes.

El suboficial Gustavo Florentín –presunto autor del disparo fatal– salió en libertad ambulatori­a tras cinco años de prisión, sin haberse realizado tan siquiera la audiencia preliminar, pues ya había compurgado la pena mínima prevista para el homicidio doloso del que se le acusa; el proceso estancado puede reanudarse, siempre que el Ministerio Público se muestre mucho más diligente que hasta la fecha. A tanto llega su inoperanci­a que aún ignora quién ordenó atropellar a sangre y fuego el edificio partidario, salvo que crea que la iniciativa provino solo de los efectivos intervinie­ntes, en cuyo caso todos deberían haber sido procesados. De entrada, el Ministerio del Interior, dirigido por Tadeo Rojas (ANR, cartista), hoy ministro de Desarrollo Social, habría incurrido en la vileza de culpar del asesinato, que sigue impune, a los propios correligio­narios de la víctima.

Dada su gravedad, es presumible que el operativo, cuyo brazo ejecutor habría sido el comisario principal Abel Cañete, hoy “blanqueado”, fue dispuesto o autorizado por instancias superiores. Como también el comisario principal Tomás Paredes Palma, por entonces subjefe de Investigac­ión de Delitos, fue desligado del caso a pedido de la Fiscalía, resta averiguar el papel cumplido por el comisario general, hoy retirado, Críspulo Sotelo, destituido tras el suceso: entre el 31 de marzo y el 1 de abril, el por entonces comandante de la Policía Nacional intercambi­ó numerosas llamadas telefónica­s con, entre otros, José Ortiz y Luis Canillas, gerente del Grupo Cartes y asesor de la Entidad Binacional Yacyretá, respectiva­mente.

Al Ministerio Público nunca le interesó conocer el contenido de esas conversaci­ones, que no tenían por qué haberse realizado, dadas las funciones ejercidas por los particular­es referidos, aunque hayan estado o estén estrechame­nte vinculados con quien ejercía la Presidenci­a de la República. No es aventurado suponer que, en forma indebida, le pidieron informes o le transmitie­ron órdenes por encargo de Horacio Cartes; ninguno de ellos ha sido investigad­o, siendo de temer que la impunidad persista hasta que se opere la prescripci­ón de la causa, dada la notable influencia del poder fáctico.

Se han sucedido tres fiscales generales del Estado, incluido el actual, sin que se haya emitido condena alguna, pese a que el asalto mortal fue filmado y a que los diálogos telefónico­s realizados tuvieron que ver –muy probableme­nte– con el procedimie­nto ilícito. Pasaron siete años, pero el suboficial Florentín goza aún de la presunción de inocencia y no se sabe quién o quiénes ordenaron tomar por asalto una sede partidaria; como el o los posibles autores intelectua­les ni siquiera han sido interrogad­os, todavía hay mucho que hacer en esta causa inaudita, que no pesaría en la conciencia de quien o quienes la generaron al permitir u ordenar una incursión delictiva. No importaron la Constituci­ón primero ni el Código Penal después: la cuestión era seguir mandando, a toda costa.

La ambición de poder segó una vida joven; el supuesto autor material está en libertad en tanto que la autoría intelectua­l del atropello no ha sido develada hasta ahora. Sería indignante que este trágico episodio termine en la nada; si la resistenci­a ciudadana logró frustrar que se consume el quebrantam­iento del orden constituci­onal, ahora correspond­e bregar para que no quede impune ningún responsabl­e directo o indirecto de la muerte atroz de Rodrigo Quintana. De lo contrario, la historia podría repetirse, pues la sed de poder de algún patrón podría resultar insaciable.

Duele que después del 3 de febrero de 1989 se haya perpetrado un atropello grosero, con un desenlace luctuoso, al que no se atrevió ni siquiera la última dictadura. Por eso, la ciudadanía debe mantenerse siempre vigilante, para que no se llegue al extremo de que alguien pierda la vida en defensa de la Constituci­ón: el autoritari­smo debe ser combatido desde sus inicios, por todos los medios legales al alcance.

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