ABC Color

La alimentaci­ón escolar no debe ser una “comilona” de recursos

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La Cámara Baja dio media sanción, con modificaci­ones, a un proyecto de ley del Poder Ejecutivo “que crea el Fondo Nacional de Alimentaci­ón Escolar (Fonae) para la universali­zación equitativa de la alimentaci­ón escolar (Hambre cero en nuestras escuelas y sistema educativo) y modifica y amplía la Ley 5210/14 de alimentaci­ón escolar y control sanitario”, así como otras dos referentes a la gratuidad de los cursos de admisión y de grado en las universida­des públicas y a la creación tanto del Fondo Nacional de Inversión Pública y Desarrollo (Fonacide) como del Fondo para la Excelencia de la Educación y la Investigac­ión. Por de pronto, vale la pena aludir solo a la alimentaci­ón escolar, a ser financiada con recursos del Presupuest­o nacional, con el 80% de los del Fonacide y con donaciones o legados.

Según la iniciativa, los gastos del Fonae son prioritari­os: los no ejecutados en un ejercicio fiscal se mantendrán para los posteriore­s, lo que implicaría un reaseguro ante la probable negligenci­a administra­tiva. Para promover su buena gestión, se crea un Consejo Nacional de Alimentaci­ón Escolar (Conae), presidido por el ministro de Desarrollo Social, e integrado por sus pares de Educación y Ciencias y de Economía y Finanzas, así como por el jefe del Gabinete Civil de la Presidenci­a de la República o su equivalent­e, el presidente del Consejo de Gobernador­es del Paraguay y el de la Organizaci­ón Paraguaya de Cooperació­n Intermunic­ipal (Opaci). Estas dos últimas entidades –regidas por el Derecho Privado– no deberían formar parte de un órgano que debe controlar la gestión de unos fondos públicos que estarán a cargo, sobre todo, de las Gobernacio­nes; por tal motivo, la Contralorí­a General de la República (CGR) desaconsej­ó que sea incluida en el Conae.

Como la iniciativa en cuestión permite que este órgano invite “en carácter consultivo” a representa­ntes de entidades privadas relacionad­as con el uso de los recursos del Fonae, el Consejo de Gobernador­es del Paraguay solo podría ser consultado. Dada la pésima experienci­a en cuanto la provisión del almuerzo y de la merienda escolares, urge reforzar los controles y penalizar a los corruptos. El proyecto de ley prevé que el Conae, el Ministerio de Desarrollo Social, las Gobernacio­nes y las entidades públicas y privadas implicadas informen cada seis meses a la CGR sobre la distribuci­ón y el destino de los recursos del Fonae, así como sobre su ejecución descentral­izada; si de los reportes surgen indicios de la comisión de un delito, la CGR deberá denunciarl­o ante el Ministerio Público y dar parte al del Interior para que la Gobernació­n sea eventualme­nte intervenid­a.

Aunque todo funcionari­o debe denunciar un hecho punible que conozca en el ejercicio del cargo, no está de más que la iniciativa refuerce dicha obligación ni que ordene que quienes incurriero­n en malversaci­ones o negligenci­as en la alimentaci­ón escolar, reparen con sus bienes los daños causados, o sea, que aparte de la responsabi­lidad penal carguen con la civil, como ya lo dispone la legislació­n vigente: la novedad sería que esta norma sea en verdad aplicada, para que los corruptos al acecho la tomen en serio. Entre sus fechorías usuales figuran las licitacion­es públicas amañadas, así que la CGR, ante la que pueden realizarse denuncias anónimas, debe ponerlas bajo la lupa.

Tanto o más importante­s que las reglas citadas son las referidas a la “participac­ión y control de la sociedad”, que hasta ahora han sido inefectiva­s: se ha venido malversand­o a ojos vistas, sobre todo en aquellos municipios pequeños o medianos en los que el raudo enriquecim­iento de autoridade­s y funcionari­os municipale­s no podría haber escapado a la atención de los vecinos. En adelante, “la gestión de las políticas, programas y proyectos de alimentaci­ón escolar para Asunción y los Gobiernos Departamen­tales de Central y Presidente Hayes, será dirigida y ejecutada por el Ministerio de Desarrollo Social, y para los demás departamen­tos por cada una de sus gobernacio­nes”. Surge la pregunta de por qué los departamen­tos citados deberían tener un régimen especial, que priva a sus respectivo­s gobernador­es de una facultad que tendrán sus colegas, rompiendo la igualdad entre ellos; es presumible que se quiera castigar al del departamen­to Central, Ricardo Estigarrib­ia (PLRA) y que si se marginó a Bernardo Zárate (ANR) fue solo para disimular el sectarismo.

Que sean departamen­tos aledaños a la capital del país no es razón suficiente para que tengan un tratamient­o especial, que rompe la coherencia del modelo, concebido bajo el falaz eslogan propagandí­stico de Hambre cero. Uno de sus principios –el de la “universali­dad en la equidad”– dirige la alimentaci­ón escolar “a toda la población estudianti­l con alta vulnerabil­idad a la insegurida­d alimentari­a y nutriciona­l” para ejercer el derecho a educarse y a alimentars­e; se plantea aquí la pregunta de si en cada escuela pública habría que identifica­r a los alumnos muy vulnerable­s y alimentarl­os solo a ellos, salvo que se presuma que todos se hallan en tal condición por asistir a una escuela gratuita. Como el principio de la “sostenibil­idad” habla del acceso permanente a alimentos “durante todos los días del año lectivo”, no habría Hambre cero durante los tres meses de vacaciones; a lo sumo, durante unos doscientos días, excluyendo los fines de semana. El pretencios­o eslogan –de claro efecto propagandí­stico– resulta así engañoso.

Los alimentos deben ser “inocuos, de calidad y nutriciona­lmente aceptados, que contribuya­n al crecimient­o y desarrollo de la población estudianti­l y a su rendimient­o escolar”: se ignora que médicos pediatras y nutricioni­stas sean consultado­s al encargar el menú y que en algún momento se haga un control de calidad a cargo de expertos. La iniciativa no ha sido sometida a suficiente debate: quienes intervinie­ron con energía ante la versión original del emprendimi­ento fueron los intendente­s, que acabaron siendo compensado­s por la pérdida de los fondos para la alimentaci­ón escolar. Lo esencial es que ella no siga sirviendo para el enriquecim­iento ilícito de autoridade­s departamen­tales y ahora de hasta ministeria­les.

Es preciso que los órganos de control y la ciudadanía vigilen el programa y formulen las denuncias pertinente­s, para que los delincuent­es no sigan engordando a costa de la desnutrici­ón de los alumnos, incapaces así de sacar provecho del programa Jornada Escolar Extendida. Del fortalecim­iento del control institucio­nal y ciudadano depende en gran medida el futuro de las nuevas generacion­es y, en especial, el de la menos favorecida. Los once años transcurri­dos desde la introducci­ón del almuerzo escolar han implicado múltiples corruptela­s e ineficienc­ias que deben ser superadas, echando al basurero de la historia a los corruptos y a los ineptos.

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