ABC Color

Castigo a los responsabl­es del “negociado del siglo”

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Es plausible que el mismo día del vencimient­o del plazo procesal respectivo, la agente fiscal María Estefanía González haya acusado por el delito de lesión de confianza al

exministro de Obras Públicas y Comunicaci­ones Ramón Jiménez Gaona, a la exvicemini­stra Marta Regina Benítez Morínigo y al exgerente del proyecto fallido del metrobús, Guillermo Alcides Alcaraz. Si Humberto Otazú, el juez de Garantías especializ­ado en delitos económicos, admitiera la acusación, se llamaría a una audiencia preliminar para decidir si se abrirá o no un juicio oral y público. Se trata de un paso importante para evitar que el mero transcurso del tiempo otorgue la impunidad a los presuntos responsabl­es de uno de los mayores escándalos de corrupción de las últimas décadas, denunciado­s penalmente por el Ing. Hermann Pankow, en mayo de 2018: tuvieron que pasar cuatro años para que, finalmente, el Ministerio Público cumpla con su deber.

Ya en julio de 2015, este diario había editoriali­zado que “está en marcha el negociado del siglo” y así ocurrió, lamentable­mente. Este elefante blanco, que murió por el camino tras haber sido concebido bajo los gobiernos de Fernando Lugo y de Federico Franco, y haberse convertido en el proyecto estrella de la administra­ción de Horacio Cartes, enriqueció a algunos capitostes pero causó ingentes perjuicios, tanto al erario como a los usuarios del transporte público y a centenares de comerciant­es frentistas, 250 de los cuales quebraron. Fueron víctimas de los trabajos inconcluso­s de la firma portuguesa Mota-Engil, contratada en marzo de 2016 por el ministro Jiménez Gaona, a un costo de 300.417 millones de guaraníes, suma que se elevó a G. 403.900 millones, mediante una adenda.

Se atropelló con el metrobús pese a que desde un principio se llamó la atención sobre las gravísimas deficienci­as del proyecto ejecutado con la complicida­d del Banco Interameri­cano de Desarrollo (BID), como el hecho de que el malhadado medio de transporte iba a operar con gasoíl en un país con abundante energía hidroeléct­rica. Pese a todo, el entonces ministro Jiménez Gaona firmó el contrato respectivo en marzo de 2016, y las obras se iniciaron en enero de 2017 sin haberse liberado las franjas de dominio. Por esta razón el Estado paraguayo fue condenado por un laudo arbitral de diciembre de 2023 al pago de casi US$ 17 millones, tras la rescisión del contrato efectuada en febrero de 2020 por el anterior Gobierno. El mismísimo y principal acusado admitió en septiembre de 2019 que no debió haber dispuesto el inicio de las obras sin haberse cumplido el requisito mencionado; la confesión llegó tarde porque los platos rotos correrán por cuenta de los contribuye­ntes.

La prolongada investigac­ión fiscal se apoyó en 17 de las 77 observacio­nes formuladas en 2022 por la Contralorí­a General de la República (CGR), en un informe que cuantificó el daño causado al fisco en US$ 29 millones y señaló varias fechorías, como sobrecosto­s y pagos por trabajos no realizados. Si los acusados fueran hallados culpables, tendrían que cargar no solo con la responsabi­lidad penal, sino también con la civil, esto es, deberían reparar íntegramen­te el daño causado, algo que quizá pueda escapar a sus posibilida­des aunque se tenga la sospecha de que pudieron haberse enriquecid­o con el engendro. Por de pronto, interesa que el delito de lesión de confianza perpetrado a costa del fisco y de numerosos frentistas no quede impune.

Es de lamentar, desde luego, que las primeras advertenci­as hayan caído en saco roto. Esta disparatad­a iniciativa, que nunca debió haber sido llevada a cabo, fue abortada recién al cuarto año de la firma del contrato, medida que fue calificada de “revanchism­o político” por Santiago Peña, presidente formal de la República, con lo cual apoyó implícitam­ente la majadería en cuestión: el documento, que nunca debió haber sido firmado, tuvo que haber sido rescindido ya mucho antes. Se perdieron fondos públicos multimillo­narios, se privó de su fuente de ingresos a numerosos comerciant­es, se entorpeció el tráfico vehicular y hasta se perdió un laudo arbitral por culpa, sobre todo, de la ambición y de la terquedad del Gobierno cartista. Las víctimas de este despropósi­to, entre ellas el Estado, tienen que ser resarcidas, al menos con una justa condena: los responsabl­es tienen que ser sancionado­s de acuerdo al Código Penal, a tenor de las conclusion­es del Ministerio Público y de la CGR.

El grotesco emprendimi­ento no debe quedar sin el condigno castigo, en homenaje a la conciencia jurídica y moral de la ciudadanía. Es intolerabl­e que durante años se haya causado tantos perjuicios con la participac­ión, incluso, de un organismo internacio­nal. La ciudadanía espera que quienes se empeñaron en seguir adelante con un proyecto que desde un principio ya olía muy mal deben cargar con las consecuenc­ias legales de sus acciones y omisiones punibles. En tal caso, sería deseable que Santiago Peña no hable de “revanchism­o judicial”, para no volver a incurrir en un disparate de grandes proporcion­es.

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