Conejos malos
Reventa de entradas, descontento con los teloneros, ingresos ilícitos, entre otros escándalos estuvieron relacionados con el concierto de Bad Bunny. El puertorriqueño no fue el único “conejo malo” de la noche del 15 de noviembre. La falta de valores cívicos estuvo representada por unas personas que bailaron encima de un auto estacionado cerca del Estadio Nacional (lugar del concierto), lo pisotearon con euforia, lo dejaron en mal estado y publicaron su hazaña en redes sociales. Moisés Tinoco, dueño del vehículo, pidió ayuda para identificar a los responsables de los daños. Gracias a los videos se dieron a conocer algunos nombres, pero, en el colmo del descaro, uno de los implicados respondió con sarcasmo: “ahorita le compro otro carro”. ¿Cuándo aprenderemos a respetar los bienes del otro? Una sociedad que se deja llevar por las pasiones del momento y causa daños no está preparada para crecer al ritmo de los países avanzados o también llamados “del primer mundo”. Siempre les digo a mis alumnos que el tercer mundo (el subdesarrollo) es un “estado mental”. Es una persona estacionando su carro en la vereda destinada para los peatones, es un vecino pagando para que se lleven la basura lejos de él, pero cerca de otros, es un grupo de jugadores de pichanga tomando alcohol en las vías públicas. No basta con admirar las buenas acciones, como las de los japoneses recogiendo la basura de los estadios, empecemos a imitarlas. Y, desde luego, también debemos condenar actos vandálicos como subirse a un auto ajeno, montar una fiesta improvisada y causar daños.
Charles Dickens, escritor británico nacido en 1812 señalaba que “… cada fracaso, enseña al hombre algo que necesita aprender”. El fracaso, según el diccionario de la lengua española, es el resultado “adverso” de un emprendimiento ó un suceso lastimoso o funesto. Pero ¿ qué significa, realmente, “fracasar”? El que algo en la vida no salga como esperamos no significa que toda nuestra vida sea una ruina, más bien significa que aún no hemos triunfado en ese aspecto puntual. Los pequeños fracasos, los tropezones, los fallos, nos enseñan, nos hacen más resistentes, más fuertes, más sabios, más resilientes, y nos ofrecen la oportunidad de entender mejor las cosas que nos ocurren y aprovecharlas para mejorarlas sustancialmente. El fracaso nos enseña a no darnos por vencidos, a entender que lo importante es tener fortaleza para continuar, a pesar de todo. Sin embargo, uno de los mayores obstáculos que se tiene que enfrentar - abiertamente- para superar cualquier fracaso es el miedo, ese lacerante temor que puede paralizar a las personas y sumirlas en la inacción. ¿ Y si todo sale mal? ¿ Y si me equivoco? ¿ Y si no soy capaz? ¿ Y si vuelvo a fracasar? Son muchas de las preguntas que nos hacemos antes de arriesgarnos nuevamente. Si bien cada ser humano tiene su propio ritmo para vivir, para emprender, para aprender, para entender y para actuar, es la “actitud” frente a los malos momentos y la determinación de volver a ponerse de pie, la que define a aquellos que lograrán el éxito. Finalmente, el fracaso solo existe cuando dejamos s de esforzarnos y el único verdadedadero fracaso, es aquel del que e no aprendemos nada. Todo lo o que quieres alcanzar, está detrás ás de lo que te hace dudar y te e causa temor. La “aquitifobia” o fobia al fracaso, ¡ no debe ganar!