Estado fallido
La respuesta estatal contra los desastres naturales que estamos padeciendo es similar a lo vivido durante el Covid-19. Se dijo entonces que la pandemia había “desnudado” nuestras deficiencias en cobertura sanitaria a nivel nacional. Lo mismo se podría decir respecto a la infraestructura hídrica y oportunos sistemas de alerta y atención ciudadana. El problema de fondo es el mismo y no está desvestido, se luce a vista pública con la indiferencia de las autoridades a lo largo de décadas: las lluvias en el norte, las heladas en el sur del país, la precariedad de los colegios públicos que inician el año escolar sin agua ni desagüe, entre otras indolencias. La idea que deseo compartir es la necesidad de poner atención a los candidatos que desean ocupar altos cargos públicos (presidencia, congresista, gobernador y alcalde) y exigirles la solución técnica a los problemas básicos de una sociedad que permanece en el tercer mundo. No se elige un gobierno para que imponga sus convicciones ideológicas sobre la familia y nueva Constitución, sino que administre el Estado y resuelva los problemas que aquejan a los ciudadanos en función al bien común; incluso, convertir una alerta de desastre natural en una oportunidad: la posibilidad de conducir la lluvia a grandes reservorios de agua para irrigar las zonas agrícolas. En pleno siglo XXI las soluciones existen y están probadas. El problema es la falta de voluntad política, deseos de llegar al poder para hacer negocio junto con el compadrazgo hasta los deseos de instalar un régimen autoritario a perpetuidad con una asamblea constituyente.