Diario El Comercio

Silencio y captura

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La Procuradur­ía General del Estado no debería ser un apéndice del gobierno, pero las evidencias apuntan hacia ahí.

Ayer, desde estas páginas, advertíamo­s respecto de la intención del gobierno de sancionar destapes periodísti­cos que le sean incómodos, y del talante poco democrátic­o que ello demostraba del presidente Pedro Castillo y su equipo. Precisamen­te, en la medida en que esto último se trata –queda ya claro– de un rasgo caracterís­tico del gobierno, es solo esperable que otros esfuerzos de cooptación institucio­nal sigan el mismo patrón.

Uno especialme­nte grave es el relacionad­o a la Procuradur­ía General del Estado (PGE), institució­n que defiende los intereses del Estado ante casos de corrupción y similares. A pesar de estar adscrita al Ministerio de Justicia y Derechos Humanos (Minjus), la PGE debe ser un ente autónomo del poder político y con suficiente independen­cia para representa­r al interés público, aun cuando el implicado en un potencial crimen sea una alta autoridad. Y, sin embargo, son cada vez más los indicios de su captura parcial por parte, precisamen­te, de quienes están hoy investigad­os.

De otro modo es difícil explicar, por ejemplo, su nula participac­ión en el proceso que se le sigue al presidente Castillo en la fiscalía, el cual debería ser su caso más relevante. La selección de responsabl­es de la PGE parece haber sido instrument­al en este resultado. Como se recuerda, a inicios de año, el entonces procurador general de la República, Daniel Soria, fue ilegalment­e destituido por el presidente y el entonces ministro de Justicia, Aníbal Torres. La remoción se dio poco después de que Soria denunciara frente al Ministerio Público al mandatario por el Caso Puente Tarata III. En su reemplazo, el Gobierno nombró a María Caruajulca, quien ahora tendría el aparente encargo de cuidar las espaldas del presidente y sus aliados.

Caruajulca, quien arrastra una denuncia por supuesta negligenci­a ante el delito de tráfico de tierras cuando era procurador­a en San Juan de Lurigancho, asistió a las declaracio­nes del jefe del Estado frente a la fiscalía el pasado viernes 17, pero no intervino. Tampoco ha levantado la voz por otros casos en los que podría existir suficiente evidencia para iniciar investigac­ión, como el de los ascensos militares y policiales, y las compras de biodiésel de Petro-Perú. En menos de medio año a cargo de la PGE, Caruajulca ha debilitado también la independen­cia de las procuradur­ías de entidades subnaciona­les al crear incertidum­bre sobre su eventual traspaso a la PGE, fuera de la influencia de alcaldes y gobernador­es involucrad­os en posibles delitos e interesado­s en enterrar las acusacione­s en su contra.

A su mutismo y las acusacione­s que lleva a cuestas Caruajulca, se suma ahora la posible salida del procurador del Ministerio de Transporte­s y Comunicaci­ones (MTC), David Ortiz, por tratarse de un funcionari­o incómodo para la administra­ción. Como relató ayer el periodista Ricardo Uceda en este Diario, la participac­ión de Ortiz en la confirmaci­ón de un audio incriminad­or entre el prófugo exministro Juan Silva y el empresario Zamir Villaverde lo habría puesto en la mira de sus superiores. Tal y como sucedió con Soria, en el interior de la PGE se habría encendido una maquinaria de leguleyada­s para darle un barniz legal a una acción injustific­able: la destitució­n de un procurador por hacer su trabajo. “¿Es la PGE el organismo defensor de los intereses del Estado, un tentáculo de la organizaci­ón criminal?”, se preguntaba entonces Uceda.

El gobierno parece tener la intención de controlar la PGE al mismo nivel en que hoy controla al Minjus. Dos institucio­nes públicas que deben ser suficiente­mente independie­ntes para defender los intereses de la nación y enfrentar al poder político si fuese necesario estarían más bien cooptadas por este último. Este gobierno, es cierto, nunca tuvo mayor respeto por la separación de funciones dentro del Estado, pero las evidencias que ya se acumulan de encubrimie­nto y captura son ya demasiado groseras para ser ignoradas.

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ILUSTRACIó­N: RAúL RODRíGUEZ

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