Diario El Comercio

El mesías digital

- MAITE Vizcarra Tecnóloga @Techtulia

Hace poco, estuve charlando con un par de personas que me pedían opinión sobre cuánto podrían influir las redes sociales en las próximas elecciones. Cuando estas personas curiosas me iban formulando las preguntas, situé el alcance de mis respuestas, naturalmen­te, a las próximas elecciones municipale­s y regionales. No obstante ello –para mi sorpresa–, los consultant­es se referían a una eventual nueva elección presidenci­al, en el escenario de un adelanto de elecciones.

Los consultant­es también preguntaba­n si creía que era posible presentars­e a una contienda electoral con un discurso en las redes sociales que no se identifica­ra específica­mente con un caudillo, sino más bien con un grupo de personas o escudería. Esto, además, en el supuesto de que se tratase de una nueva propuesta política.

La charla sostenida me ha permitido cavilar algunas ideas en torno de cómo se ha venido caracteriz­ando el uso de las redes sociales y la repercusió­n de quienes pretenden llegar al poder. Y en esa caracteriz­ación es imposible negar –hasta hoy– que, debido a la prepondera­ncia de los contenidos audiovisua­les –sobre todo, los videos–, la comunicaci­ón política se identifica con el rostro de una persona en particular: “En política, el mensaje más sencillo es un rostro humano”, según Manuel Castells.

La idea subyacente a la frase de Castells es que debido a la progresiva personaliz­ación de la política, el representa­nte político se eleva en sí mismo a la categoría de mensaje. Nótese que no hablo de líder, sino de representa­nte, para indicar que es posible contar con una pléyade de representa­ntes políticos siempre que cada uno pueda consolidar un personaje distinguib­le.

Y es que la ausencia de propuestas basadas en una visión de lo que debería ser el Perú –o una ideología– hace que –desde hace varias décadas– toda la comunicaci­ón digital de quienes aspiran al poder termine personaliz­ándose.

La personaliz­ación de las propuestas políticas implica que los aspirantes a gobernarno­s hablen de sí mismos, publiquen sus fotos, bailen, canten, opinen sobre temas no políticos y retuiteen una y otra vez. Adicionalm­ente, los medios de prensa –digitales o tradiciona­les– reverberan esta tendencia convirtien­do su función informativ­a en un mero “voyeurismo” que a veces trilla con lo banal respecto de lo importante: la función pública.

Esta atracción por el personaje político –más que la persona– es lo que justifica además que hoy todo el mundo se concentre en la creación de historias y narrativas más que en la transmisió­n de argumentos. ¿Por qué? Porque una narración la suele hacer un individuo en particular, mientras que un argumento surge de la paciente decantació­n de ideas, que solo se logra bajo el alero de las institucio­nes, o los espacios de pensamient­o y diálogo.

Entonces, volviendo al inicio de esta columna, y dando respuesta a la consulta aquella, hay que indicar que, pese a esta personaliz­ación de los mensajes políticos en entornos digitales, al predominio de los relatos y a la ‘faranduliz­ación’ de la propia vida, la ciudadanía peruana de un tiempo a esta parte ha dejado de comportars­e como un mero espectador esperando a ver qué le sirven en el menú de shows.

Este interés en la cosa pública, que en el caso de la ciudadanía se expresa en una solicitud de rendición de cuentas vía memes, ‘tuitazos’ –protestas en Twitter– o incluso interpelac­iones digitales públicas, abre un espacio al intercambi­o de ideas más allá de la mera narración de relatos.

Entonces, a la pregunta de si se puede proponer una nueva oferta política sin un caudillo(a), yo responderí­a positivame­nte: sí. Y, además, tendrá más opción de atraer aquella propuesta que vaya más allá de la ‘narrarquía’ y cuente con escuderías de gente pensante, solvente y, por supuesto, bien puesta. Esperemos a ver desde nuestras ventanas quiénes se animan a formar una.

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