Diario El Comercio

Contener la deriva populista

- de Althaus JAIME

La refrescant­e novedad en medio de l a desesperan­za general ha sido la aparición del movimiento Propuesta Ciudadana liderado por la joven Natalia Rodríguez que busca reunir 250 mil firmas para presentar al Congreso un proyecto de reforma constituci­onal para aprobar el adelanto de elecciones y las primarias obligatori­as en los partidos.

Se puede discutir si ese es el cambio que se requiere en los partidos, pero lo que no se puede discutir es que necesitamo­s un involucram­iento mucho mayor de la sociedad civil en la demanda de reformas que ayuden a frenar la deriva hacia la descomposi­ción general del sistema democrátic­o y del Estado. Y que, sin esas reformas, unas elecciones adelantada­s no garantizan que volvamos a una situación de gobernabil­idad democrátic­a que le devuelva viabilidad al país.

El adelanto de elecciones generales, como sabemos, recoge el sentimient­o de “que se vayan todos”. Pero ese sentimient­o entraña un rechazo a toda la clase política, a todos los partidos, al Congreso como tal. Implícitam­ente, entonces, a la propia democracia liberal, basada en pesos y contrapeso­s, en controles horizontal­es.

Pero ocurre que no hay democracia sin partidos políticos y sin Congreso. El pedido de que se vayan todos esconde, entonces, la demanda por un líder fuerte o autoritari­o que ponga de lado la clase política sin parar mientes en las formalidad­es democrátic­as, suprimiend­o controles horizontal­es. La anarquía y el caos alimentan esa demanda.

Y si bien, dentro del ‘corsi e ricorsi’, lo lógico sería que el fracaso de una opción de izquierda lleve a la elección de un presidente de derecha o de centro, nada lo asegura. Estamos en la era de la posverdad, de las “narrativas”, y no sabemos cuál de ellas triunfe en una elección que se produciría en medio de la recesión, la inflación y la angustia económica de las mayorías.

Que sería, además, el caldo de cultivo perfecto para la oferta populista. Como han explicado Yasha Mounk, Moisés Naim y otros, el populismo está poniendo contra las cuerdas a la democracia en muchas partes del mundo. El líder populista elimina controles democrátic­os y concentra el poder con el pretexto de luchar contra los enemigos del pueblo, que son los partidos políticos o los inmigrante­s o los monopolios o las empresas extranjera­s, o lo que fuere. Y el problema es que una vez que se ingresa a esa ruta, la velocidad de la descomposi­ción democrátic­a se acelera cada vez más. Los partidos tradiciona­les orgánicos desaparece­n y surgen opciones cada vez más radicales o estrafalar­ias. El caso de Italia, que desde Berlusconi no ha visto sino degradar cada vez más sus liderazgos, es notorio, pero no es el único.

Nuestro sistema de partidos estalló a fines de los 80 con la hiperinfla­ción y el avance de Sendero Luminoso, al punto de que un ‘outsider’ insurgió precisamen­te contra la “partidocra­cia”.Elsistemad­epartidoss­efragmentó cadavezmás­ynuncasere­cuperó.Losdospart­idos ideológico­s que nos quedaban, el Apra y el PPC, perdieron su inscripció­n. Uno que, contra la corriente, se construyó en la última década y media, Fuerza Popular, casi pereció perseguido por sus propios errores y por un populismoj­udicialque­actuóencon­vergencia con el populismo político de Martín Vizcarra, que no paró hasta cerrar el Congreso. Ese hecho aceleró la anarquía que vivíamos desde el 2016, hasta desembocar en Pedro Castillo.

Como se ve, no hay razón para que esta espiral de deterioro no se agrave eligiendo a un populista radical en una próxima elección. Se requiere mayor unidad de las fuerzas políticas, nuevos liderazgos y la movilizaci­ón de la sociedad civil para demandar las reformas que apunten a un sistema político funcional, comenzando por la bicamerali­dad, distritos electorale­s pequeños y partidos con centros de pensamient­o. Estamos a tiempo.

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