Una revolución inobjetable
“Solo si crecemos juntos, aprendemos a vivir juntos”.
Diario “La Nación” de Argentina, GDA
No cabe duda de que la educación inclusiva viene ganando terreno en la arena pública. Sin embargo, estamos lejos de poder afirmar que existe consenso social sobre el hecho de que todas las personas deben crecer y aprender juntas. Quienes trabajamos en este campo sabemos que estamos ante una de las tantas batallas que exigen los tiempos que corren, lo que supone disputar el sentido, redistribuir el poder y cuestionar aquello que siempre apareció como una verdad indiscutida.
Así, nos topamos una y otra vez con una serie de porqués que ralentizan lo que ya debería ser una realidad. ¿Por qué las niñas y niños con discapacidad deben estar en escuelas generales si pueden estar con otros “como ellos”? ¿Por qué, si hay centros especializados que pueden brindarles una educación pensada para sus diagnósticos? ¿Por qué, si las y los docentes de la modalidad común no tienen herramientas para enseñarles?
En primer lugar, sostener que una persona con discapacidad es como otra es falaz. Así como las personas sin discapacidad no son todas iguales, tampoco lo son las personas con discapacidad. Y como no son iguales, t ampoco aprenden de la misma manera. Si todas las personas, con y sin discapacidad, somos únicas en nuestras formas de ser y de aprender, ¿por qué deberíamos permanecer separadas?
Todos aquellos desafíos que pueden presentarse con relación al estudiantado con discapacidad se resuelven con pedagogía. La pregunta no debe ser qué dice el certificado del alumno y qué es lo que “no puede” hacer, sino qué barreras podrían imponerle nuestrosmodosdeactuaryquécondiciones pedagógicas tenemos que construir para que aprenda. Tampoco es cierto que los conocimientos que se requieren sean monopolio de las y los docentes de la educación especial.
Pero más allá de las respuestas específicas a cada una de estas interrogantes, si nos preguntamos por qué tenemos que hacer la transición hacia un sistema educativo inclusivo, la respuesta es bien simple: solo si crecemosjuntos,aprendemosavivirjuntos. En otras palabras, no hay forma de crear comunidades inclusivas, que respeten la unicidad al tiempo que valoran la diversidad, si tenemos instituciones que categorizan, que etiquetan, que excluyen. Si estamos de acuerdo en que una educación que rechaza es un oxímoron, entonces las cosas deben cambiar.
Llegó el momento de reconocer que vivimos en una sociedad que avanzado el siglo XXI sigue creyendo que ciertas mentes y ciertos cuerpos son mejores que otros, que sigue midiendo a las personas en base a un ideal de “productividad” impuesto por el mercado y que sigue generando identidades rotas y ciudadanías de menor intensidad. La lucha por la educación inclusiva es, en definitiva, una lucha por construir un tejido social distinto. Porque el antídoto es la educación. Pero una que haga de lo heterogéneo su motor y de la justicia social su razón de ser.