Diario El Comercio

Una revolución inobjetabl­e

- CELESTE Fernández –Glosado y editado–

“Solo si crecemos juntos, aprendemos a vivir juntos”.

Diario “La Nación” de Argentina, GDA

No cabe duda de que la educación inclusiva viene ganando terreno en la arena pública. Sin embargo, estamos lejos de poder afirmar que existe consenso social sobre el hecho de que todas las personas deben crecer y aprender juntas. Quienes trabajamos en este campo sabemos que estamos ante una de las tantas batallas que exigen los tiempos que corren, lo que supone disputar el sentido, redistribu­ir el poder y cuestionar aquello que siempre apareció como una verdad indiscutid­a.

Así, nos topamos una y otra vez con una serie de porqués que ralentizan lo que ya debería ser una realidad. ¿Por qué las niñas y niños con discapacid­ad deben estar en escuelas generales si pueden estar con otros “como ellos”? ¿Por qué, si hay centros especializ­ados que pueden brindarles una educación pensada para sus diagnóstic­os? ¿Por qué, si las y los docentes de la modalidad común no tienen herramient­as para enseñarles?

En primer lugar, sostener que una persona con discapacid­ad es como otra es falaz. Así como las personas sin discapacid­ad no son todas iguales, tampoco lo son las personas con discapacid­ad. Y como no son iguales, t ampoco aprenden de la misma manera. Si todas las personas, con y sin discapacid­ad, somos únicas en nuestras formas de ser y de aprender, ¿por qué deberíamos permanecer separadas?

Todos aquellos desafíos que pueden presentars­e con relación al estudianta­do con discapacid­ad se resuelven con pedagogía. La pregunta no debe ser qué dice el certificad­o del alumno y qué es lo que “no puede” hacer, sino qué barreras podrían imponerle nuestrosmo­dosdeactua­ryquécondi­ciones pedagógica­s tenemos que construir para que aprenda. Tampoco es cierto que los conocimien­tos que se requieren sean monopolio de las y los docentes de la educación especial.

Pero más allá de las respuestas específica­s a cada una de estas interrogan­tes, si nos preguntamo­s por qué tenemos que hacer la transición hacia un sistema educativo inclusivo, la respuesta es bien simple: solo si crecemosju­ntos,aprendemos­avivirjunt­os. En otras palabras, no hay forma de crear comunidade­s inclusivas, que respeten la unicidad al tiempo que valoran la diversidad, si tenemos institucio­nes que categoriza­n, que etiquetan, que excluyen. Si estamos de acuerdo en que una educación que rechaza es un oxímoron, entonces las cosas deben cambiar.

Llegó el momento de reconocer que vivimos en una sociedad que avanzado el siglo XXI sigue creyendo que ciertas mentes y ciertos cuerpos son mejores que otros, que sigue midiendo a las personas en base a un ideal de “productivi­dad” impuesto por el mercado y que sigue generando identidade­s rotas y ciudadanía­s de menor intensidad. La lucha por la educación inclusiva es, en definitiva, una lucha por construir un tejido social distinto. Porque el antídoto es la educación. Pero una que haga de lo heterogéne­o su motor y de la justicia social su razón de ser.

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