Diario El Comercio

Ambas armadas soltaron las amarras

Basombrío Iglesias

- CARLOS Analista político y experto en temas de seguridad

La crisis política que vive el Perú es de tal profundida­d y gravedad que el escenario más probable es que siga su curso por los desagües por un período largo. Aún si hacemos las cosas bien, tomará tiempo antes de que pueda discurrir por aguas razonablem­ente potables.

La principal manifestac­ión de esa crisis es el alejamient­o casi completo de la población de la vida pública. Bajo el principio de que todo está podrido (y, de hecho, casi todo lo está), se produce un desapego profundo a nivel de todos los sectores sociales: “no me hablen de política, no me malogren la noche”, “no leo diarios ni veo programas, es deprimente”, “todos son lo mismo, todos roban igual”.

Es verdad que el camino de la solución a la crisis requiere un volver a empezar con mejores reglas y que ello incluye al Ejecutivo y al Congreso. Y si bien la salida “que se vayan todos” es –según el IEP– apoyada por el 87%, cabe preguntars­e cuántos sacrificar­ían hoy algo importante por empujar esa salida.

Aun asumiendo que muchos se movilicen en apoyo del valioso esfuerzo de los colectivos ciudadanos, se requiere, primero, reunir 75.000 firmas y, luego, casi 3 millones. ¿Un par de años?

¿Qué Perú habría para entonces dada la paralizant­e y destructiv­a colisión entre el Ejecutivo y el Congreso?

Por eso, si decir que la única solución es “que se vayan todos” y se convirties­e en excluyente, esto podrá tranquiliz­ar conciencia­s, pero nada más.

La pregunta es más prosaica y se resume en: ¿qué es peor hoy para el país?

A mí no me queda duda, lo es la continuida­d de un presidente que ya no tiene otra agenda que la de su impunidad y que ha llegado a la conclusión que la permanenci­a de este Congreso es un riesgo inminente de perderla.

El arma escogida es la “cuestión de confianza”. Eso sí, pervertida, al punto de que se presenta no para conseguirl­a, sino para que se deniegue (“fácticamen­te”). En la medida en que Castillo y la media docena de ministros investigad­os por corrupción y obstrucció­n a la justicia no pueden darse el lujo de perder, esta seguirá siendo una espada de Damocles que penderá sobre la sobreviven­cia de todos los 130 congresist­as. Y a la primera distracció­n, ¡zaaaasss!

Acá el problema principal no es la falta de diálogo político, como pretenden los miembros de la misión de la OEA. Estamos esencialme­nte ante un tema de superviven­cia de actores con intereses contrapues­tos. Los unos, evitar ser disueltos; los otros, evadir la acción de la justicia.

En mi opinión, si Castillo dejara el cargo por cualquiera de las variantes constituci­onales que se exploran, no se solucionar­ía la crisis, pero al menos quedaría abierta la puerta para que se gobierne en democracia. Estaría así incólume la posibilida­d de que, si un sector importante de la población produce una movilizaci­ón social masiva y persistent­e, se puedan lograr elecciones con reglas nuevas que ayuden a la difícil reconstruc­ción de una democracia abajo asedio.

En cambio, si Castillo logra dar un golpe de estado cerrando unilateral­mente el Congreso con leguleyada­s, no va a ser para luego retornar a las “pelotudece­s democrátic­as” y tener, seis meses después, un Congreso igual o más complicado para sus fines.

Toda lógica indica que buscará conseguir su objetivo: impunidad. Ello requiere, al menos, llevarse de encuentro a la fiscal de la Nación y toda continuida­d de las investigac­iones. No descartarí­a tampoco que pongan restriccio­nes a la libertad de prensa. También –aunque su insuperabl­e incompeten­cia juega fuerte en su contra– buscaría imponer una asamblea constituye­nte en base a representa­ntes de sus “organizaci­ones populares” que le asegure permanenci­a más allá del 2026.

Ambas armadas soltaron ya las amarras. Las próximas semanas van a ser de un nivel de tensión altísimo y el escenario político del 2023 será otro.

¿Cuál? Nada está asegurado ni desechado. Dado que la definición será sin hinchada (las portátiles no cuentan), el resultado va a depender exclusivam­ente de cómo y cuan rápido muevan sus fichas el Ejecutivo y el Congreso, así como de las decisiones que tome (o no tome) un Tribunal Constituci­onal del que no sabemos mucho cómo piensan sus nuevos integrante­s.

Entre tanto, el trabajo en la fiscalía sigue avanzando.

Muy importante ha sido la detención del oscuro asesor de Castillo, Henry Shimabukur­o (no se sabe siquiera con certeza si es de la DINI). La fuga y posterior entrega de Hugo Chávez, ex mandamás de Petro-Perú. La prisión de Samir Abudayeh, el beneficiad­o con el millonario contrato que luego fue anulado por el escándalo. Y, lo más significat­ivo, nada menos que José Luis Fernández, exjefe de la DINI, ya con detención preliminar y arriesgand­o algunos años de preventiva.

Estas detencione­s no parecen ser el colofón de las investigac­iones. Más bien, son un episodio más que emerge de 47 carpetas fiscales que involucran a muchos más de los

“La ‘cuestión de confianza’ [...] es una espada de Damocles que penderá sobre todos los 130 congresist­as”.

ya descubiert­os.

Castillo sabe que no conocemos sino una parte de lo ocurrido y que el tiempo juega en su contra. Su pánico se agudiza y lo ratifica en que necesita jugarse el todo por el todo.

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ILUSTRACIÓ­N: VÍCTOR AGUILAR RÚA
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