“En mi poesía hay esa mirada que cuestiona ese amor romántico”
El viaje, el amor, la denuncia. Cuarenta años de poesía se reúnen en “Una herida menor”, antología de una voz principal de la generación del ochenta.
La poesía como her i da. Una l esión revulsiva, que nos obliga a mirar y que lleva en sí la promesa de sanación. Una poesía tremendamente expresiva, que nos salva y nos anima a pensar, a ubicarnos en la vida. Para Rocío Silva Santisteban, los seres humanos somos no más que un pedazo de tiempo, y por ello, debemos construir en l o común, aparcando nuestra obsesión por lo individual. “Eso es algo que no estamos pensando bien en el Perú”, afirma, cuando iniciamos esta entrevista a propósito del lanzamiento de su primera antología poética, recuperando poemas que representan cuarenta años de carrera. Un tiempo en que ella ha considerado la poesía un acto de profilaxis: sobre su país, el abandono, el egoísmo feroz. “Cuando leo poesía de otros, me hace sentir mejor”, afirma.
—Después de años de escuchar discursos en el Congreso, supongo que leer poesía es para ti un bálsamo.
No olvidemos que Sagasti, cuando asumió la presidencia, terminó su discurso citando a Vallejo. Y todo el mundo se burló de eso, lo que habla del nivel de primitivismo que tenemos en el Congreso.
—El prólogo del libro nos habla de tres temas centrales en tu poesía: el poema como viaje, como exploración íntima y como denuncia. Pienso si, en tu caso, viajar, amar y denunciar no tienen que ver con lo mismo. ¡Sin duda alguna! [ríe]. Viajar y reconocerse, amar y desamar, y posicionarte en el mundo, tratando de levantar la voz, forman parte de mi vida. Posicionarte como mujer, pelearte como peruana, salir a las calles el mismo día que Manuel Merino se nombró presidente de la República, son parte de un acto vital que tiene que ver con la pulsión de la poesía. Uno puede escribir sobre la muerte, pero la pulsión de la poesía es el eros, es vitalidad.
—¿Crees que leer conceptos como “poesía femenina” o “poesía de mujeres”, tan usados en su momento para hablar del trabajo de tu generación, no resulta un tanto anacrónico? Como dice Rossella di Paolo: “Los poetas siempre por unidad, las mujeres a granel” [ríe]. Era una manera de ponerte en un cajón literario. ¿Qué tipo de poesía era esa? ¿Era poesía pura o poesía social? Entonces, nos calificaban como “poesía de mujeres”. Ahora esas definiciones han dejado de tener sentido. La participación de las mujeres en el ámbito de la poesía es 50-50.
—Si no es más…
Exacto. Ahora ya no hay esa idea específica, tener que ubicarte en un ámbito vinculado específicamente al género. Y mira que Victoria Guerrero acaba de publicar un libro que se llama “La mujer” y Yuli Solís, una excelente poeta, también tiene toda una serie de referentes vinculados con lo corporal. O estas otras poetas jóvenes que escriben desde esta estética otaku y que además utilizan cosplay para poder cambiar de identidades. El ámbito de la teoría literaria feminista para poder entender los procesos de las mujeres tienen plena vigencia.
—Entras a la poesía cuando en el ambiente se vivía la marcada presencia de Hora Zero. ¿Cómo encontrar una voz en momentos en que había una forma de escribir poesía tan marcada y militante?
Siempre hay lo que Harold Bloom llamaba “la ansiedad de la influencia”. Lo que a mí me marcó fue la poesía de César Moro. ¡Era un desatado de la pasión! Pero también me interesaba su interés en el cuerpo del hombre como objeto amoroso. Mis lecturas eran descoordinadas. Por supuesto que leía todo Hora Zero, el Enrique Verástegui de “Los extramuros del mundo” me fascinaba. Y también, por supuesto, a Toño Cisneros y su ironía fina, a Rodolfo Hinostroza, luego leí más a Blanca Varela, a Carmen Ollé, a contemporáneas como Mariela Dreyfus, a Patricia Alba, poeta excelente que no ha vuelto a publicar desde hace treinta años. La poesía tan juguetona de Rossella di Paolo, uno va andando y todo eso marca la poesía. Yo no sé si tengo un estilo: tengo poemas de versos cortos, otro de versos largos. No sé cómo plantear este aprendizaje del estilo. Quizá mi estilo sea un “no estilo”, un `mix' de todo.
—¿Cómo ha cambiado tu visión del amor en tu poesía?
Mis primeros poemas son de una poeta adolescente, con las hormonas desatadas, sin duda, y llena de imágenes de amores contrariados. Como lo decía el mismo Moro:
“Amour a mort”, el amor a muerte, inspirado en la literatura, en la poesía, en el cine de ese entonces. Amábamos totalmente inspirados por la cultura. Hoy en día, las jóvenes feministas han descubierto y atravesado algo que nosotras no vimos: las imágenes equívocas del amor romántico. Ellas me han enseñado a deconstruir el amor romántico y a repensarme también en las relaciones amorosas de mi vida, las que no te voy a contar [ríe]. Digamos que, desde esa perspectiva, en mi poesía hay esa mirada que cuestiona ese amor romántico, que en mi caso era ultra apasionado, dar la vida en el amor, la pasión a más poder. Todo eso forma parte de un mito muy positivo para la poesía, pero que para la vida es un desastre.