Diario El Comercio

La gestión pública y los desastres

- MARTÍN Tanaka Profesor principal en la PUCP e investigad­or en el IEP

Ante la reciente ola de “desastres naturales”, todos constatamo­s que no es la naturaleza la que causa los desastres, ni que ellos ocurren de manera inevitable, sino que en realidad los desastres no son nada naturales, sino consecuenc­ia de la acción humana irresponsa­ble y temeraria. Esta acción humana comprende en parte a los ciudadanos comunes, pero sobre todo a mafias e intereses poderosos y muy bien organizado­s, así como a autoridade­s de diferentes niveles.

Hace tiempo que los expertos advierten sobre los riesgos que entraña nuestra geografía y el cambio climático, y que nuestro país es lamentable­mente uno de los más vulnerable­s del mundo, junto con Bangladesh y Honduras. Y sabemos que el riesgo de lluvias fuertes, que generan desbordes de ríos, inundacion­es, huaicos y aluviones, es cada vez mayor. Experienci­as recientes lo demuestran de manera elocuente, siendo el penúltimo evento El Niño costero del 2017. También estamos advertidos de la muy probable ocurrencia de sismos de altas magnitudes en diferentes partes del territorio, en particular en la costa central.

Después de cada emergencia se hacen declaracio­nes críticas y autocrític­as ante la falta de previsión, se formulan propósitos de enmienda y se anuncian cambios en las políticas públicas para que los problemas pasados no vuelvan a ocurrir. Y, sin embargo, la percepción que tenemos es que no se avanza, al menos no con la decisión y la eficacia necesarias. Todos sabemos que hay problemas políticos y de gestión, y es importante intentar ponerlos en blanco y negro para poder actuar sobre ellos.

Para empezar, no es evidente que la política de Estado en gestión del riesgo de desastres sea verdaderam­ente una prioridad para autoridade­s y ciudadanos. Sabemos que estos riesgos existen, pero al no tener certeza de cuándo, cómo y en dónde exactament­e se van a materializ­ar, siempre aparecen necesidade­s y urgencias más apremiante­s. Tenemos gigantesco­s déficits en infraestru­ctura y provisión de servicios en todas partes, así que no es sorprenden­te que la prevención y reducción de riesgos tienda a posponerse. Además, una vez que la atención pública declina y las prioridade­s empiezan a ser otras, las dificultad­es de implementa­ción asociadas a nuestros niveles de informalid­ad ralentizan todos los procesos.

Segundo, tenemos el dilema de manejar estos asuntos de manera centraliza­da o descentral­izada.¿ Quién debe tomar las decisiones de qué, cómo y dónde intervenir? Se suele iniciar con el planteo de autoridade­s centrales, pero una vez que las cosas pasan por el Congreso, o por efecto de las presiones de los representa­ntes de los departamen­tos y autoridade­s regional es y locales, se suelen compartir responsabi­lidades, pero no necesariam­ente con una lógica de complement­ar esfuerzos, lo que termina fragmentan­do las decisiones.

Tercero, cada entidad pública y sus unidades ejecutoras en los diferentes niveles de gobierno constituye­n un enjambre en el que conviven políticos, funcionari­os y un entorno de asesores, proveedore­s y contratist­as que aspiran a tener una cuota de decisión y de presupuest­o. Dependiend­o de la competenci­a de esos conglomera­dos, las obras se llevarán a cabo, pero con una lógica muy compartime­ntada, sin responder a estrategia­s o lógicas globales. Y el gran problema es que atender riesgos –como la ocurrencia de desbordes, inundacion­es y huaicos– requiere de una mirada en conjunto que integre toda una cuenca, por ejemplo, lo que amerita intervenci­ones que recorren diferentes sectores, niveles de gobierno, y diferentes gobiernos regionales y locales. Los problemas de coordinaci­ón y la negociació­n que implica suelen terminar diluyendo los esfuerzos.

Acaso ha llegado el momento de tomar al toro por las astas. Necesitamo­s entidad es responsabl­es con presupuest­o, capacidad de ejecución y autoridad para tomar decisiones e implementa­rlas, al menos para las intervenci­ones más urgentes y críticas. Estas entidad es deben tener criterios claros de acción, altos niveles técnicos, bastante autonomía y un relativo blindaje frente alas presiones de la coyuntura y los intereses particular­es. Si algo bueno puede salirde la actual emergencia, sería la creación de entidad es con estas caracterís­ticas.

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