Una visita a los maestros
Si bien la honda pasión que Mario Vargas Llosa sintió por Emma Bovary fue descrita por este como “no correspondida”, no se puede decir lo mismo de su fascinación por la cultura francesa, recompensada con su muy justa inclusión en la Academia de ese país. Como nueva muestra de esa insobornable adhesión, el Nobel peruano publicó, en el 2023 –año en que anunció su retiro–, “Un bárbaro en París”, compilación de textos acerca de los narradores, ensayistas y poetas galos que contribuyeron a su formación literaria e intelectual.
Aunque ya es poco probable que Vargas Llosa entregue la ansiada secuela de “El pez en el agua”, sus canónicas memorias, este libro podría funcionar perfectamente como un testimonio tan personal como literario. Cada uno de los textos de “Un bárbaro en París” nos remite a un escritor que forma parte relevante de su mosaico creativo. Ya es ocioso mentar a Flaubert, referente máximo vargasllosiano; no obstante, el breve ensayo aquí contenido es una pieza ideal para introducirse en las motivaciones y ambiciones del autor de “Salambó”. La semblanza de Flora Tristán (inolvidable protagonista de “El Paraíso en la otra esquina”) está plasmada con un profundo conocimiento de su vida y obra, además de una admiración inocultable por la odisea que padeció, mientras que su retrato de Malraux es una lección contra el prejuicio y la unidimensionalidad que muchas veces desfiguran la mirada hacia algunos escritores (primer ejemplo entre nosotros: el mismo Vargas Llosa). Pero, sin duda, los dos mejores textos son los dedicados a Bataille y a Jean-paul Sartre.
Escrito en 1972, “Bataille o el rescate del mal” podría funcionar como perfecto apéndice del monumental “García Márquez, historia de un deicidio”, publicado apenas un año antes. Están ahí las tesis sobre la literatura como un acto de insurgencia y rebelión ante una realidad que este contradice y desplaza, que Vargas Llosa cree “indispensables para cualquier aproximación al fenómeno literario” (afirmación que José Miguel Oviedo puso en duda con buenos argumentos), lo que no le impide señalar el sesgo de Bataille de solo mostrar el lado malvado y abyecto de los hombres, achatando así a sus personajes, privándolos de cualquier posibilidad de grandeza o instinto de vida.
El ensayo sobre Sartre, “El mandarín”, refleja la honestidad intelectual que ha signado la trayectoria de Vargas Llosa a lo largo de seis décadas. Lo escribió en 1980, a raíz de la muerte del autor de “La náusea”, cuando había abandonado la fe en el socialismo y era ya un convencido liberal. Luego de años de alejamiento, se enfrentó a su antiguo maestro con una objetividad melancólica mil veces preferible al dogmatismo del converso. Vargas Llosa engrana los entusiasmos y desencantos (los más) que le produjo Sartre a nivel intelectual y vital, sometiéndolo a un severo juicio literario y como pensador.enverdad,espocoloquequedaenpie,perohayun agradecimiento palpable cuando reconoce que leer las ficciones de Sartre le brindó una noción moderna de la novela o que sus ideas, aunque no eran tan originales como podía pensar en su juventud, le fueron útiles; ese agradecimiento se hace extensivo a todos los nombres congregados en este libro y con los que Vargas Llosa mantuvo una deuda que hace mucho tiempo ha pagado con creces.
“Cada uno de los textos de ‘Un bárbaro en París’ nos remite a un escritor que forma parte relevante de su mosaico creativo”.