“El joven negó que haya matado por dinero. Lo hizo a cambio de droga que quería consumir”.
El primer contacto de Marcos con el crimen ocurrió en las congestionadas pistas del aAv. Colonial. Junto a sus amigos, arrebataba celulares a los pasajeros de las combis que circulaban por la zona. El tráfico infernal y la distracción de sus víctimas facilitaban el trabajo.
La habilidad que mostraba en cada robo lo ayudó a escalar rápidamente en ese mundo marginal.
Como recompensa, un día llegó a sus manos un revólver de 38 mm con el que se inició en el cruento camino del sicariato.
Hoy, Marcos está recluido en un centro juvenil por matar a tiros a un joven que era parte de un grupo con el que él bebía alcohol en ese momento.
El joven negó que haya recibido dinero por el encargo.Según su versión, lo hizo a cambio de droga que tenía ganas de consumir.
En los centros juveniles del Perú, hay 11 jóvenes internados por sicariato. Uno de ellos fue recluido cuando tenía apenas 14 años, la edad mínima en la que un menor puede ser objeto de medidas restrictivas en el país.
Otros tres –incluida una mujer, la única de este grupo– fueron atrapados a los 15 años, dos a los 16, tres a los 17, uno a los 18 y el último a los 19.
Marcos dejó el colegio en sexto grado, una edad en la que ya consumía alcohol y cocaína. En el centro juvenil en el que ha pasado los tres últimos años de su vida cursa ya tercero de secundaria. Marcos quiere volver a empezar, aunque sabe que el camino no será fácil. *Relato adaptado del informe “El fenómeno del sicariato en el Perú”, del Observatorio Nacional de Política Criminal.