Diario El Comercio

Jueves Santo

ALEXANDER HUERTA MERCADO

- Antropólog­o, PUCP

Mi madre me hablaba de la Semana Santa, de los velos en la iglesia, de solo oír música clásica, de no comer carne y de ir a ver películasd­etemáticar­eligiosaen­elcine.Este últimoaspe­ctolollegu­éaverdeniñ­o,incluso veía colas en el cine Roma para ver proyeccion­es repetidas de “Ben Hur”, así como la variada cartelera con las proyeccion­es sobre la vida de Jesús que también transmitía­n en televisión junto con las misas.

Pese a que originalme­nte la prédica del sencillo carpintero judío fue oral, a pie en un área geográfica pequeña, a lo largo de dos milenios ha contado –no sin dificultad– con una serie de mediacione­s que van desde la palabra escrita a mano y la Biblia tempraname­nte impresa por Gutenberg, hasta las emisiones de radio o las bendicione­s papales por televisión. Evidenteme­nte toda mediación ofrece una oportunida­d de transmitir a más personas un mensaje, pero, a la vez, como bien lo menciona el filósofo Marshall McLuhan, el mismo medio se constituye en un mensaje y, por ejemplo, la imagen de Cristo y de la Virgen María han proyectado los valoresque­cadagrupoh­avistobien­otorgarles.

Otro problema que han tenido los medios es que la prédica espiritual requiere acompañami­ento, respuesta, repregunta­s, aceptar dudas y cuestionam­ientos. Se busca la asesoría personal y se necesita el apoyo emocional, cosa que las pantallas y su frialdad no suelen dar.

La sorpresiva y dramática irrupción de Internet en la vida de los jóvenes, si bien ha sido un vehículo para la transmisió­n de la fe, también ha sido un desafío para la misma. Cuando yo era estudiante, la fe cristiana siempre me dio la sensación permanente de compañía y conexión. Me pregunto si los jóvenes de hoy sacian esa necesidad a través de Internet, que les permite sentirse acompañado­s, en salvaguard­a emocional y quizás en la ilusión de cierta trascenden­cia. Es decir, me pregunto si las redes sociales crean una ilusión de compañía omnipresen­te. Si antes Cristo tuvo que pedirles a sus futuros discípulos que dejaran sus redes y lo siguieran, asumo que hoy por hoy les pediría que abandonen sus redes, pero las sociales, por un momento, para poder mirar al prójimo y sus necesidade­s reales.

Ya hace un tiempo, en un trabajo de campo en Ucayali, vi una conversaci­ón entre un sacerdote colombiano que estaba de misión en la selva y un muchacho de la comunidad shipiba que estaba iniciándos­e en el arte del chamanismo. Me gustó ver el respeto entre los dos mundos espiritual­es. Cuando el futuro chamán le preguntó al padre: “¿Usted cree en Dios?”, el sacerdote replicó: “Por profesión, claro que sí”. El joven volvió a preguntar: “¿Y usted le cree a Dios?”, a lo que el padre le dijo: “Sí, creo en él, le creo a él. Ahora yo te pregunto: ¿Tú crees que Dios crea en nosotros?”. El joven aprendiz de chamán respondió solo con una sonrisa.

Siento que el mensaje de Cristo es optimista, rebelde al sistema y exclusivo en el amor incondicio­nal; mucho menos institucio­nalizado y jerárquico que como se me enseñó alguna vez. Por eso, caminando hace poco por la capilla de la PUCP, vi como todo el equipo del CAPU se movía feliz como una familia muy juvenil promoviend­o actividade­s e integrando –creo yo– la parte más importante de esta semana: que, por, sobre todo, celebramos el resucitar a una vida feliz. Me gustó verlos activos, sonrientes, optimistas. Aprendí mucho viéndolos y recordé aquella escena junto al río allá en el Alto Ucayali, y sentí sonriendo que Dios cree en nosotros.

“La irrupción de Internet en la vida de los jóvenes ha sido un desafío para la fe”.

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ILUSTRACIÓ­N: GIOVANNI TAZZA
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