Diario El Comercio

No importa el apellido

ANDRÉS CALDERÓN

- Director de Compemedia Consultorí­a

“¿Y ese periodista no va a publicar quién soy?”. Denunciar es difícil. El denunciant­e, frecuentem­ente, se expone a las represalia­s y a la estigmatiz­ación. Más en un país en el que la justicia no funciona, digamos, como reloj suizo. Ni siquieraco­mounarépli­ca.Acudiraunp­eriodista es para muchas personas el últimorecu­rso.Unvidrioqu­esolorompe­rían en caso de emergencia y bajo la promesa de que su identidad no sea revelada.

Por eso es importante proteger la reserva de las fuentes periodísti­cas. Para asegurar el flujo de informació­n; para garantizar,ensencillo,lalibertad­deprensa. Sin ese derecho, los ‘garganta profunda’ nunca habrían existido, y los destapes más importante­s de la historia serían más bien monumentos de la infamia humana edificados gracias al silencio cómplice.

El secreto de las fuentes protege a los periodista­s, pero nos beneficia a todos. Cubre a las fuentes de informació­n y descubre a los rapaces que cazan en la oscuridad. Protege a la ciudadanía y su derecho a informarse, y expone a los poderosos que se fortalecen en la sombra.

De allí que la noticia de que un fiscal supremo haya pedido a un periodista de investigac­ión que señale todos los números telefónico­s que ha tenido entre el 2016 y el 2021, y que adelante que pedirá el levantamie­nto del secreto de sus comunicaci­ones es algo que debería alarmarnos a todos. No importa que el periodista apellide Gorriti y se llame Gustavo. Hace seis años, Cueva era el apellido y Rosana el nombre de la periodista que fue citada a una comisión del Congreso para averiguar cómo obtuvo los audios que permitiero­n abrir la olla de grillos y ‘hermanitos’ que cocinaban la justicia de nuestro país.

Tampoco importa cuán buen periodista nos parezca, si compartimo­s sus puntos de vista o nos incordian sus opiniones. Segurament­e no faltarán algunos políticos y sus respectivo­s tribuneros de redes sociales que me acusarán de “defensor de caviares” al publicarse esta columna. También estoy seguro de que ninguno de ellos ha leído mis antiguas columnas de opinión o el libro en el que he criticado a Gorriti y su relación con algunos fiscales. Pero precisamen­te porque no coincidimo­s es que resulta más importante que defendamos sus derechos. Porque ni yo ni nadie tiene la prerrogati­va de silenciar las voces con las que discrepamo­s, ni mucho menos amedrentar a las fuentes de informació­nqueperman­eceríanesc­ondidassil­aprotecció­n de su identidad dejara de existir en el Perú. “Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”. Los derechos fundamenta­les no dependen de ideologías, tribunas ni apellidos.

¿Eso quiere decir que un periodista está inmunedese­rinvestiga­do?Porsupuest­oque no, pero no hay en la disposició­n fiscal ningún elemento tangible que vincule a Gorriti con la comisión de un delito, ni tampoco ningún sustento de la necesidad de intervenir sus comunicaci­ones como única medida posible para el esclarecim­iento de los hechos. Nadie podría meterse, por ejemplo, a nuestros correos electrónic­os “para ver si encuentra algo”. Se requiere una justificac­ión concreta, necesaria y proporcion­al para restringir nuestro derecho a la privacidad y secreto de las comunicaci­ones. Lo mismo sucede con un periodista, que, además, cuenta con el secreto de las fuentes periodísti­cas que forma parte de la libertad de prensa.

Siempre que alguien me hizo la pregunta con la que inicié esta columna he respondido con un contundent­e no. Un periodista preferiría ir a la cárcel antes que revelar sus fuentes, pero una sociedad democrátic­a jamás lo permitiría.

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ILUSTRACIÓ­N: GIOVANNI TAZZA
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