El poeta en su isla
La aparición de “Diario de Menorca”, texto póstumo de Enrique Verástegui (19502018), trae a la memoria la publicación de su “Diario de Arequipa” dentro de las páginas de la revista “Lienzo”, en 1991. Ese diario, escrito en 1982, combinaba anotaciones de viaje, poemas, meditaciones estéticas, apuntes de teoría literaria y todaslasimpresionesycertezasqueacosaronalpoeta de “Monte de goce” durante su estancia en la Ciudad Blanca. Era un título de esos que suelen considerarse inclasificables, como tantos otros que Verástegui nos entregó en distintos momentos de su vida, y que ofrecen lecturas paralelas del multifacético corpus de este autor.
Si en el “Diario de Arequipa” nos encontramos con un Verástegui treintañero, afincado en el Perú y presa de depresiones y de pensamientos suicidas, ya enfrascadoenlarealizacióndesuobramagna–elproyecto “Splendor”–, en “Diario de Menorca” hallamos al poeta atravesando una etapa de descubrimientos intelectuales y de ambiciones desbordadas. Elaborado entre la primavera y el verano de 1977, refleja a un joven creador que acababa de ganar la beca Guggenheim y que recorría Europa acompañado por su mujer, la poeta Carmen Ollé, y su pequeña hija Vanessa. Aquelrecorridolodepositócasidecasualidad en Menorca, una bella isla con una “bienaprovisionada”bibliotecaylibrerías cargadasdetítulosquelanacientedemocracia española toleraba tras décadas de totalitarismofranquista.rodeadoporun marindómitoyuncieloprístino,detorres de libros y de ideas bullentes, Verástegui asume la tarea ímproba de escribir un ensayo revolucionario consistente en una lista de metas desafiantes: “1. La concepción ideológica sobre la poesía no ha sido planteada aún y es necesario escribirla. 2. Tampoco se ha planteado el análisis de la construcción del poema. 3. El método dialéctico no ha sido empleado jamás en el análisis del trabajo poético”.
Para acometer tal tarea, el poeta se promete jornadas largas de trabajo y leer cientos de libros. No cumplirá nunca cabalmente con su colosal objetivo, aunque legaría ensayos enjundiosos como “El motor del deseo”, donde desarrolla, mediante un discurso denso y una bibliografía ingente, sus ideas particularessobreelactopoético.hayungermendeeseensayo en este diario, cuando Verástegui asegura que todo aquello que no está impregnado de sensualidad no puede ser revolucionario, porque si la revolución no es placentera, “es una camisa de fuerza”. Compárese esta afirmación con una de las ideas centrales del mencionado ensayo, la del deseo como disparador de la creación poética, que Verástegui consideraba por esos años como una manifestación contra el orden establecido, un agente revolucionario más.
Como suele ocurrir con Verástegui, aquí hay mucho de regodeo intelectual sin una dirección clara. Esto en ocasiones puede significar una incitante marea en la que el lector se deja arrastrar complacido por el imparable flujo de conocimiento que se despliega. En otras, resulta un laberinto sin entradas ni salidas, sin ni siquiera un Minotauro que nos devore. Los poemas que acompañan al diario son más bien testimoniales, pero revelan a un autor en trance rimbaudiano, dueño de una verba plástica, capaz de apoderarse de todos los hechos y de todas las ideas fugaces que cruzaban su infinito firmamento mental. Las minuciosas notas a cargo de Julio Buitrón son un valioso apoyo para el lector profano.