Diario Trome

pancholón en el sauna

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El Chato Matta llegó al restaurant­e por un sabroso chanchito a la caja china con papitas doradas, choclo, ensalada fresca y ajicito molido. Después se pidió una jarrita de chicha morada heladita para ‘apagar el incendio’. “María, el gran Pancholón me mandó un mensaje por ‘wasap’. ‘Chatito, somos los que somos. Te espero en mi sauna privado. Jaimito está poniendo hierba fresca, con bastante eucalipto, manzanilla, hierbaluis­a, romero y su toque de canelita, que le da un rico aroma. Vente ahorita que no hay nadie’. Nos metimos a la cámara de vapor a más de 50 grados. Salimos para entrar al jacuzzi, pidió dos cervecitas heladas y una salsa que le vacila de El Gran Combo... ‘Eres lluvia que me causa penas y dolores/La lluvia que cae del cielo/La que cae a borbotones y me mata/En una tarde gris/(Se ha llevado un poco de tu amor)/Es que el cielo se está nublando/ También mi vista se nubla/Y yo no sé si es la lluvia/O soy yo el que está llorando por ella... Lluvia cruel’. ‘Chatito -me dijo el abogado-, este es mi refugio, las mujeres no entienden por qué paso horas y horas acá. Vivo estresado, los tramposos sufrimos mucho y aquí me relajo. Después de ganar un caso grande me metí tremendo bombón, la hice como en mis épocas de oro. Pero los años no pasan en vano, por mi vida han pasado muchas mujeres, nunca he sido malo, siempre canté las cosas claras, pero reconozco que soy inmaduro y me volví ‘podrido’ desde que era un adolescent­e y una prima me enseñó cositas ricas. Allí me loqueó. Cada vez que veía a una mujer, alucinaba que estaba conmigo en la intimidad’. ‘Pancho -le pregunte-, ¿no te cansas de la vida que llevas?’. ‘Hijo, soy humano y mi corazón también ha sido golpeado. Hace poco me llamó un antiguo amor del extranjero y recordé mis épocas de lujuria. Se llamaba Cindy. Esa mujer movió mi matrimonio. Estaba pegadazo. Una noche la recogí en su casa y la llevé a ‘La Posada’, el hostal de los infieles. Pero la noté rara, distante. Antes de que me metiera a la ducha, me agarró de la mano: ‘Quédate un ratito más en la cama, te tengo que confesar algo. Gordito -me dijo, he conocido a un buen hombre y el próximo mes me voy a casar. Es un peruano que vive en Estados Unidos y está loco por mí. Ya ha venido dos veces, va a mi casa, nos lleva a comer a lugares lujosos con mi mamá’. Su confesión me dejó helado, pero al toque le hice la pregunta del millón de dólares. ¿Lo amas? ‘Nada que ver -me dijo-, pero es bueno, lo hago porque los años pasan y se me va el tren. Tú no me ofreces nada seguro, solo hostales al paso, sexo y sándwiches de 5 soles’. De inmediato le propuse: ‘Cásate, pero sigamos viéndonos a escondidas en La Posada, tú siempre vas a ser mi mujer’. ‘Te lo prometo’, me dijo ella. Nos miramos y besamos apasionada­mente’. Pobre hombre, pensé. El abogado se puso nostálgico”. Asu, ese señor Pancholón es un sinvergüen­za y todavía cuenta sus cochinadas. Va a terminar viejo y solo. Me voy, cuídense.

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