Todo cambia

Si damos lo que queremos esperando algo a cambio, hoy, mañana o pasado, generamos un encono a mediano o a largo plazo.

“Dar sin esperar recibir nada a cambio”. Nos alimenta el espíritu y nos libera de la expectativa por recibir recompensas.

Pues como dice una línea en una de las canciones de Mercedes Sosa: “Lo que cambió ayer, tendrá que cambiar mañana”.

Y estas palabras hacen alusión a las personas, a las situaciones.

Si yo entrego a mis hijos amor y dedicación a cambio de que me cuiden de ancianito, me crearé expectativas; y si no lo hacen por diferentes motivos, mi ancianidad será triste y apesadumbrada.

Miraré a otros y mi tristeza saldrá a la luz.

Mis pequeños de hoy, si los educo bien, responderán según lo que les haya inculcado.

Mi parte no es esperar, sino dar de corazón lo que me nace. Un ser humano de cinco años cambiará a los diez años, y a los quince, y a los veinte, y así sucesivamente.

Para nosotros, los padres y madres, nuestros hijos siempre serán pequeños; sin embargo, ellos crecen y cambian de pensar.

Remembrando al Poema XX de Pablo Neruda: “Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”.

Y saliendo un poco de círculo familiar; los amigos de infancia, de adolescencia; van cambiando con el pasar del tiempo y el alejamiento por diversas causas; sin que ello signifique necesariamente algo bueno o malo.

Cambiar para mejor, eso sí, cambiar para arriba, cómo no, cambiar para variar, un poco difícil.

Ahora que se habla tanto de que no se quiere salir de la Zona de Confort, que, en simples palabras, es el temor al cambio. Habría que repensar en esa postura.

La vida en este planeta Tierra, nos dice todos los días, que el movimiento es el primer paso para el cambio, para el buen cambio.

Así pues, hay que empezar por ver a nuestros pequeños de ayer, como los hombres o mujeres de hoy; a nuestros amigos de ayer; como los acompañantes de hoy, y a nosotros los de ayer; como los renovados hoy.