Carta a un novelista
En otra carta, privada y sin dirección de destino, le mencioné mi profunda admiración porque usted forma parte ya de los inmortales franceses. No puede haber premio mayor para un escritor latinoamericano que estar en la institución que albergó una vez al sempiterno Víctor Hugo.
En esta nueva misiva ya no puedo hacer lo mismo, según podrá comprenderme en lo que sigue, y según una idea a la que usted mismo asentiría: la sinceridad de un verdadero seguidor suyo.
Naturalmente, ya adivina a lo que me voy a referir. Esto es, a la contradicción casi inexplicable en su actual quehacer. Usted, luego de presentarse en la prestigiosa Académie Française, aterrizó en Lima y aceptó los honores de un gobierno a todas luces sanguinario; además, manifestó su conformidad con las políticas de este. Una vez pensé, cuando apoyaba a los fujimoristas hace un par de años, que había sido secuestrado por ellos. Fue un secuestro mental, me dije, pues no podía haber otra fórmula para entender la contradicción de estar al lado de sus enemigos de antaño. Pero ahora, con mayor temor, constato lo grave de la situación: a sabiendas de que el actual Gobierno es el responsable político de las masacres en el sur del país, usted ha entrado a la Casa de Pizarro y ha tomado el té.
¿Sabe?, su acto me ha traído mucho a la memoria lo que escribió en 1999 sobre el señor Borges. Tildó a este de haber sufrido ceguera política –¿lo llegó a decir con sorna? –, porque avaló al Gobierno del general Videla, el sanguinario de la Argentina. ¿No cree que está pasando lo mismo con su persona? Además, también recuerdo muy bien que, en un libro del 2018, usted no le perdonó nada a Jean-Paul Sartre. Inclusive alcanzó a deslizar la idea de que este nunca fue un verdadero revolucionario, sino tan solo un «desesperado burgués» que trataba de ocultar un pasado oprobioso: su condescendencia con los nazis que ocuparon Francia.
¿Por qué condesciende usted ahora con el Gobierno peruano? No creo que no haya visto ninguna imagen de la represión brutal de este Estado. No creo que no haya leído los reportes internacionales observando el accionar violatorio de derechos humanos por parte de las fuerzas del orden. Verá, mi explicación es increíblemente paradójica. Tanto usted como yo somos admiradores de Karl Popper. Sabemos que este fue un liberal de primera; conocemos su repulsión por los totalitarismos; leímos, con deslumbramiento, The Open Society and Its Enemies,
obra con la que Popper atacó ferozmente a Platón, pues este abogaba por un Estado absoluto y que no permitía el cambio social. Sin embargo, señor Mario, ¡usted terminó quedándose con Platón y no con Popper! En el fondo, ama un Estado intransigente, fuerte y legalista, y no acepta, como el viejo griego, ningún desvío del statu quo. Es usted, en verdad, un liberal paradójico.
¿Podemos mencionar algo
sobre las fuerzas armadas? Felicitó, ciertamente, a estas por ponerse del lado de la legalidad al apoyar a nuestra presidenta en su momento. ¿Pero se acuerda qué refirió también uno de los personajes de La ciudad y los perros sobre los militares?; ¿acaso no aseveró que era más fácil resucitar a un muerto a que el Ejército admita un error? Estimado Mario, aquí el Ejército se ha equivocado nueva y gruesamente: ha vuelto a matar a
compatriotas.
Dicen que los personajes contradictorios, como recursos literarios, son elementos eficaces, ya que expanden los horizontes de una novela. Quizá quiera usted ser por fin ese personaje invaluable, de biografía emocionante. Pero la desventaja es vivir atrapado por siempre en la ficción y olvidar la realidad –terrible– de unos cuerpos acribillados.