Arte para embellecer tesoros
Wilfredo Geigel ha dedicado casi dos décadas al estudio de la encuadernación artística que desea promover en el país
Siete cajas de libros antiguos no son cualquier cosa. Traérlas desde otro país, digamos Argentina, tampoco. Pero ese fue el saldo de un viaje realizado por Wilfredo Géigel y su esposa diecisiete años atrás. Él lo recuerda riendo, como quien se salió con la suya o quizás es la alegría de haber cumplido un mandato. Un mandato del corazón.
Porque hay que querer mucho a los libros para cargar con ellos, pagar por ellos, hacerles espacio en la casa y mantenerlos ordenados y limpios todo el tiempo. Hay que apreciarlos aún más para hacer lo que hace Géigel después de aquel viaje a Suramérica.
Ocurre que a su regreso, el abogado de profesión y bibliófilo por pasión comenzó a aprender y a practicar el arte de la encuadernación. Así comprendió el valor del libro más allá de la riqueza de su contenido. Empezó a apreciarlo en todas sus dimensiones.
“Después que uno estudia el libro, ya no es solamente un contenedor de ideas y pensamientos. Es una obra de arte. Un libro bien hecho puede tomar, después de escrito, para armarlo, coserlo y decorarlo, unas 80 a 100 horas”, explica.
Similar a eso que ocurre cuando leemos la primera línea de una buena novela, Géigel quedó enganchado de este mundo de hilo y papel. Tanto así, que dedicó siete años a investigar no solamente el desarrollo del libro sino la práctica de la encuadernación, una manifestación artística en sí misma. Este trabajo está contenido en El libro y su encuadernación, publicado en 2007.
Desde su puesto como Presidente del Con- sejo de Miembros de la Casa del Libro, entidad a la cual lleva muchos años vinculado, Géigel se ha dedicado a apoyar la gestión por dar a conocer la riqueza del libro, su historia, lo que significa para la cultura, la educación y la sociedad, según destaca su directora ejecutiva, Karen Cana.
“Él está completamente comprometido con los libros, tiene una pasión verdadera”, comenta. “Además de ser un encuadernador profesional que ha recibido distinciones en este campo, el licenciado ha escrito libros, ensayos y es conferenciante y coleccionista de libros con amplio conocimiento de su historia y otros componentes”, añade.
APRENDER EL OFICIO. La oportunidad de aprender a encuadernar le llegó a Géigel cuando para el 1997 llegó al taller de Johnny Rojas en el Viejo San Juan a encuadernar una de aquellas obras traídas de Argentina. No re- cuerda el título. Se trataba de algún ejemplar antiguo sobre temas de historia. Muchos de ellos tenían más de 100 años y eran simplemente “raros” o únicos. Sus páginas exhibían grabados hermosos y otros detalles muy atractivos.
Rojas, fallecido hace algunos años y el único considerado por Géigel como encuadernador artístico en el país le mostró su portafolio, una impresionante muestra de arte. Luego, le explicó: “yo creo que te sale más barato si tomas unas clases conmigo”.
Como era de esperarse, él aceptó la propuesta. El curso trataba de técnicas elementales para doblar y coser papel. Ambas tareas son muy importantes para lograr un trabajo correcto cuyo fin principal es que ese libro no se deshile con el paso de los años. Hay que recordar que antiguamente el libro no era considerado un objeto corriente ni se fabricaba mecánicamente. Estaba hecho para
durar mucho y se trataba de una posesión casi exclusiva de familias muy adineradas e iglesias. Su elaboración era totalmente artesanal.
“Cuando todo se hacía a mano, un ejemplar podía tomar dos o tres meses. Escribir el texto, otros seis, si hablamos de los manuscritos del siglo 12, 13 o 14”, recalca Géigel.
Tras finalizar el curso con Rojas, el entusiasta de los libros empezó a buscar dónde aprender más. En la American Academy of Bookbinding de Colorado pasó varias temporadas, año tras años, conociendo diferentes aspectos de la restauración, preservación y encuadernación. También ha tomado cursos en Suiza y otros estados de Estados Unidos sobre temas muy detallados sobre la labor.
“Una vez tomé un taller sobre cómo afecta el abrir y cerrar la costura del libro. Pasamos horas hablando sólo de eso”, explica.
CUIDADOSA LABOR A pesar de que hoy la producción de libros es mayormente industrial, la encuadernación sobrevive como una labor con un fin práctico: proteger un contenido. Pero más allá de eso, puede inter-
pretarse también como un homenaje al objeto, que a su vez se utiliza como plataforma artística. Así lo demuestran algunos de los grandes nombres de este oficio, tales como las contemporáneas Monique Lallier y Tini Miura.
Para aprender a encuadernar artesanalmente se comienza por dominar el manejo del papel y los materiales utilizados para cubrir las obras. Estos son: papel, tela o piel. Géigel opina que todo buen encuadernador también debe conocer a fondo la historia del libro si quiere ser, además, capaz de restaurarlos.
Por ejemplo, para sustituir papel de un libro, el mismo tiene que ser de la misma época del ejemplar. En caso de no estar disponible, se utiliza el más parecido. Otra alternativa es fabricarlo. Aunque no es una práctica común, todavía es posible hacer el papel más antiguo -de fibra de tela- utilizado en la Edad Media. Hay que seguir el proceso de antaño, cuando algunas personas se dedicaban a recoger la ropa vieja para llevarla a los molinos donde se trituraba, se mojaba, se le ponía fijador se metía en unos moldes y salía convertida en hojas para escribir.
Igual que a lo largo de la historia ha cambiado la forma de hacer papel, los métodos de unir los folios que forman un libro también se ha transformado.
“Hay montones de formas de coser, muchas correctas otras inadecuadas. Uno coge los cordones y hace un nervio”, dice al demostrar la técnica. “La idea es que todo esté cogido, lo puedes mover como quieras y eso no se va a desatar jamás”, asegura el encuadernador.
Para coser hay que tener cuidado y destreza, pero la parte más difícil del proceso de encuadernación, al menos para Géigel, es hacer las cabezadas. Así se le llama a los elementos decorativos elaborados con hilo de uno o más colores, cosidos en ambos extremos del lomo del libro. Si buscamos en nuestra biblioteca es posible que no encontremos ningún ejemplar con este detalle, pues es parte de los elementos que son imposibles de reproducir mecánicamente. Pero estas costuras, además de hacer lucir el libro más bonito, también tienen un uso prático: reforzar y proteger la obra.
“Esas costuritas, cuando empecé a hacerlas, me tomaban dos hora y media cada una. A veces no me quedaban como quería. La tendencia es pensar que nadie se dará cuenta, pero ya cuando conoces esto quieres hacerlo bien”, dice quien con la experiencia ha lo- grado disminuir el tiempo a unos 30 a 45 minutos, dependiendo del grosor del libro.
Hablando de protección, otra técnica utilizada en la encuadernación artesanal es pintar el área de papel que queda al descubierto cuando cerramos los libros. Ese borde liso evita al polvo entrar fácilmente. Nuestros libros comunes y corrientes tampoco tienen esa pintura.
La atención a tantos detalles, le ha enseñado a Géigel a aumentar su paciencia, pues hay que “cogerlo con calma” para lograr el resultado deseado. Pero no basta con cuidar el trabajo en su parte estructural. Una vez el libro está cosido y encuadernado, se utilizan muchísimas técnicas para lograr una decoración atractiva en el material que cubre el libro.
“Hoy no se trabajan meramente decorados.
El encuadernador tiene que poner su vena artística para hacer el trabajo”, destaca.
A Géigel le gusta trabajar en piel, pues es un material muy manejable que además luce elegante. Sobre ese canvas las posibilidades son infinitas, tal como demuestra una mirada a sus diseños. Un factor común entre ellos es que sutilmente ofrecen una idea de su contenido.
En las casi dos décadas que lleva encuadernando el artista jamás ha vendido una de estas obras. Los libros que hace los guarda en su biblioteca personal de miles de títulos, o los regala a amistades. Uno de los más preciados en su colección personal es el primero que quedó como él quería. Se trató de un texto escrito por su esposa.
“Tenía que quedar bien y fue muy bien aceptado por la autora”, dice satisfecho sobre el trabajo realizado hace unos catorce años.
Si no se aprovecha económicamente de su arduo pasatiempo es porque a Géigel lo que le interesa es dar a conocer la importancia de la encuadernación fina y artística. Un campo poco explorado en Puerto Rico, pero con mucho potencial ya que el libro- según parece- no va a morir como muchos tecnócratas vaticinaron hace algún tiempo.
“El 'book on demand', que es la producción de libros en números pequeños era de unos 200 mil títulos en el 2014. Ahora son 750 mil”, indica Géigel.
Parece que en un mundo donde todo es tan automático, inmediato, global e incluso inmaterial, tomar en las manos un objeto único, trabajado cuidadosamente, complace los sentidos. Mucha belleza queda contenida en una sola cosa. Una cosa llamada libro.
Información:
— Casa del Libro — Callejón de la Capilla #199, Viejo San Juan (sede temporera). Sede oficial en restauración ubica en la Calle del Cristo #255 y #257 787-723-0354 — www.lacasadellibro.org