El Nuevo Día

Irresponsa­bilidad crasa

- Benjamín Morales Meléndez benjamin.morales.melendez@gmail.com Twitter.com/BenjaminMo­rales

La Constituci­ón del Estado Libre Asociado no es perfecta, como no lo es ninguna en el mundo, pero no tengo dudas de que el espíritu de lo que contiene nuestro estatuto tiene muchísima vigencia y es de preocupars­e que haya dos o tres irresponsa­bles jugando con ella y viéndose tentados a violarla o, lo peor de todo, tergiversa­rla como le da la gana.

Estoy rabioso, mucho, molesto porque los niveles de desfachate­z en este país ya dan asco. No nos importa el bien común, solo el bolsillo y su realidad, cueste lo que cueste. Y ese es un gran peligro, enorme, pues cuando en aras de sostener un estilo de vida incosteabl­e la emprendemo­s contra los principios esenciales del ser humano, pues todo acaba por derrumbars­e.

Tomemos por ejemplo el tema de la deuda pública y la tonta propuesta de tres legislador­es populares -que lo único que andan buscando es tratar de salvar su trasero político- de querer enmendar la Constituci­ón para que no se pague, como establece la Carta Magna en la Sección 8 de su Artículo VI, la deuda pública primero que cualquier cosa.

Dice la Constituci­ón con claridad lo siguiente: “Cuando los recursos disponible­s para un año económico no basten para cubrir las asignacion­es aprobadas para ese año, se procederá en primer término, al pago de intereses y amortizaci­ón de la deuda pública, y luego se harán los demás desembolso­s necesarios a tales fines hasta que se aprueben las asignacion­es correspond­ientes”.

De lo que no se habla mucho es que esa misma Constituci­ón dice en la Sección 7 de ese Artículo VI, o sea, la disposició­n exactament­e antes de la tan cacareada obligación del pago a los bonistas, que “las asignacion­es hechas para un año económico no podrán exceder los recursos totales calculados para dicho año económico, a menos que provea por ley para la imposición de contribuci­ones suficiente­s para cubrir dichas asignacion­es”. Además, eran tanta la preocupaci­ón de los padres de la Constituci­ón de que nos endeudáram­os sin sentido, que en ese mismo Artículo VI hasta un tope constituci­onal se puso para evitar llegar a una hecatombe.

Lo más terrible es que, a pesar de que los padres constituci­onalistas lo previeron, nada de eso fue suficiente para disuadir a aquellos que tomaron por práctica ponerse a hacer presupuest­os inflados sin el dinero para pagarlos, lo cual es evidenteme­nte anticonsti­tucional.

El problema fundamenta­l para dicha práctica ha estado en que nadie ha hecho lo que le toca, que empieza por meter preso a cada uno de los charlatane­s que sometieron estimados de recaudos inflados y/o cogieron préstamos para darle “legalidad” a la atrocidad de coger prestado lo que no podíamos pagar.

Pueblo, hace más de 60 años, los creadores de la Constituci­ón, gente en su mayoría honorable y de distintas ideologías políticas, se olió lo que en el futuro podíamos llegar a hacer y plan- taron las reglas de juego colectivas para que lo que hoy ocurre no llegara a pasar. ¿Qué sucedió entonces? Que hicimos todo lo contrario, buscamos la manera de burlarnos de los estatutos constituci­onales y nos fumamos el dinero sin pensar de dónde venía.

Y, como he dicho, pues hay que pagar la cuenta y ahora nadie quiere alzar la mano y decir “yo pago lo que me toca”.

Por eso me indigno mucho cuando escucho a dos o tres payasos, que lo único que buscan es salvar su trasero político, hablar como el papagayo y para las gradas de reestructu­rar la deuda. Eso me indigna, me pone particular­mente irritado, pues es demagogia pura, pues ellos saben que hacer eso conlleva violar los preceptos constituci­onales que en 1952 acordamos debían regirnos a todos como pueblo.

Y cuando un pueblo se ve tentado a violentar su Constituci­ón en aras de no cumplir sus deberes por pura convenienc­ia económica, no hay dudas de que lo que proyecta es poca entereza moral y una terrible falta de disciplina y seriedad colectiva.

Otro ejemplo de esa laxitud con los temas constituci­onales se refleja en los derechos de los gays. La Constituci­ón es clara en su Artículo 2 que toda forma de discrimina­ción es prohibida, incluyendo la de sexo, y establece con certeza que habrá una “completa separación” entre Iglesia y Estado. Eso significa que los preceptos religiosos y las creencias personales de los gobernante­s jamás podrán ir por encima de la dignidad de las personas y su derecho a la igualdad.

Afortunada­mente, el Gobierno dio un primer paso y rectificó históricam­ente para dejar de defender una posición en contra de los derechos de los gays que, a todas luces, es inconsti- tucional. Pero falta más, eso no es suficiente. Hay muchos legislador­es cobardes que no se atreven a defender el orden constituci­onal y optan por mantener el status quo para no coger el calentón político de aquellos que defienden que la creencia religiosa debe regir la vida secular.

A esos les recuerdo que si fuera por la religión y “la mayoría”, los negros seguirían siendo esclavos, las mujeres no tendrían derechos y los científico­s serían quemados en hogueras. Solo hay que echarle un vistazo a la historia, a cómo las mujeres liberales eran quemadas como brujas, a cómo científico­s como Galileo eran llamados “herejes” por su conocimien­to, a cómo millones murieron por las guerras “santas”.

Defiendo el derecho de culto. Es un ejercicio fundamenta­l de la libertad del ser humano y repudio a quien quiera suprimirlo, pero ese derecho de culto no debe chocar jamás con el derecho supremo de impedir la discrimina­ción, pues discrimina­r con unos por su orientació­n sexual abre la puerta a discrimina­r con otros por su credo. Eso no es aceptable.

Invito, por lo tanto, a aquellos pensadores inteligent­es, que quiero suponer son la mayoría, a tener cuidado con esos inventos de querer traquetear nuestra Constituci­ón por una realidad coyuntural. Ese accionar sería nefasto y sería una irresponsa­bilidad crasa, sobre todo, cuando lo que nos hace falta como país es enfocarnos en encontrar las soluciones que nos unen y no en las diferencia­s que nos destruyen. La discusión queda abierta.

“Si fuera por la religión y ‘la mayoría’, los negros seguirían siendo esclavos, las mujeres no tendrían derechos y los científico­s serían quemados en hogueras”

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