El Nuevo Día

La opción de la Ley 246

- Madelyn Vega Jueza superior

Las cosas están difíciles” es la frase que más se ha repetido en estos días. Y por cosas específica­s, la gente entiende que “el dinero no da”. Esto es, que los ingresos no cubren los gastos. Cruel realidad sin duda.

Aun así me vi en estos días de compras, pues mi hijo se gradúa de noveno grado. Tuve suerte y conseguí lo deseado dentro del presupuest­o acordado. De regreso a mi hogar, observé el rostro de mi hijo. Sentí la alegría entrañable de ser madre y poder proveerle educación, amor, seguridad, valores que son ciertament­e más valiosos que un ajuar de graduación.

Pensé además en los casos que atiendo casi a diario de niños mucho menos afortunado­s. Dentro de la sociedad puertorriq­ueña, que auspicia el amor incondicio­nal hacia los más pequeños, el maltrato y la negligenci­a infantil deberían ser la excepción, pero la realidad es otra. El desfile de casos en los que el testigo silente es un niño víctima de abuso emocional, físico y, dolorosame­nte, abuso sexual, es continuo.

Por eso, es relevante compartir aspectos de la Ley 246 del 16 de diciembre del 2011, aprobada con el fin de amparar a nuestros niños y ofrecerles seguridad, bienestar y protección. Es una ley que salva vidas pues protege a los niños de daños físicos y además porque su norte es que la vida emocional de un menor debe ser feliz y su inocencia, respetada.

La Ley 246 provee para que se pueda solicitar una investigac­ión para garantizar el bienestar de un menor y auscultar su entorno de tal modo que se brinden servicios al niño y a su familia y, de ser necesario, se expida una orden de protección a favor del éste y en contra de quien abuse de él o le maltrate.

En ese engranaje de servicios está por supuesto el Tribunal Municipal ante el que se puede solicitar dicha orden de protección y los procurador­es de familia que velan por que los intereses de los menores sean protegidos. Pero destaco sobremaner­a la labor de los valientes trabajador­es sociales que hacen malabares para comparecer a sala, investigar, rendir informes, visitar hogares y escuelas y hacer recomendac­iones.

En ocasiones, se sabe que hay niños que sufren en la comunidad y nadie lo informa. Se delega en el Departamen­to de la Familia o en la Policía o en la escuela para que alguien diga algo y se salve a ese niño o esos niños de una situación dolorosa en extremo.

Hago un llamado para que ese enfoque de indiferenc­ia sea cosa del pasado. Todos somos el Departamen­to de la Familia. Todos somos responsabl­es del bienestar de los niños que están a nuestro alrededor.

Me motiva escribir estas notas una experienci­a reciente cuando ayudé a mi vecina a doblar la ropa de su niña de un año. Tener en mis manos las menudas piezas de ropa de esa bebé, observar las mediecitas que no medían poco más de una pulgada pone en perspectiv­a que nuestros niños, los miembros más frágiles de nuestra sociedad, nos necesitan a todos.

Un compañero de trabajo me preguntó hace poco cuál había sido el reportaje que más me había calado durante mis años como periodista. Tuve la oportunida­d de entrevista­r a muchas celebridad­es y dignatario­s, cubrir los eventos ocurridos en Nueva York en las Torres Gemelas, noticias importante­s todas. Pero el caso que se me quedó en el corazón ocurrió en el 1999: un niño que al sol de hoy no ha aparecido.

Quizá me afectó porque en esos tiempos iba a ser yo madre, pero tiendo a pensar que nos afectó a todos pues los puertorriq­ueños amamos a nuestros niños y queremos protegerlo­s. Por ello, ruego a todos piensen en la Ley 246 como una opción.

“Todos somos el Departamen­to de la Familia. Todos somos responsabl­es del bienestar de los niños que están a nuestro alrededor”

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