Algaretismo descanalizado
Hace poco, tratando de atrechar entre el Condado y la Ponce de León, por la calle Canals, aledaña a la Placita de Santurce, descubrí la ideología que predomina en nuestro País: el algaretismo descanalizado. Era de madrugada en el resto del País, pero no allí. La algarabía, la música a to’ jender, los carros en el medio de la vía y el caos eran la orden de la madrugada.
De pronto me acordé de una amiga que hace unos años, junto a sus hermanas, compraron con mucha ilusión unas casitas en la calle Robles, paralela a la Canals, las remodelaron y las convirtieron en ese nidito con el que todos soñamos. Al otro día la llamé para ver cómo le iba. Lo que me contó podría ser un guión para una película de horror.
Durante el día, por las tardes y temprano en la noche, el área de la Placita es ese lugar acogedor, donde lo típico y lo moderno conviven en ecléctica armonía para recibir jóvenes profesionales, turistas y amantes de lo pintoresco puertorriqueñista. De las diez de la noche como hasta las dos de la mañana vienen los que “janguean” de noche, pero… más o menos a esa hora, es que llegan los Hunos, los bárbaros, y ocupan la calle Canals, atraídos por los negocios convertidos en discotecas externas, que compiten a decibelazo limpio por la muchachada trasnochadora que allí permanece hasta caer de fondillo intoxicada.
Mientras, los vecinos como mi amiga, que se resisten a dejarle su espacio residencial a la barbarie, sufren el ruido de las motoras, los bocinazos, las peleas y los DJ, para al otro día ir a trabajar, llevar los niños a la escuela, e intentar vivir una vida normal en esa anormalidad.
La noche después trae sus propias sorpresas: botellas de cristal rotas, vasos plásticos tirados por dondequiera, carros dejados frente a la salida de las marquesinas de las casas, tiestos apestosos a orín y excrementos en las escaleras de los balcones. En más de una ocasión, cuando un vecino va a pedirle a uno de estos invasores que no estacione frente a su marquesina, el aludido saca un revólver y amenaza con volarle la tapa de los sesos al atrevido que no le permite poner su carro donde le da la gana.
Y usted dirá: ¿cómo es posible? Pues es posible ya que hace tiempo nuestro país vive ese algaretismo descanalizado en sus instituciones, un caos social que catapulta a la gente que quiere una mejor calidad de vida a irse del País.
Es ese algaretismo administrativo lo que ha llevado a distintas administraciones a coger prestado hasta la quiebra. De la adminis- tración pasada nada más nos toca pagar en los próximos días 4,500 millones de dólares.
Algaretismo es lo que hay en el Departamento de Hacienda, según ha aceptado su secretario ante la Comisión de Hacienda del Senado. Allí dijo que en su departamento se desconoce cuánto deben los contribuyentes, quiénes son los deudores, cuántos son los planes de pagos, quiénes cumplen y quiénes no; no hay un plan de trabajo, no se rinden cuentas, no se sabe nada; y concluye que eso no es de ahora.
Entonces no nos debe sorprender el algaretismo de la Canals. Pero, como soy un empedernido optimista, creo que en medio del caos puede surgir la esperanza. Mi amiga me invitó a una reunión de vecinos para que escuchara de sus propias voces esas historias de horror y vi en ellos esa esperanza. No se rinden, se organizan, buscan información, se convocan y tocan las puertas de sus legisladores y de la alcaldesa, exigiendo el derecho a la paz, a una mejor calidad de vida.
En la reunión estaba un representante del senador Nadal Power y este jueves se reunirán con la alcaldesa Carmen Yulín Cruz, ambos funcionarios de probada sensibilidad y compromiso que, de seguro, tomarán cartas en el asunto.
¿Quién tomará cartas en el algaretismo del País? Eso lo tenemos que contestar nosotros, la ciudadanía. No podemos esperar por nadie.