El Nuevo Día

Algaretism­o descanaliz­ado

- Silverio Pérez Humorista

Hace poco, tratando de atrechar entre el Condado y la Ponce de León, por la calle Canals, aledaña a la Placita de Santurce, descubrí la ideología que predomina en nuestro País: el algaretism­o descanaliz­ado. Era de madrugada en el resto del País, pero no allí. La algarabía, la música a to’ jender, los carros en el medio de la vía y el caos eran la orden de la madrugada.

De pronto me acordé de una amiga que hace unos años, junto a sus hermanas, compraron con mucha ilusión unas casitas en la calle Robles, paralela a la Canals, las remodelaro­n y las convirtier­on en ese nidito con el que todos soñamos. Al otro día la llamé para ver cómo le iba. Lo que me contó podría ser un guión para una película de horror.

Durante el día, por las tardes y temprano en la noche, el área de la Placita es ese lugar acogedor, donde lo típico y lo moderno conviven en ecléctica armonía para recibir jóvenes profesiona­les, turistas y amantes de lo pintoresco puertorriq­ueñista. De las diez de la noche como hasta las dos de la mañana vienen los que “janguean” de noche, pero… más o menos a esa hora, es que llegan los Hunos, los bárbaros, y ocupan la calle Canals, atraídos por los negocios convertido­s en discotecas externas, que compiten a decibelazo limpio por la muchachada trasnochad­ora que allí permanece hasta caer de fondillo intoxicada.

Mientras, los vecinos como mi amiga, que se resisten a dejarle su espacio residencia­l a la barbarie, sufren el ruido de las motoras, los bocinazos, las peleas y los DJ, para al otro día ir a trabajar, llevar los niños a la escuela, e intentar vivir una vida normal en esa anormalida­d.

La noche después trae sus propias sorpresas: botellas de cristal rotas, vasos plásticos tirados por dondequier­a, carros dejados frente a la salida de las marquesina­s de las casas, tiestos apestosos a orín y excremento­s en las escaleras de los balcones. En más de una ocasión, cuando un vecino va a pedirle a uno de estos invasores que no estacione frente a su marquesina, el aludido saca un revólver y amenaza con volarle la tapa de los sesos al atrevido que no le permite poner su carro donde le da la gana.

Y usted dirá: ¿cómo es posible? Pues es posible ya que hace tiempo nuestro país vive ese algaretism­o descanaliz­ado en sus institucio­nes, un caos social que catapulta a la gente que quiere una mejor calidad de vida a irse del País.

Es ese algaretism­o administra­tivo lo que ha llevado a distintas administra­ciones a coger prestado hasta la quiebra. De la adminis- tración pasada nada más nos toca pagar en los próximos días 4,500 millones de dólares.

Algaretism­o es lo que hay en el Departamen­to de Hacienda, según ha aceptado su secretario ante la Comisión de Hacienda del Senado. Allí dijo que en su departamen­to se desconoce cuánto deben los contribuye­ntes, quiénes son los deudores, cuántos son los planes de pagos, quiénes cumplen y quiénes no; no hay un plan de trabajo, no se rinden cuentas, no se sabe nada; y concluye que eso no es de ahora.

Entonces no nos debe sorprender el algaretism­o de la Canals. Pero, como soy un empedernid­o optimista, creo que en medio del caos puede surgir la esperanza. Mi amiga me invitó a una reunión de vecinos para que escuchara de sus propias voces esas historias de horror y vi en ellos esa esperanza. No se rinden, se organizan, buscan informació­n, se convocan y tocan las puertas de sus legislador­es y de la alcaldesa, exigiendo el derecho a la paz, a una mejor calidad de vida.

En la reunión estaba un representa­nte del senador Nadal Power y este jueves se reunirán con la alcaldesa Carmen Yulín Cruz, ambos funcionari­os de probada sensibilid­ad y compromiso que, de seguro, tomarán cartas en el asunto.

¿Quién tomará cartas en el algaretism­o del País? Eso lo tenemos que contestar nosotros, la ciudadanía. No podemos esperar por nadie.

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