No al revisionismo histórico
No hay peor castigo para un estudiante que entrar a un salón de clases, y salir más bruto de lo que se entró. Por eso el rol del maestro es crucial. Y si nos dejamos llevar por el ejercicio de revisionismo histórico que nos presenta el maestro de Historia, Joaquín G. Chévere Rivera, en su columna en El Nuevo Día del sábado 15 de agosto, es lamentable decir que seguramente muchos de sus discípulos correrán esa triste suerte.
Y es que el ánimo antinorteamericano de toda su narrativa queda totalmente evidenciado, en el tono y descontextualización de sus interpretaciones con respecto a los ataques nucleares contra Hiroshima y Nagasaki.
Es muy fácil después de 70 años, y de tener el beneficio de información privilegiada en ese entonces, venir ahora a pontificar santurronamente sobre la moralidad de haber lanzado bombas atómicas para terminar la Guerra.
Omite, por supuesto, el profesor, contextualizar la decisión de quien él llama “el siniestro presidente Harry S. Truman”, contraponiendo los también conocidos hechos históricos de que los japoneses fueron criados desde la cuna hasta la sepultura con tres “verdades cardinales”: que el Emperador era una divinidad, que Japón era invencible, y que eran una raza superior y escogida. En eso último no se diferenciaban mucho de los nazis.
Es por eso que atrocidades como las cometidas en China, documentadas tan gráficamente en noticiarios fílmicos de la época, y plasmadas en el famoso libro de Iris Chang “The Rape of Nankin”, en la que los japoneses asesinaron a más de 300,000 civiles en un período de dos semanas en esa antigua capital china, sumado a los crímenes de guerra contra prisioneros, ya sea durante la Marcha de Bataán, donde decapitaban con espadas samurai a los que no pudieran proseguir la marcha, o en los campos donde utilizaban prisioneros de guerra como saco de práctica para bayonetazos, o donde utilizaban a mujeres coreanas secuestradas como esclavas sexuales dan cuenta de la mentalidad de fanatismo homicida del liderato japonés de la época. Tanto fue así, que incluso luego de haber sido lanzada la primera bomba atómica en Hiroshima, el Consejo de Ministros japonés no se puso de acuerdo para declarar la rendición, y hubo que llamar al Emperador para que rompiera el ‘impasse’.
De no haber sido así, se estima que unos cuatro millones de víctimas, entre militares de ambas partes y civiles, hubieran resultado de una invasión de los Aliados al territorio nacional japonés..., extendiendo así la guerra hasta posiblemente 1947.
Como ven, no todo es tan blanco y negro como lo pinta el Prof. Chévere. Yo solo quisiera que su prejuicio personal contra los norteamericanos no incidiera en la forma en la que les presenta la historia a sus discípulos.
Carlos R. Urdaneta,
Carolina