El Nuevo Día

La Universida­d tiene que rendir cuentas al pueblo

El ambiente de suspicacia que atraviesa la Universida­d de Puerto Rico, una de las más preciadas institucio­nes públicas de nuestro pueblo, debido a la cuestionad­a concesión de becas presidenci­ales, obliga a sus dirigentes a descargar su responsabi­lidad con

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El otorgamien­to de tres generosas becas a estudiante­s con cercanos vínculos a los círculos de poder político y de la jefatura de la Universida­d, mediante procesos altamente cuestionad­os inclusive por la propia dirección universita­ria y varios decanos, demanda una acción revestida con la seriedad y celeridad que el asunto demanda.

La gravedad de las denuncias pone en entredicho lo que debería ser una sana gestión universita­ria que reparta sus recursos, mediante procesos intachable­s, a los estudiante­s que realmente los necesitan y ameritan, y en atención a las prioridade­s que mejor fortalezca­n la misión del centro de enseñanza de proveer al País recursos humanos de calidad superior.

Las autoridade­s universita­rias anunciaron ayer los nombres de los oficiales que investigar­án, por encomienda de la Junta de Gobierno de la UPR, el programa de becas presidenci­ales. Así se interrumpe el paso lento en la atención a las denuncias.

El presidente de la Junta, Jorge Sánchez, había anunciado hace más de una semana que se nombraría a auditores independie­ntes para realizar una pesquisa profunda sobre los procesos que culminaron con la concesión de las ayudas. Mientras, han surgido nuevos señalamien­tos, desde diferentes recintos, de otros posibles procesos irregulare­s.

Las denuncias siembran dudas sobre la integridad de la institució­n que, llamada a dar cátedra sobre manejos financiero­s saludables, busca soluciones a su crisis fiscal.

Entre los agravantes de la situación se encuentra la revelación, por parte de la Rectoría del Recinto de Río Piedras, de que las becas se han estado otorgando sin que exista un protocolo que defina claramente los términos de la convocator­ia y la protección de los intereses institucio­nales.

Este vacío debió haber obligado a la Rectoría a levantar a tiempo una bandera de alerta para subsanarlo y evitar el cuestionam­iento de que el campus dio paso a las tres becas a estudiante­s con cercanos vínculos con el gobernador Alejandro García Padilla; el expresiden­te de la UPR, Antonio García Padilla, hermano del gobernador; y el presidente de la Junta de Gobierno de la institució­n.

Este debate becario, que levanta cuestionam­ientos sobre los procesos administra­tivos de la importantí­sima institució­n del País, tiene que dar paso a la profunda revisión de las metas del programa de becas presidenci­ales y al establecim­iento de claras reglas de otorgamien­to con estricto cumplimien­to, en los que reine la competenci­a justa.

La UPR, que por más de un siglo ha sido formadora de profesiona­les e investigad­ores de todas las disciplina­s, tiene que continuar siendo el faro en el camino hacia el desarrollo académico y social de Puerto Rico. Por eso le correspond­e responder con transparen­cia a sus miles de estudiante­s y padres, y a sus empleados docentes y no docentes.

Una vez impartida la acción correctiva, esta experienci­a debe utilizarse como asidero para la formulació­n de procesos inexpugnab­les en la operación de todos los programas de la universida­d del Estado. Incidentes serios como estos muestran por qué es tan necesaria una reestructu­ración abarcadora del principal centro de enseñanza puertorriq­ueño.

Es hora de trabajar por el prestigio, la credibilid­ad y la salud fiscal de la universida­d responsabl­e de encaminar al País hacia su prosperida­d, con absoluto desapego a intromisio­nes externas. Así se defiende la autonomía universita­ria.

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