De la Pasión a la Esperanza
Hoy la Iglesia celebra la pasión de Jesús. En este día la atención se centra en lo sucedido en aquel primer Viernes Santo: un proceso injusto, en las componendas de odio contra un inocente, un poder imperial que se lava las manos por el derramamiento de la sangre de un inocente, un cruento vía crucis, ser objeto de burlas, víctima de la violencia, el abandono, la soledad, la traición, la indiferencia, los que ven y se alegran del mal, los que ven el mal y no hacen nada.
En medio de todo esto, contemplamos al que traspasaron. Lo contemplamos orando al Padre, pidiendo perdón por sus verdugos y por último, con un fuerte grito, expirando, dando su vida por una causa, la mayor de las causas, la causa de Dios, que es la causa del ser humano, que es la implantación de un reino nuevo, porque nunca ha existido en este mundo, porque es un reino conforme a la voluntad del Padre y no la humana.
Con la muerte de Jesús parecía fracasar todo la esperanza humana. El reino del mal parecía haber triunfado sobre el reino de los cielos. Sus más cercanos seguidores andaban en el reino de la tristeza, de la soledad y del temor. Para el mundo, la esperanza en una vida nueva había muerto en la cruz y el rostro de humano de esa esperanza había sido depositado en un sepulcro que lo silencia todo. Sin Mesías vivo, pensaban los opositores de Jesús, no habría quien anunciara una Buena Nueva, ni quien anunciara la libertad a los cautivos, ni quien pusiera a los pobres primeros y a los humildes les llamara dichoso. Al parecer, el mensaje de paz, misericordia, perdón, compasión habían sido sentenciados en la cruz. La esperanza parecía una palabra vana.
Cuando ya toda la esperanza en algo nuevo, en algo mejor, al parecer era vana, al tercer día, algo sucedió que lo cambió todo. No fueron los signos de la resurrección: piedra de la tumba rodada, sepulcro vacío, las vendas en el suelo, el sudario enrollado. Solo el Resucitado es capaz de cambiarlo todo. Por eso es que María Magdalena ante su encuentro con Jesús Resucitado no duda en llamarlo, “mi esperanza”.
La resurrección del Señor es la causa de la esperanza que puede y debe sostener al ser humano y la causa para resistir, para vencer, para no resignarse, para seguir adelante, venciendo pruebas.
La pasión del Señor y la pasión nuestra encuentran pleno sentido en la resurrección del Señor y ese sentido es la esperanza y la certeza de que el mal no es la fuerza que triunfa cuando hay fe en que algo bueno y nuevo ha de suceder.
Con la resurrección del Señor la fe de quienes en Él habían creído se volvió a fortalecer, volvió a renacer y la alegría volvía a tener rostro humano.
Puerto Rico, en su pasión, también puede y debe encontrar su esperanza en la resurrección del Señor. No podemos negar que los tiempos que estamos viviendo en Puerto Rico son de una verdadera pasión: la traición de aquellos que faltan a su palabra y de los que como Judas, el dinero los mueve; la pasión del abandono de aquellos que pueden ayudarlo, la pasión de la indiferencia de aquellos que desde las altas esferas se niegan a mirar el sufrimiento nuestro que se acerca a una crisis humanitaria; la pasión que produce el acecho de los bonistas que ante nuestra cruz, se rifan nuestras vestiduras.
La resurrección del Señor le da un nuevo sentido a la vida humana y hacia sus actitudes.
Cristo ha resucitado para hacernos personas nuevas y distintas, para hacer pueblos nuevos, naciones dichosas: Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor. Cristo es la esperanza de los pueblos que padecen y sufren como el nuestro.
Que la victoria de Cristo sobre el mal y el pesimismo inspire el alma de nuestro pueblo y aliente la esperanza en que algo bueno y nuevo ha de suceder si perseveramos y nos levantamos.
Con la resurrección del Señor marcharemos de la pasión a la esperanza.