El Nuevo Día

El camino de Jesucristo a la cruz

Tradiciona­l vía crucis en parroquia de Río Piedras

- Una crónica de Leysa Caro González leyca.caro@gfrmedia.com Fotografía de José Candelaria jose.candelaria@gfrmedia.com

Era un poco más de las 6:00 p.m. Las personas entraban y salían desde todas las esquinas de la parroquia San Antonio de Padua, en Río Piedras. Después de varias semanas de preparació­n, la comunidad religiosa estaba a minutos de uno de los momentos cumbre de la Semana Mayor.

“Ya yo estoy ready to go”, dijo Lucía Baca mientras Eva Duarte colocaba sobre su rostro un manto.

“Yo soy de las lloronas”, agregó sobre el personaje que ejemplific­aría, en referencia al grupo de mujeres que siguió a Jesús desde Galilea para servirle.

Las mujeres se alistaban en el segundo nivel de la parroquia. En los arcos de cemento colgaban las vestiduras y textiles de todos los colores. Enormes cajas grises contenían más túnicas.

“Yo tengo como cuatro años ayudando y ya sé

“Esto no es una representa­ción teatral sino una meditación de lo que hizo Jesús”

JIMMY CASELLAS

Párroco de la Iglesia San Antonio de Padua

cómo va”, señaló Duarte mientras colocaba a perfección los mantos, los cuales ajustaba con alfileres e imperdible­s.

La comunidad lleva años celebrando el tradiciona­l vía crucis a través de las calles del casco urbano de Río Piedras. Este año no sería la excepción. “Hay menos personajes por unos sucesos lamentable­s”, explicó Lucy, quien sirvió de guía en el interior de la iglesia. En la parte inferior del recinto estaban Glenda

Santana y José Miguel García, quienes interpreta­rían a la Virgen María y Jesús. Otro grupo de hombres preparaba el área donde Jesús sería crucificad­o.

Santana lleva cuatro años personific­ando a la madre de Jesús. Sin embargo, la familiarid­ad y costumbre con uno de los personajes más recordados, amados y seguidos de la Biblia no ha evitado que cada año sienta la conmoción de una madre a la que le arrebatan a su hijo.

“Cuando me bajan a mi hijo de la cruz y cuando él dice: ‘Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado’”, destacó sobre esos momentos que la siguen estremecie­ndo como el primer día.

“Como madre, le duele el corazón”, añadió mientras se colocaba sobre su cabello un paño color lila con puntilla blanca.

García también ha personific­ado a Judas, pero hace cuatro años que encarna al Rey de los Judíos, como también llaman a Jesús. “Es el mejor papel que uno puede interpreta­r en la vida, llevar el personaje del salvador del mundo, del que te inspiró a crecer, de un Dios que se hizo un hombre para que creciéramo­s en fuerza y espíritu, para mí eso es lo mejor”, sostuvo.

Luisa Rivera estaba a cargo de preparar a García para su interpreta­ción. “Le estoy poniendo un poco de brown aquí para que se vea más huesudo... ya mismo le pongo un poco de violeta en los labios para que se le vean los golpes”, dijo mientras le sañalaba los ojos y pómulos.

“Y la peluca que todos los años es un problema”, interrumpi­ó García entre risas.

Mientras, en el templo ya se comenzaban a escuchar los jubilosos cánticos. Parte de los personajes participar­on del rito religioso.

Al filo de las 8:00 p.m. inició la procesión con la primera estación, la entrega de Jesús para ser crucificad­o.

Era el día de la preparació­n para la Pascua, recoge la Biblia, cuando Pilato lleva a Jesús ante el tribunal o el empedrado, como le llamaban.

“¡Fuera! ¡Fuera! ¡Crucifícal­o!”, vociferaba­n quienes pedían la muerte del hijo de Dios.

“Esto no es una representa­ción teatral sino una meditación de lo que hizo Jesús”, advirtió el párroco Jimmy Casellas segundos antes de partir a recorrer las calles de Río Piedras.

Tal y como ocurrió entonces, Jesús salió cargando su propia cruz.

La lluvia amenazaba con caer. Desde temprano en la tarde la fuerte brisa y el gris en el cielo advertían sobre esa posibilida­d. En la segunda estación, justo cuando Jesús cae por primera vez a causa del dolor de la cruz, llovió.

Los soldados, personific­ados por feligreses de la Iglesia, seguían a Jesús. Llevaban vestidos rojos y cinturones dorados. Le gritaban y golpea- ban. A las mujeres las empujaban para impedir que llegaran hasta el hijo de Dios.

“Señor, te has dejado ultrajar, ayúdanos a no unirnos a los que se burlan de quienes sufren o son débiles. Danos fuerza para aceptar la cruz sin rechazarla”, era la plegaria que resonaba.

En la intersecci­ón con la calle William Jones, la lluvia había apretado. El ruido, el llanto y los gritos de lamento provocaban que las personas se asomaran por las ventanas y balcones de sus residencia­s para ver a Jesucristo pasar, como si se tratase de todo un espectácul­o.

La mayoría tomaba fotos y vídeos del momento con sus teléfonos celulares, imágenes que contrastab­an con la realidad de entonces, pero que dan una idea de cómo sería el camino de Jesucristo a la cruz hoy día.

En medio del dolor, la cotidianid­ad del casco riopedrens­e casi no se vio interrumpi­da. Los cafetines, colmados y hasta un beauty continuaro­n operando. Solo en unos pocos comercios se detuvo la música en señal de respeto y solemnidad. Los comensales también salían hasta la puerta para ver qué ocurría.

Llegó el momento del encuentro entre Jesús y su madre. Era la estación número cuatro. En ese instante la lluvia se intensific­ó y la brisa sopló más fuerte. A María no le permitiero­n acercarse a Jesús. “Ahí está tu hijo”, le gritaron los soldados. Las personas seguían asomándose. Algunos de los policías que prestaban vigilancia parecían identifica­rse con las imágenes que para los cristianos representa­n el mayor sacrificio de Dios por su pueblo.

En la séptima estación, Jesús cae por segunda vez. Sobre su cuerpo, tendido en el mojado y sucio suelo, yace la pesada cruz. Ocurrió en la calle Capetillo, intersecci­ón con la calle 7.

Cada estación, que capturan los 14 momentos de la pasión y muerte de Jesucristo, tiene un propósito, ya sea vestir al desnudo, visitar a los enfermos, consolar al triste o perdonar al que nos ofende. En cada una también se elevó un Padre Nuestro.

El cruce de la avenida Barbosa nos llevó a la comunidad de Capetillo.

“Señor, frecuentem­ente tu iglesia nos parece una iglesia a punto de hundirse. Ten piedad de tu iglesia”, fue el clamor en la estación número nueve, donde Jesús cayó por tercera vez.

Hasta allí, en la calle 12, llegó un grupo de niños que asombrados miraban lo que ocurría, quizás ajenos al simbolismo que enmarcaba cada palabra y cada gesto pero atentos al dramatismo que envolvía la estremeced­ora escena.

La procesión continuó. A pesar de la lluvia se sumaba gente. Sólo unos pocos llevaban sombrillas. La mayoría se mojaba. Ya estábamos más cerca del final.

Jesús ya evidenciab­a el cansancio. Su cuerpo estaba encorvado por el peso de la cruz y sus piernas por momentos parecían debilitars­e. En el rostro, el inclemente dolor hacía estragos.

A unos pocos pasos, no sólo culminaba la calle sino también la procesión, el sufrimient­o y la pasión de Cristo.

Unas escaleras daban acceso al lugar, donde los feligreses habían colocado una rústica cruz en madera. A la derecha había una cancha, donde otro grupo de niños jugaba. La bola no sonó más.

Antes de ser crucificad­o, le rasgaron las vestiduras en cuatro partes, una para cada uno de los soldados. Tomaron también la túnica, dejando al descubiert­o las heridas provocadas por el calvario atravesado.

“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, preguntó Jesús mientras elevaba su mirada al cielo. La lluvia no cesaba.

Junto a la cruz estaba su madre, María Magdalena y su amado discípulo, Juan.

“Ten piedad”, gritaba María mientras extendía sus brazos y miraba al cielo.

Jesús tenía sed. Le dieron a probar una esponja empapada en vinagre. “Todo se ha cumplido”, dijo antes de inclinar su cabeza y entregar su espíritu.

El Hijo de Dios es bajado de la cruz por los soldados y llevado al sepulcro. No más dolor.

“Es lo que hemos querido con este vía crucis, invitar a todo el pueblo de Río Piedras a pensar de la misma manera, a pensar en Jesucristo, a pensar que no fue nada fácil su vida entre nosotros, pero su final y resurrecci­ón nos da completa esperanza”, planteó Casellas.

Ahí no culminó todo. Al contrario, para los creyentes su muerte dio paso a la esperanza de un nuevo encuentro. Fue la muestra del más grande amor.

La peregrinac­ión en la Tierra continúa. En medio de dolores, injusticia­s, abusos y condenas. Para algunos el caminar es entre la oscuridad y bajo el poder de la crudeza de la vida. Para los que creen, aun entre la incertidum­bre, hay paz.

“Regresamos todos juntos como fuimos, caminando”, nos dijo Lucy antes de comenzar nuestra marcha. Así hicimos, marchamos de regreso a la iglesia.

Y es que la vida se trata de no detenerse, de llegar al destino final, ya sea en medio de la noche, que te duelan los pies o bajo una intensa lluvia.

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Como todos los años, la comunidad de la parroquia San Antonio de Padua, en Río Piedras, recuerda la crucifixió­n de Jesucristo con una emotiva procesión.
 ??  ?? Arriba, unos jovencitos esperando en la parroquia que empiece la procesión. Abajo, José Miguel García, en plena preparació­n para interpreta­r el papel estelar de Jesucristo.
Arriba, unos jovencitos esperando en la parroquia que empiece la procesión. Abajo, José Miguel García, en plena preparació­n para interpreta­r el papel estelar de Jesucristo.
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