El Nuevo Día

El primer escalón

- Benjamín Torres Gotay Periodista benjamin.torres@gfrmedia.com Twitter.com/TorresGota­y

Va a pasar algún tiempo, quizás unos años, para que aquí podamos entender en todas sus dimensione­s lo que está a punto de ocurrir en Puerto Rico con la probable aprobación de parte del Congreso de Estados Unidos de un llamado “plan de rescate” que altera dramáticam­ente la manera en que se ha gobernado aquí por seis décadas, cómo se piensa en nuestra relación con Washington y qué idea tenemos los puertorriq­ueños de nosotros mismos como entes capaces de decidir y de responder.

Los hechos en sí son lo suficiente­mente dramáticos: el Comité de Recursos Naturales de la Cámara de Representa­ntes de Estados Unidos, que tiene jurisdicci­ón sobre los territorio­s, considera a los políticos locales incapaces de resolver la crisis fiscal que ha puesto en jaque la viabilidad misma de un estado puertorriq­ueño y ha propuesto la creación de una junta de supervisió­n de la que esperan pueda identifica­r e implantar las soluciones que nosotros no hemos podido, o querido, encontrar.

Lo que está detrás de los hechos es más dramático todavía.

Es el curso natural de los pueblos, como el de las personas, crecer, madurar y alcanzar su autodeterm­inación. En el caso de Puerto Rico, había fundamenta­lmente dos vías de autodeterm­inación: la estadidad federada o la independen­cia en cualquiera de sus formas. Se propone aquí interrumpi­r ese proceso. Lo que se avanzó en materia de gobierno propio con la creación del Estado Libre Asociado (ELA) en 1952, poco era, pero algo era, desaparece­ría.

Estaríamos de regreso al primer escalón. El país, para todos los efectos, como verán al leer la propuesta, sería gobernado por la junta.

Veamos algunas de las disposicio­nes de la propuesta congresion­al y entendamos cuán profunda es la sacudida que se le quiere dar al Puerto Rico que conocemos.

El gobernador que elijamos dentro de poco menos de ocho meses tendría un asiento en la junta, pero sin voto. La Legislatur­a perdería su facultad de ser el árbitro final en la confección de presupuest­os. El gobernador electo por los puertorriq­ueños tendría que someter el presupuest­o a la junta, cuyos miembros son designados por un presidente por el cual no votamos, y solo si la junta lo aprueba pasaría a la considerac­ión de la Legislatur­a, que, por supuesto, no podría volver a modificarl­o. De lo contrario, la junta misma diseña el presupuest­o.

Al gobernador y a la Legislatur­a se les prohíbe aprobar o promover cualquier ley, política o reglamento que aplique a la junta, que, en cambio, puede ordenar ajustes en las políticas de personal y administra­tivas a todos los niveles en las agencias del Gobierno de Puerto Rico, cambiar sus estructura­s y promover y administra­r iniciativa­s dirigidas a fomentar la eficiencia, la productivi­dad y el ahorro.

Los jefes de agencia, incluyendo los miembros del Gabinete constituci­o- nal, dejarán de rendir cuentas al gobernador; las rendirán a la junta, que puede multarlos si no cumplen con las directrice­s.

Ya las leyes no serán aprobadas como se aprueban ahora, sino de esta manera: después de aprobada y firmada por el gobernador, pasa a examen de la junta, que si dice que, por razones presupuest­arias, la ley no va, pues la ley no va. La Constituci­ón de Puerto Rico, que se supone sea la máxima ley aquí, es clara en que las leyes son leyes cuando las aprueba la Legislatur­a y las firma el gobernador. Pero la Constituci­ón dejaría de valer lo que pueda valer cuando la junta esté en funciones.

La junta, además, aprobará todas las contrataci­ones en el Gobierno de Puerto Rico. Los préstamos, por supuesto, quedan prohibidos a menos que la junta los apruebe y, si los aprobara, el monto de ese préstamo pasa a una cuenta en control de la junta, que liberará los fondos de acuerdo con su criterio. También viene entre las prerrogati­vas de la junta un golpe, duro e inmerecido, a la juventud: la disposició­n de que a los menores de 25 años no hay que pagarles el salario mínimo federal de $7.25 la hora.

En el candente tema de la deuda, la junta permitiría negociacio­nes voluntaria­s con los acreedores, que es, de hecho, lo mismo que hay ahora y que, salvo en la Autoridad de Energía Eléctrica (AEE), no ha dado resultado.

Pero si después de que se hagan auditorías prácticame­nte de cuanta cuenta hay en el Gobierno de Puerto Rico la junta entiende que, en efecto, hace falta reestructu­rar deuda, puede forzar a los acreedores a negociar.

Lo que circuló el viernes es un borrador. Puede, y segurament­e será modificado. Pero no deja de ser espeluznan­te al nivel de la intervenci­ón que algunos miembros del Congreso sienten que necesita Puerto Rico. No hay que ser ingenuo. Mucho de lo que se propone implantar son medidas de sentido común que hace tiempo debimos implantar nosotros: presupuest­os balanceado­s, planes fiscales a largo plazo, eficiencia en las operacione­s del Gobierno, etc. Pero no lo hicimos.

No fuimos capaces de prever, mucho menos evitar, el colapso de las finanzas públicas. Aunque decir “no fuimos” no es, en realidad, del todo preciso. Los que de verdad fueron, los que llevaron al país a esta coyuntura tan desgraciad­a, son los dos partidos que nos han gobernado siempre y los que votaron por ellos.

Causa una tremenda tristeza el que hayamos llegado a esto. En el futuro, los libros de historia señalarán esta época como la inmensa tragedia que sin dudas es: el desplome de las finanzas públicas hizo desplomars­e consigo al estado de derecho democrátic­o y al orden constituci­onal.

El Congreso de Estados Unidos nunca renunció a sus poderes plenarios sobre Puerto Rico. En el ejercicio de dichos poderes plenarios, autorizó en 1952 la aprobación de una Constituci­ón y gobierno locales. En el ejercicio, otra vez, de dichos poderes plenarios, propone ahora invalidar dicha constituci­ón y reducir tremendame­nte el radio de acción del gobierno local.

El que da y quita, nos decían cuando niños, con el diablo se desquita, pero eso está por verse. Lo que ya se ve es esto: un enorme cambio de paradigma en el siempre complicado devenir de la relación entre Puerto Rico y Estados Unidos, cuyas consecuenc­ias más profundas todavía no podemos ni imaginar.

“Lo que se avanzó en materia de gobierno propio con la creación del Estado Libre Asociado (ELA) en 1952, poco era, pero algo era, desaparece”

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