La mirada colonial
Un estudio fascinante sobre cómo la fotografía estereoscópica ayudó a conformar un discurso de justificación colonial que dependía de la inferiorización de los colonizados
Cuatro niños desnudos, uno de ellos blanco, miran hacia el mar de espaldas al espectador. El calce dice “Esperando al Tío Sam”. Un soldado americano, identificado como tal por sus botas, su sombrero, su cartuchera de balas con las siglas “US” carga, envueltos en su bandera, a tres niñitos negros. El calce reza: “The Philippines, Porto Rico and Cuba –Uncle Sam’s Burden (with apologies to Mr. Kipling)”. Dos niñitos haraposos posan frente a la cámara contra un trasfondo agreste. ¿El calce? “Porto Rican Boys in their Sunday Dress near Aibonita (sic)”. En aún otra imagen, un niño negro, desnudo, trepa una palma; debajo dice: “A Little Tree Frog – Learning to Climb”.
El desfase entre lo visual y lo escrito entraña una ironía corrosiva, peor aún en la imagen de una choza de bejucos a medio construir, que cobija malamente a dos mujeres y dos niños con otros dos muchachos mayores en un plano más cercano. El calce dice: “One of the happy homes of Ponce, Porto Rico”.
Las imágenes son parte del amplio acervo de testimonios documentales visuales y escritos que se multiplicaron tras la Guerra Hispanoamericana para dar a conocer al público estadounidense cuáles eran y cómo eran las nuevas posesiones. Este libro presenta las fotografías estereoscópicas, es decir, de índole tridimensional, técnica desarrollada a partir de 1850, mediante la cual el espectador se “mete” dentro de la foto. La popularidad de tal tecnología alcanzó un gran auge a la vez que los Estados Unidos se hacían de un imperio colonial. La estereoscopía se convirtió –según afirma el autor de este libro interesantísimo- en “el primer sistema universal de comunicación visual antes del cine y la televisión”. Incluso se convirtió en un recurso educativo importante y ampliamente utilizado.
Se le dio, además, un uso específico en el caso de las nuevas posesiones adquiridas por Estados Unidos tras la Guerra Hispanoamericana: no solo documentó cómo (aparentemente) éramos sino que también ayudó a construir un discurso colonial coherente. El que la aún joven república de Estados Unidos de América adquiriera un imperio colonial fue un desarrollo sorprendente para muchos y cuestionado en ciertos círculos, entre ellos los de republicanos como Andrew Carnegie y Benjamin Harris, renuentes a la idea y los de pensadores como Charles Eliot Norton y William James. La justificación propuesta para adquirirlo no dependía solo de rimbombantes retóricas sobre la libertad americana según la Doctrina Monroe, sino también de la elaboración de un discurso colonial fundamentado en la “obligación” de rescatar del atraso, la ignorancia y la pobreza a poblaciones enteras que, según esa perspectiva, tenían carencias materiales y espirituales abominables.
Las fotografías, tanto las que ilustraban los libros de la época como las estereoscópicas que conformaban series “educativas” y recreativas, fueron conformando un discurso de inferiorización de los pueblos conquistados mediante estereotipos aplicados a poblaciones enteras. Se obró una infantilización y feminización de los nuevos sujetos coloniales (no hay apenas fotos de hombres profesionales ni de líderes). El imaginario creado por las fotos estereoscópicas, cuya tridimensionalidad las proyectaba como especialmente verosímiles, nos representaba como incapaces de gobernarnos y de progresar. La insistencia en representar la pobreza y la negritud desde una mirada condescendiente –abundan, por ejemplo, los niños negros en poses y actitudes que remiten visualmente a la idea de que son salvajes, ya sea porque se encuentran en medio de una vegetación selvática, ya porque están desnudos o ejecutando acciones primitivas- refuerza la impresión de atraso e incultura. Las imágenes fueron determinantes en la construcción de una representación del puertorriqueño que perdura hasta el día de hoy en algunos sectores.
El libro es un estudio no solo fascinante sino abarcador. Incluye la explicación minuciosa de la técnica estereoscópica y sus proyecciones comunicativas además del análisis de la manera en que los fotógrafos “construían” la foto mediante su selección de sujetos, la ambientación de estos, la inclusión y omisión de elementos y el tipo de pose requerida. Todo ello influía en la transmisión de un punto de vista o una impresión. “Leer” informadamente estas fotos supone estar consciente de tales artificios. La labor del historiador, dice Crespo Armáiz, “debe ser la de contextualizar, o mejor, re-contextualizar la imagen fotográfica; examinar las condiciones en que se produjeron, aquellas mentalidades o discursos ideológicos que la conformaron en el pasado y aquellos que aún le adscribimos en el presente”.