Sentemos a los jóvenes a la mesa del diálogo
Nuestro País y sus instituciones están llamados a brindar a nuestra juventud espacios de primera fila en la arena del diálogo a través del cual construiremos la agenda de País que nos conduzca a superar los complejos problemas de gobernanza y de rezago so
El espacio para la discusión sobre el futuro de Puerto Rico tiene que contar con la participación de la nueva generación para que, en convivencia armoniosa con aquellos que le construyeron el presente, se detenga el deterioro que ataca ferozmente a los que apenas comienzan a vivir.
Expresamos nuestro apoyo pleno al reclamo de participación de la clase juvenil, más que nunca en estos momentos de escepticismo e incertidumbre por la crisis fiscal que intensifica el desempleo, y de la desarticulación social que lleva a la violencia y otros males sociales.
Miremos con apertura la responsabilidad individual y la disposición a asumirla que demostraron cinco jóvenes participantes en una reciente Mesa Redonda con El Nuevo Día, en representación de sus pares. Se trata de una juventud en búsqueda de acciones que derroten lo que ella misma califica como la “cultura de la comodidad”, que exige derechos y beneficios pero no acepta responsabilidades y no promueve el esfuerzo personal ni para su propio beneficio.
Nuestros jóvenes son conscientes de los retos que el País enfrenta. Alzan su voz contra el alto nivel de dependencia que vive el pueblo puertorriqueño, utilizada por muchos políticos para el amarre de votos a sus partidos o su ideología; los prejuicios sociales que enfrenta una parte considerable de la población, especialmente la aglomerada en barriadas pobres y residenciales públicos; la dificultad de acceso de jóvenes a foros y otros mecanismos de participación activa para la discusión de los problemas que les afectan; la tendencia oficial a limitar al ejercicio del voto la responsabilidad social de jóvenes y adultos, que, para que sea efectiva, tiene que ir más allá del día de la elección general; y el bipartidismo que ha llevado a la permanencia de un estado de incapacidad gubernamental sólo obediente a la permanencia en el poder.
También son conscientes de la necesidad de involucrar de forma permanente a la familia en el fortalecimiento de patrones que superen los ejemplos destructivos y los problemas de autoestima que frustran sus aspiraciones. Es un hecho grave que la criminalidad haya convertido en presa fácil a la población de menos edad.
Precisamente, los jóvenes son protagonistas de preocupantes indicadores del País. Datos del Instituto de Estadísticas de Puerto Rico apuntan a que el emigrante puertorriqueño es cada vez más joven y tiene menos oportunidades laborales. El Consejo de Educación Superior ha revelado que apenas alrededor del tercio de la población universitaria de la Isla completa su grado de bachillerato al término de seis años. Mientras, más de 475,000 de los niños y jóvenes de Puerto Rico –equivalentes al 14% de la población total de la Isla– viven en estado de pobreza, de acuerdo con un informe del año pasado de la Fundación Annie E. Casey y del Instituto del Desarrollo de la Juventud.
Estamos obligados a abrir espacios a la juventud que quiere cambiar la realidad que mantiene a miles de niños y jóvenes sumidos en ambientes de inseguridad económica y social. De ahí la atención que desde el gobierno y la sociedad civil debe darse, con un sello de compromiso real, a los reclamos de una nueva cepa dispuesta a dejar atrás el pesimismo, confiada en que la reconstrucción social y económica de Puerto Rico es posible.