Los destacados del certamen de cuento corto de la USC

El espejo es el campo de batalla donde muero todas las noches. Me esfumo. Se escurre el semblante femenino que chispea una hermosura multicolor y reaparece el rostro taciturno del hombre que me atormenta. El algodón y los productos desmaquillantes me arrebatan la máscara, me revelan la maldita verdad de mi realidad: una mujer cautiva bajo la piel de un varón que no conecta con mi identidad. Luego, en mi cara limpia no me hallo más.

De pequeña fue más sencillo; era simplemente un niño afeminado. Sin más complejidades. No obstante, los engaños caducan. Mirarse por dentro duele; conocerse a veces es desgarrador. Las familias rechazan, los amigos traicionan, dios sataniza, el espejo aniquila... Por eso ahora me alcoholizo; para enajenarme, para olvidar que ante los demás nunca podré ser igual a las mujeres que me rodean; mucho menos como las que admiro: Julia de Burgos, aunque yo misma sea mi ruta, o Frida Kahlo, pese a estar enamorada como una idiota de un Diego Rivera cualquiera. ¿Por qué no, si soy tan mujer como ellas?

A diario me desvelo y lloro de rabia porque no me toman en serio y me clasifican por mi entrepierna; porque para la gente no soy más que una loca sinvergüenza. Aprieto los dientes y maldigo la vida por traerme vestida con este disfraz indeseado. ¡Solo quiero ser feliz como todo el mundo! No aguanto más las burlas de la sociedad ni mi propio rechazo que me descuartiza a pequeños pinchazos. Hoy lo decido. Voy a pintar, con maquillaje, mi rostro en el espejo para seguir siendo, cada noche, la que me da la gana: una hembra valiente y embellecida de colores.