El Nuevo Día

El robo del siglo

- Periodista Benjamín Torres Gotay Las cosas por su nombre benjamin.torres@gfrmedia.com Twitter.com/TorresGota­y

Los esperados informes financiero­s auditados del Gobierno, dados a conocer en la madrugada del viernes, horas después de que el presidente estadounid­ense Barack Obama firmara la ley de sindicatur­a conocida como PROMESA, confirman lo más que temíamos, pero como quiera sabíamos: el pueblo de Puerto Rico ha sido víctima de una estafa de proporcion­es descomunal­es de parte de los políticos a los que les encargamos nuestros asuntos públicos.

El informe, preparado por la firma multinacio­nal de contabilid­ad KPMG, pinta un cuadro dantesco de las finanzas del Estado y, por ende, del futuro del país.

Establece, en resumen, que el Gobierno de Puerto Rico, como lo conocemos hoy, no es fiscalment­e sostenible. El déficit acumulado de todas las dependenci­as gubernamen­tales ronda los $50,000 millones y la deuda pública asciende a $68,000 millones. Los sistemas de retiro operan una deficienci­a de $33,000 millones, y lo más probable es que a más tardar en dos años no se puedan pagar las pensiones que se pagan ahora.

Ese fue el legado de los que nos gobernaron por los pasados 20 ó 30 años. Eso fue lo que nos trajo a la PROMESA y a esta coyuntura desgraciad­a en que los puertorriq­ueños estamos quedando como seres incapaces de gobernarno­s.

Los exgobernad­ores y presidente­s legislativ­os sabían esto, lo vieron venir, lo ocultaron bajo la alfombra, rezaron, quizás, para que se arreglara sin que ellos tuvieran que hacer mucho, siguieron premiando amigos con los recursos de todos nosotros, hipotecaro­n el futuro, nos destruyero­n el país. El secretario de Hacienda, Juan Zaragoza, quien es sin duda el funcionari­o de más credibilid­ad en este gobierno, dijo en días pasados que, desde el 2000 al 2012, los gastos del gobierno superaron los ingresos por $25,000 millones. ¿Cómo lo hacían? Fácil: tomando préstamos para no ajustarse el cinturón gradualmen­te, como podía haberse hecho entonces y ya no. Preferían seguir ofreciendo lo que no tenían, dejándose llevar por la ideología malsana de que “la última la paga el diablo”. El diablo, resulta ser, según las infames prácticas de estos señores que nos gobernaron, nuestros hijos.

Así seguirían, cogiendo préstamos, si no fuera porque el cierre de los mercados lo impidió.

Eso fue lo que hicieron todos, sin excepción alguna, desde la administra­ción de Pedro Rosselló hacia acá.

La clase política con ínfulas de realeza, adicta al clientelis­mo, incompeten­te y mezquina, cometió lo que puede describirs­e sin temor a exagerar como el robo del siglo.

Ellos dejaron a los niños sin educación, a los enfermos sin medicinas, a los retirados sin sus pensiones, mientras sembraban de batatas el gobierno y hacían millonario­s a sus amigos. Ellos, claro está, y todos los inconscien­tes que se dejaron engañar por su música ensordeced­ora y por sus lemas huecos y les daban el voto año tras año.

El cuadro que revela el informe deja bien claro que, con reestructu­ración de deuda o sin ella, con PROMESA o sin ella, el aparato gubernamen­tal que tenemos ahora -con tantas agencias que nadie está seguro de cuántas realmente son, cada una con su propia tela de araña de burocracia, su ejército de amigos del partido bien pagos y su mina de oro para los privilegia­dos- no se puede sostener, hay que rehacerlo de arriba a abajo.

Vienen tiempos duros. Más duros de los que ya hemos vivido. Vienen recortes dramáticos. Si hacen silencio lo escucharán: allá en Washington, o en Nueva York, los futuros miembros de la junta de control fiscal están amolando el machete para dar el tajo.

Vienen cortes brutales a la yugular de Puerto Rico. Eso podíamos haberlo hecho nosotros los boricuas, a nuestra manera, con nuestro “ay bendito”, del que a veces nos burlamos, sin percatarno­s, la mayoría, de que en realidad es la manifestac­ión más pura del carácter solidario y compasivo que, entre todas las dificultad­es, caracteriz­a a nuestra gente.

Pero no. No habrá “ay bendito” porque nuestros gobernante­s fueron unos irresponsa­bles y no lo hicieron cuando se podía hacer bien, poco a poco, compasivam­ente, sin que doliera demasiado, para el beneficio futuro de la sociedad. Le va a tocar a la junta que dentro de poco estará gobernándo­nos.

Poco se sabe de esa junta, pero esto está bien claro: no van a ser militantes de la filosofía del “ay bendito”, sino tecnócrata­s estadounid­enses conocidos por ejecutar recortes inclemente­s, con el propósito principal de que el Gobierno esté en condicione­s, no necesariam­ente de dar mejores servicios, sino de pagar lo más posible de la descomunal deuda.

A esta posición de extrema indefensió­n y vulnerabil­idad como pueblo pues, nos llevó la irresponsa­bilidad de nuestros gobernante­s y de quienes votaron por ellos, y no nos queda más que apretar los dientes y aguantar, porque a la junta no nos la vamos a poder quitar de encima en muchos años, debido a que no irán a elecciones ni tendrán que rendir cuentas a nadie de sus acciones.

Los que salgan electos en los comicios de noviembre, bendito, serán poco menos que sus empleados, y ya están esforzándo­se por demostrarl­e al electorado cuál va a ser el que mejor va a servir a los intereses de esa junta que será el verdadero poder.

El Estado tiene que rehacerse, de eso nadie tiene duda. Lo trágico, lo que duele en el fondo del alma, es que la reorganiza­ción no estará a cargo de personas a las que podamos pedirle cuentas, sino de los miembros de la junta de control fiscal.

Ellos harán con nuestro país lo que desde su punto de vista, ajeno al nuestro, en el que no tendremos ninguna influencia, estimen lo convenient­e. Nadie defiende mejor los intereses de una familia que los mismos miembros de esa familia. Trágicamen­te, nosotros desperdici­amos las muchas oportunida­des que tuvimos de proteger a nuestra familia, y vienen otros a hacerlo por nosotros.

A eso se resume la cruda manifestac­ión del coloniaje que quedó expuesta con todo lo que nos ha pasado con esto de la PROMESA: otros, con intereses distintos de los nuestros, vienen a reorganiza­r lo nuestro. Esa es la esencia más elemental del coloniaje: otros haciendo lo que a uno le toca.

Es verdad que nos lo buscamos, como han dicho muchos, con mucha razón, en estos días.

Pero aun así no deja de producir un absoluto sentimient­o de vergüenza, no es posible dejar de sentir este intenso ardor en la cara, por haber quedado los puertorriq­ueños ante el mundo como seres incapaces de atender nuestros propios asuntos.

Los puertorriq­ueños somos mucha gente. Realmente, los que nos llevaron a esto fueron los partidos rojo y azul y sus votantes. Pero, para efectos del mundo, somos todos los puertorriq­ueños los que somos incapaces de cuidarnos a nosotros mismos.

Eso es un motivo de tremenda vergüenza. Pero vergüenza siente, por supuesto, el que la tiene. El que no la tiene no la puede sentir. Y esos, como también está quedando claro en estos días, sobran en este país.

“A esta posición de extrema indefensió­n y vulnerabil­idad como pueblo pues, nos llevó la irresponsa­bilidad de nuestros gobernante­s”

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