Releyendo a Vicente Géigel Polanco
Géigel Polanco escribió, a principios de los cincuenta, una serie de artículos sobre el ELA. Vale la pena releerlos
Lo supimos –o debimos haberlo sabido- siempre: que el ELA era una “criatura de ficción” como lo llamó Vicente Géigel Polanco en este libro, publicado primeramente en el 1972. En él reunió varios artículos periodísticos aparecidos en El Mundo y El Imparcial entre marzo de 1951 y julio de 1952 (antes, durante y después de los trabajos de la Asamblea Constituyente; el último es del 25 de julio, que calificó como “día de aflicción”). También reúne otros, escritos en el primer aniversario del ELA, el séptimo, el undécimo y el vigésimo.
Sorprende su relectura; señalan, con claridad diáfana, los defectos del proyecto... y sus efectos previsibles (tan patentes ahora). El más devastador: el ELA ratificó el estado colonial establecido por la Ley Jones en 1917 con los votos, es decir, que la colonia aprobó su propia sujeción. “... dar nuestro pueblo su aprobación, su consentimiento, su conformidad, a esa relación política que nos denigra y a esas relaciones económicas que nos atropellan no se justifica, ni se explica...,” escribió el 21 de mayo de 1951. También vislumbró la verdadera justificación del proyecto por parte de EEUU: ante la situación mundial de postguerra, convenía que los puertorriqueños “dieran su formal consentimiento a sus presentes relaciones con Estados Unidos” (subrayado nuestro). La cita es de una carta del subsecretario de Estado de EEUU a los comités congresionales que debían aprobar la Ley 600.
Todo ello apunta a una situación humillante y posiblemente insólita en la historia, pero cuyo alcance no se vislumbró claramente ante el brillo enceguecedor de una prosperidad inmediata e innegable, aunque fundamentada sobre la dependencia.
Al explicar por qué la Constitución redactada en el 1951 no fue tal, como tampoco lo fue el llamado “convenio” con los EEUU, Géigel señalaba que el documento dejaba intactas las disposiciones de la Ley Jones que regían (y rigen) las relaciones políticas y económicas entre Puerto Rico y Estados Unidos. Al enumerarlas, ilustró la carga injusta que suponen para nuestro país. Aclaraba, además, que no puede haber constitución sin soberanía de la que emane la autoridad de un pueblo para gobernarse. En nuestro caso lo que hay es una delegación de poderes y la sujeción a una autoridad mayor, como confirman las enmiendas que impuso la Cámara de Representantes de los Estados Unidos al documento, entre ellas la eliminación de toda una sección (la 20 del Artículo II) que trataba de los derechos humanos y de la posibilidad de expandir la producción local. Géigel señaló que “no existe ni puede existir convenio alguno entre el Congreso y un territorio sujeto a su exclusiva jurisdicción...”.
La confirmación de este estado real de las cosas fue la suerte que corrió el Proyecto Fernós Murray, que en 1959 intentó infructuosamente ampliar modestamente nuestra autonomía. “...fue el primer intento oficial de la Asamblea Legislativa de PR de mejorar la estructura gubernativa unilateral y abusiva de la Ley de Relaciones Federales con Puerto Rico”, según Géigel. Pero a pesar de que Eisenhower se había comprometido con transmitir al Congreso cualquier intento de los puertorriqueños para ampliar su soberanía (y esto ni siquiera alcanzaba a tanto), no hubo tal transmisión ni aceptación del proyecto. “El resultado de esta iniciativa puertorriqueña fue una flagrante violación del compromiso del gobierno de Estados Unidos”.
En una conferencia del 1963 aquí incluida, Géigel analizó en detalle lo sucedido en la ONU cuando en el 1953 los EEUU presentaron su petición de no rendir más informes sobre la Isla porque esta tenía ya un gobierno propio y una Constitución. Allí sí los EEUU se refirieron a un “pacto bilateral de asociación entre el pueblo de Puerto Rico y Estados Unidos” y pidieron que no se tomara en cuenta lo dicho en el Congreso sobre las leyes relacionadas con Puerto Rico. Con todo, hubo mucha oposición a la petición, oposición que los Estados Unidos vencieron con presiones directas e indirectas.
Nada más claro que estos escritos sobre el ELA. Pero preferimos la ficción agradable de la bienandanza sobre la realidad dura y difícil de la verdad. Jugamos a la autonomía; nos ofuscamos ante la calma aparente del status quo y el atractivo de la prosperidad. Ya no tenemos ni lo uno ni lo otro. Nos tocó la hora de la verdad. Ni los puertorriqueños ni los estadounidenses, dijo Géigel, “estuvieron a la altura de su responsabilidad histórica” cuando se fraguó, se presentó y se ratificó la Constitución de Puerto Rico.
¿Lo estaremos nosotros ahora?