Carta del editor La lección
Qué difícil resulta siquiera intentar mantener una actitud positiva u optimista, hacia la vida con las cosas que acontecen en nuestro país. No importa cuánto uno trate, corre el riesgo de terminar sonando como un enajenado o incauto.
Pero por otra parte, no es saludable en lo absoluto dejarnos seducir por el cinismo, porque entonces no llegamos a ningún sitio. Se me ocurre que ante el nuevo panorama al cual nos enfrentamos, tras la aprobación de una Junta de Control Fiscal que tendrá poderes por encima del gobierno que elijamos en noviembre próximo, con lo que queda en entredicho que vivamos bajo una democracia en su definición más absoluta y pura, no nos queda de otra, como punto de partida hacia un camino desconocido por demás, que aceptar cada uno su parte de responsabilidad.
Lo siento por quien guste de usar las siguientes expresiones, pero ya no estamos para seguir con la actitud del “Perdona sae” y el “Mala mía”, porque aunque de primera intención parecen faccímiles razonables o contemporáneos de “disculpa” o “me equivoqué”, en el fondo no lo son simplemente porque lo que comunican es, “fallé, ¿y?”. Le falta una parte importante: propósito de enmienda. Lamentablemente esa es la actitud asumida en general, pero lo más terrible es que también es la de muchos que equivocadamente se hacen llamar líderes de nuestro país. Resulta pasmoso ver como incluso opinan en tercera persona desde una distancia cómoda y segura de los atolladeros de los cuales comparten culpa.
Después de recuperarnos del sentido de vergüenza que como país nos debe arropar por haber llegado hasta este punto, producto de haber optado por el camino fácil, por habernos dejado deslumbrar por las grandes obras, los fuegos de artificio y el vacilón, por llamar líder al primer mequetrefe engabanao que se trepa en una tarima a agitar los puños al son de música para la cual ni paga permiso de uso, ahora tenemos que preguntarnos qué le vamos a decir a las próximas generaciones, qué le vamos a enseñar como lección , no podemos llegar adonde ellos con un “Perdona sae”, “Mala mía”, “Such is live an then you die”. Quizás cuando los más jóvenes de la familia nos vengan a preguntar sobre lo que está pasando y lo que podría depararnos el futuro sea la oportunidad, no de politiquear, vamos a dejar a un lado esa bajeza, sino de compartir una lección: que cuando rompemos algo no lo dejamos roto en el piso y seguimos caminando, asumimos responsabilidad, buscamos cómo arreglarlo y si no tiene arreglo exploramos otra solución y reflexionamos en la consecuencia de nuestro acto para la próxima vez ser más cuidadoso, porque en la vida hay cosas que no tienen repuesto.