El Nuevo Día

Archivo Negro

- Escritor Luis Rafael Sánchez

Ala par que leía el mofador poema “Boda de negros”, de Francisco de Quevedo, me preguntaba cuándo se escribirá una “Historia del prejuicio racial”. No conozco renglón humano que se libre de su práctica. Una práctica que intenta devaluar al prójimo con el color de la piel como argumento condenator­io.

A dicha historia tendrá que meterle seso, diente y colmillo un equipo interdisci­plinario de estudiosos, dada la voluminosi­dad y la complejida­d del tema. Un tema a rastrearse por los campos de las artes y las ciencias, la política y la religión, las sectas cívicas. Es decir, en la vida de arriba abajo. Tanto la vida que discurre en tono menor como la vida que discurre de refrán en refrán. “Menos mal que no tiznan aun siendo negros”. “No hay negra que mal no huela”. “Es negro pero es buena gente”.

Sobre todo en las trampas del idioma tendrá que sumergirse la “Historia del prejuicio racial”. En lo que el idioma dice con la boca de ser bruto y en lo que dice con la boca repleta de alfileres. En lo que el idioma dice con el gesto cómplice y lo que dice con la elocuencia implacable del silencio.

No se permite límites el prejuicio racial. No respeta jurisdicci­ones de poder ni jerarquías, así lo constatan dos noticias de actualidad palpitante.

La negritud del Presidente Obama ha sido más envilecida que sus decisiones controvert­ibles. También el grosor de su nariz ha sido más vilipendia­do que su lenguaje, azucarado en ocasiones. Peor aún, su familia ha vivido ocho años de continua impugnació­n por el hecho escueto de ser negra. Contra Michelle Obama se desató el acoso en las “redes” apenas poner pie en la Casa Blanca. Y a punto de

abandonar Washington todavía la acosa esa jauría de perros feroces que encarna en el prejuicio racial. Una jauría consagrada a dentellear donde más duele, si posible en “la piel pegada al alma” de que habla Violeta López Suria, poeta a la espera de un redescubri­dor.

Veamos dos muestras de las dentellada­s. Con un cobarde “Yo no quise decir eso” se disculpó Pamela Ramsey Taylor, la directora de la Corporació­n de Desarrollo del Condado de Clay, en el sur de Virginia. Lo que ella NO QUISO DECIR fue que Michelle Obama “era una mona en tacos”. Si no quiso decir eso por qué lo dijo. ¿Padece de desconexió­n entre la mente y la lengua? Entonces, a buscarse un mecánico de las reconexion­es, que nadie está para tolerarle sarcasmos abusadores a nadie. Menos a una persona cuyo salario se paga con las contribuci­ones de tutilimund­i. Como al prejuicio racial hay que refutarlo, nada menos que ciento cincuenta mil contribuye­ntes reclamaron la salida fulminante de la desconecta­da.

Otra dentellada. El príncipe inglés Henry acaba de protagoniz­ar un yeyo. Tratándose de quien ocupa el quinto lugar en la línea de sucesión al trono inglés, no debió ser un yeyo plebeyo.

En efecto, no fue un yeyo plebeyo, fue uno muy real y al que sobraba razón: algunos sectores de la prensa británica se han dado el gusto de enlodarse de racismo a la hora de cubrir la noticia de su amorío con la actriz Meghan Markle.

Pero antes de seguir, ¿qué es un yeyo? Es una rabieta hiper. “The Living Webster Encycloped­ic Dictionary of the English Language” nomina “tantrum” lo que el boricua común y corriente nomina yeyo.

Prosigo. A un periodista lo sorprendió que una “brunette” atrajera a Prince Henry. La sorpresa del periodista obliga a preguntar: ¿Desde cuándo la atracción se reglamenta? Otro periodista firmó la incongruen­cia de que Meghan Markle no responde al tipo “british”. Otro reveló que Meghan Markle es hija de hombre blanco y hembra negra. ¡Tantos rodeos previo a soltar que Meghan Markle es mulata, mestiza, “biracial” como añadió!

Curiosidad: ninguno comentó que Meghan Markle es una mujer realmente bella, aunque no sea noble. Tampoco ninguno revela que su belleza emerge de la armonía novedosa que producen los rasgos blancos de su padre y los rasgos negros de su madre. ¿Bella por mulata, por mestiza, por “biracial”? ¿Bella porque su belleza se impone como tal y pulveriza el convencion­alismo de que sólo la piel blanca es bella?

La “Historia del prejuicio racial” tendrá que entrar a fondo en el archivo de la rebeldía negra. Un archivo que mezcla el dolor y el rencor, el atropello y la sorpresa por tanta ignominia. Mientras se materializ­a la susodicha historia hay que batallar contra la miseria moral de que se hace gala cuando se subscribe el prejuicio racial. Batallarla con el arma más desafiante, más fructífera: la certeza inamovible de que el tiempo avanza, de que el tiempo es corrector de la historia. ¡No hay más vueltas que darles!

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