SERÉ MARÍA
El pensamiento moderno descarta las narrativas bíblicas como leyendas inverosímiles. El pensamiento religioso convencional las asume ciegamente, cual conmemoración histórica que dicta la tradición. En ambos acercamientos pueden omitirse las premisas teológicas que subyacen tras la lectura literal de estos relatos. Tomemos como ejemplo el nacimiento de Jesús, hijo de María, en Belén.
El Fray Yamil Samalot opta por una teología de la juventud al percatarse de que el proyecto redentor de Dios está mediado por una joven. Así, la figura de María le lleva a pensar en la juventud como un “terreno privilegiado de la acción de Dios en la historia de la humanidad”.
El exégeta Warren Carter opta por una teología del marginado al notar que el enviado a promulgar el nuevo reino divino nace en una población remota. Desde esa perspectiva, la referencia a Belén le sugiere que la acción divina “se produce en una localidad supuestamente insignificante[,] no en el centro de poder y entre las elites”.
Sucumbir al determinismo fáctico de los relatos que nutren nuestro imaginario social es ignorar su función principal. Con ellos no buscamos conmemorar eventos históricos, sino recapitular aquellas premisas existenciales a partir de las cuales nos desenvolvemos con sentido en el mundo.
Más allá de lo que pudo haber sido, el valor de estas narrativas radica en su habilidad de profetizar e inspirar lo que puede ser. Por eso resulta particularmente reveladora la (in)traducción que hiciera el Padre Ángel Darío Carrero de uno de los poemas místicos de Angelus Silesius: “Seré María y te daré a luz”.
“Seré María”, encierra la premisa de que todavía hoy es posible ser conducto y vehículo de un proyecto de esperanza, por modesto que sea.
“Te daré a luz” es reconocer que no se espera por la esperanza, sino que se persigue activamente, incluso ante las circunstancias más desalentadoras.
De nuevo, el relato navideño, como muchos relatos religiosos, tiene que ver más con el eterno presente que con el remoto pasado.