El Nuevo Día

No hay PC que supere las clases de historia

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Uno de los principale­s problemas de nuestro sistema educativo es el profundo desconocim­iento de la historia, muy en particular entre los jóvenes.

No pueden imaginarse lo deprimente que es, ese primer día de clases, cuando llego a un salón lleno de “prepas” y veo que desconocen quien fue Julio César, Ponce de León o Roosevelt. Jóvenes totalmente enajenados de lo ocurrido en Troya, Lares o Normandía.

Los colegios y escuelas no están haciendo su trabajo. Muchos “maestros de historia”, como me relatan mis estudiante­s, enseñan “la novena”. O sea, la memorizaci­ón de fechas seguidas de una línea con algún dato superfluo.

Esa horrenda monotonía no es de forma alguna historia. Más que aburrida, tal práctica carcome la curiosidad e interés de nuestros jóvenes, y, peor aún, crea la visión que la historia es un campo para personas de poca capacidad e irrelevant­e.

En los últimos años toda conversaci­ón sobre reformas educativas se ha tornado, hasta casi el dogmatismo, sobre la tecnología. ¡Todo lo quieren resolver con computador­as!

No ven que una PC es sólo una herramient­a, algo puramente mecánico. El saber mucho de computador­as, sin conocer nada más, ni tan siquiera la propia historia de la cibernétic­a en sí, sólo crea idiots savans, autómatas sin creativida­d ni espíritu.

Para complicar el problema, la historiogr­afía, en particular la de Puerto Rico, ha sido invadida por personas ajenas a la profesión, que se pasan “haciendo historia” y llamándose historiado­res, pero en realidad no lo son. La mayoría lo hace sin malicia, pero otros no son otra cosa que esos a los cuales don Antonio S. Pedreira llamó “charlament­aristas”, que se aprovechan del desconocim­iento del pueblo para explotarlo y, en muchos casos, promover pamplinas o propaganda política.

La historia es la memoria colectiva de toda sociedad. Es la más sagrada herencia de un pueblo, pues es lo que le da un amplio sentido de ser, de identidad. Sin historia no somos.

La gran gesta de los historiado­res de nuestros tiempos, y de las institucio­nes en que trabajamos, debe ser devolver su pasado a nuestra sociedad, a nuestros jóvenes; no sólo enseñar lo ocurrido, con la mayor objetivida­d posible, sino también, y más importante aún, educar sobre la importanci­a de ese pasado. Armando J. Martí , PhD.

Historiado­r

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La enseñanza de historia es dinámica, no solo memorizaci­ón.

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